Virgen de Urkupiña

La Caldera - Camping


El peso de la roca elegida era absurdamente elevado. Éramos más de veinte hombres cinchando de la cuerda que la amarraba, intentando extraerla de la tierra donde descansaba hacía algunos miles, o quizás millones de años. Esa masa compacta de minerales ejercía la resistencia suficiente como para que la tarea sea una actividad olímpica, un evento exageradamente prehistórico. ¿Con qué fin estábamos con el cordobés ayudando a ese grupo de bolivianos a realizar tal actividad? Sinceramente no lo sabíamos, suponíamos que era parte de algún ritual de su nación, o quizás era un ataque de locura colectiva. Además, sin dudas esas personas estaban aceptando recibir nuestra colaboración sea cual fuere el objetivo. 
    La actividad me daba gracia porque cada tanto, todos caíamos en escalera al suelo al desajustarse la soga de la piedra, como si fuéramos las fichas de un domino erguidas en forma vertical. Además no hay nada más lindo y  satisfactorio que juntarse un domingo por la tarde con decenas de desconocidos para arrastrar una roca gigante monte abajo atada a una cuerda.
    Una vez que la roca fue exitosamente extraída del pozo, nos ayudamos físicamente utilizando algunos troncos de rodamiento, para agilizar el traslado de la misma. Ciertas personas entre grandes y jóvenes, extraían y volvían a colocar los grotescos cilindros de madera en la parte inferior de la roca a modo de cinta trasportadora,  haciéndola rodar de a escasos centímetros.  Incas, mayas, egipcios y tantas otras civilizaciones habían hecho lo mismo pero durante cientos de años para edificar templos y pirámides. Y no resulta un trabajo tan descabellado cuando es el método más eficiente conocido hasta el momento.
    Durante más de dos horas de jalar intensamente la cuerda, logramos llevarla al sitio de destino, alrededor de unos ciento cincuenta metros más abajo del cerro donde nos encontrábamos al principio. Marita nos acompañó con entusiasmo en todo momento, al igual que otras y otros adeptos. La piedra quedo entonces anclada solemnemente al ras del suelo en su nuevo hogar, a la espera de ser bañada en cerveza y recibir los eufóricos mazazos de los devotos.



    Cuando algunos ancianos decidieron que el objetivo estaba completo, la alegría estalló en el rostro de todos los participantes y el resto de los acompañantes. Aquello que estábamos presenciando en cercanías a la localidad de La Caldera, Salta, era la veneración anual a la Virgen de Urkupiña, la Patrona de la integración boliviana. Según cuenta la leyenda esta mujer hizo su aparición en el Cerro Quta, a fines del siglo XVIII, al sudoeste de Quillacollo, en primera instancia ante los ojos vidriosos de una niña y luego al resto de la comuna. A raíz de tal milagro sucedido en la cúspide de dicho cerro, año tras año peregrinos de todos los rincones de Bolivia se acercan al pueblo a venerar su templo y para realizar distintos tipos de ceremonias. Nosotros, estando en el norte argentino, estábamos participando inconscientemente de uno de esos  extraños rituales, que los bolivianos expatriados realizan en los países donde residen.
    Antes de iniciar la fase dos del ritual, nos convidaron a todos los jaladores un exquisito plato de pollo asado, chorizo y morcilla, como forma de agradecimiento. Las doscientas personas que allí nos encontrábamos, luego hicimos un semicírculo alrededor de la roca para apreciar las coloridas danzas folclóricas que la colectividad boliviana  traía ensayada. Una vez que finalizó el entretenido baile, inició lo que personalmente hallé como la mejor parte. Había llegado el momento de moler al tótem rocoso con una angelical maza de demolición.
    El trato era el siguiente: cada devoto por el valor de diez pesos, recibía por parte de los organizadores una botella de cerveza caliente para batir, beber y rociar la piedra, y luego el préstamo de la maza de acero para darle tres certeros golpes a la esbelta roca. Se creía que el tamaño del mineral expropiado al tronco central, iba a ser proporcional al cumplimiento de la petición silenciosamente hecha a la Virgen de antemano.  Entonces uno a uno fueron pasando al frente. Jóvenes, adultos y ancianos. Misteriosamente algunos musculosos bolivianos no conseguían extraer ni siquiera una pequeña esquirla de roca, al mismo tiempo que personas de golpes débiles y mal apuntados, conseguían extraer grandes pedazos. Claro que no siempre el resultado era el mismo. Y así se fue pasando la tarde en aquel monte salteño, entre graciosos y enérgicos golpes a una mole milenaria, mientras la Virgen María tomándose un té de tilo desde lo alto del cielo, decidía a quién concederle su deseo.
    Al cabo de un par de horas más de asistencia a la ceremonia, regresamos los tres mosqueteros al camping de La Caldera, donde con Marita nos finalizaríamos quedando unos treinta días y el cordobés más de cuatro meses.

Agradecimientos en el día de la Pachamama

Ofrendas




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