Marginal

Y me sentí un marginal al enterarme que los vínculos sociales de aquellos, que poseían el suficiente poder adquisitivo, estaban funcionando a través de la tecnología electrónica hacía un buen tiempo, con nombres de redes virtuales que jamás había escuchado, ni siquiera indirectamente. Realmente había permanecido abstraído de los juguetes con batería de la sociedad, caminando dentro de ella con esa sensación fantasmagórica de quién no está muerto, pero tampoco vivo. Luego, conversando con ciertos usuarios, me enteró que hasta algunos estaban cazando hologramáticos Pokemónes por la vía pública.

¿Quién atrapa a quién? ¿Qué clase de comunicación es permitida a través de una pantalla?

Tanta gente presionando las yemas de los dedos contra un objeto táctil, pero insensible, que el ejercicio contagia, hasta oxidar las coyunturas del alma. 
Para cada actividad del día y de la noche, el teléfono en la mano más hábil, sustituyendo el golpe de puerta, el timbre eléctrico, la mirada a los ojos, las conversaciones fluidas y el contacto genuino, directo y próximo.
Amanece una nueva jugada de la sociedad de las apariencias, vestida con el disfraz de belleza, de éxito, de cualquiera que uno quiera usar. Una solución de entretenimiento para la carga horaria laboral y acortar las distancias. Una moderna expresión de vanidad y romanticismo de cartón pintado; de sentimientos efímeros y pensamientos pasajeros. Una solución para quienes no pretenden un verdadero compromiso, y disfrutan del amor descartable. Úselo y tírelo, que mañana compra otro.

Queremos saber que estás haciendo en éste preciso instante, 
queremos darte un like, 
queremos dopamina, 
queremos elevar tu autoestima.

La última y más moderna gran red que tejió la araña industrial del progreso, al alcance para quienes tienen o cazan el internet, con aparatos de bolsillo. Con tan sólo un requisito: si tomas una selfie, no olvides poner cara de conejito y usar una excesiva cantidad de maquillaje, que detestamos las caras pálidas y aburridas. Sonrío, luego existo.




Vendedores Ambulantes

A uno que ni el frío espanta y que disfruta de ejercer la vida al aire libre, cualquier evento social resulta propicio para trabajar. Ésta vez fué un encuentro de Jeep 4 x 4 en el Club de Aviación de San Pedro.
A tal festival de motores crujientes, monte destruido y barro saltarín, acuden personas de todos los sabores y tamaños de Argentina, Paraguay y Brasil. Entusiasmados con ver a esos monstruos grandes en una pista circular embarrada. Además del público espectante, siempre acuden a tales eventos en busca del billete, los famosos "merca chifles" o vendedores ambulantes. A donde llegan despliegan adentro de un corralito de madera, alambre y metal, un sinfín de chucherías plásticas provenientes, en su totalidad de un país muy poco involucrado con el cuidado del medio ambiente y el respeto de las  leyes laborales llamado China, para venderlos por unas insignificantes monedas al público. Desde armas plásticas ( para que los niños jueguen a matarse inocentemente los unos a los otros ) hasta anillos con calaveras derretidas incrustadas en un pedazo de ilegítimo acero quirúrgico. Incontable cantidad de porquerías descartables ofrecen en cada evento que participan para el deleite del proletariado que gusta de caer rendido a los pies de estos buscavidas de buen corazón.

No fue antes, que los conocí intimamente, sino al trabajar a un costado de sus puestos. Recuerdo haberles comprado de niño algún que otro collar en la fiesta nacional de la Cebada Cervecera, que en menos de dos semanas finalizaban sus gloriosos días encerrados para siempre en el cajón de la mesa de luz, rotos y olvidados. Pero no nos pongamos melancólicos y retornemos al tema inicial.

Uno llega, saluda, arma su pequeño puesto de artesanías, y por alguna circunstancia, llamese curiosidad o necesidad de sociabilizar, a lo largo de la jornada laboral termina cruzando palabras con dichos señores. Ellos observan detenidamente lo que uno hace y en muchos casos aclaran: "Treinta años fuí artesano chango, pero ahora me dedico a la fácil, para mantener a mi familia. No tendré un O km pero ese autito me lleva a todos lados". Afirman señalando un pedazo de chatarra oxidada de cuatro ruedas. Y es allí cuando comienzan a hilar los detalles del dinero que ganan, de aquello que tienen, de los viajes a la triple frontera para conseguir material, de lo bien que les fué en alguna fiesta, de lo mal que les fué en otra, de la cantidad de hijos que accidentalmente dejaron por ahí, etc, etc. Todo un análisis cuantitativo de la vida, trazada más por cifras que por sentimientos.
Luego hablaremos de política si sobra tiempo, hasta que suena la campana, llegan los potenciales clientes y corren como linces hambrientos detrás del puesto. Siempre con el fajo de billetes en la mano, entre los dedos ( doblados de una forma que sólo ellos saben hacerlo ) o en el bolsillo derecho, para poder amasarlos en el momento en que hay escasa clientela. Veneran a su fetiche en silencio, agazapados en su parcela de plástico, soñando con tener después de ese evento un poquito más de capital para reinvertir o gastar en azulejos para la casa.

Cómo se sacrifican por el trabajo estos hombres. Vendedores ambulantes señoras y señores. Actitud de forajidos, rostros argentinos y artículos Made in Taiwan. Un tanto encorvados, otro poco desvencijados. Sin ellos no habría niños felices en las fiestas. Es más, de la noche a la mañana, los algodones de azúcar, los pochoclos, las garrapiñadas, los cubanitos y los juguetes que imitan a las marcas más reconocidas desaparecerían de los parques y las plazas por arte de magia. Sin ellos, la industria China, coreana y la de Bangladesh caerían abruptamente en crisis, y se tendrían que dedicar a producir habas y rabanitos de estación, o lo que crezca en aquellas remotas tierras.

Imaginemos el pánico que cundiría en la población infantil con semejante hecho. Alguien, todavía no se sabe quién, inició el oficio de estos hombres, para que el novio de billetera pelada logre obsequiarle a su dama un económico presente, que ella apreciará sin importarle la defectuosa calidad del producto ni la procedencia del mismo. Porque lo que vale es el gesto, el amor.
Corren tiempos difíciles en Argentina, y sin estos señores, muchas parejas se separarían, muchos niños y jóvenes llorarían desconsolados y muchos otros quedarían sin empleo.

Ahora que ya lo sabes, por el bien de la Nación, no olvides, en el próximo fin de semana de tu ciudad o en el próximo evento de tu pueblo, invertir, aunque sea una pequeña suma de tu sueldo en las artesanías que están a un costado del puesto de mercachifles.

Feria del libro autogestiva e independiente en LA Plata

Corrupciones



Encontró un joven en la calle una billetera, guardó el dinero y arrojo el resto a un cesto de basura aún sabiendo quién era el dueño al ojear el documento de identidad.

Un anciano muy educado y respetuoso le vendió dos cajas de cigarrillos a una pareja, aún sabiendo que el producto enferma y produce cáncer.

En una partida de Poker y apuestas, el señor González jugó más de lo que le pertenecía, aún sabiendo que ese dinero era el sueldo de sus empleados.

En la frontera Gendarmería fiscalizaba y extraía mínimas cantidades de marihuana a los transeúntes, registrando un acta de micro tráfico de por medio, para luego fumar la hierba incautada a escondidas.

El honorable juez del gobierno sentenció cadena perpetua a un individuo de bajos recursos para hacerle un favor a un amigo, aún sabiendo que el acusado era inocente.

Le extrajo innecesariamente una muela el dentista a un paciente para cenar con ese dinero en un restaurant con su mujer.


Caminaba desnuda por la noche la injusticia
 seduciendo tanto a hombres como a mujeres, 
brindando un curso gratuito de corrupciones 
mínimas y silenciosas, 
a la gente mediocre sin poder.


El Síndrome del Superhéroe

6 kilómetros desde el Parque de los Patricios hasta la Plaza Houssay. 
En bicicleta el asfalto quema a temperatura de horno industrial. 
Innumerable cantidad de hombres caminan con el mismo corte de pelo.
Será un virus que infectó a los habitantes?
Será el famoso Síndrome del Superhéroe 
que no lo permite a la gente demostrar su verdadera identidad?


Mural en Quito - Ecuador

Desayunando una ilusión

    Bien temprano Aramis apronta el matecito. Enchufa la pava eléctrica mientras ahorra tiempo para lavar las pesadillas de su cara. Los tres perros nuevamente cagaron el piso de parqué y los orines envician el comedor con un aire nauseabundo, que por más que uno quiera evitar, nebuliza inalámbricamente con ambos pulmones.
    Como la pava es adulta, avisa solita que el agua esta pronta para humedecer la yerba. Luego de envolver los soretes caninos con servilleta de papel a modo canapé, Ara prepara sus primeros mates.
Le canta al Globo, su pasión quemera, unos ritmos tribuneros para comenzar la mañana y así se termina de despavilar un barrio entero. A buscar empleo, a no perder las monedas ni la esperanza. Para eso se levanta, mientras ceba unos mates bien amargos de frente a una pantalla. Arroja curriculums por internet como si fueran papel picado. La yerba del supermercado chino llegó hasta sus manos. Y que va a saber Ara que al tarefero que cosechó esa yerba en algún monte de Misiones, le pagan $200 por trabajar de sol a sol, y ese mismo hombre es trasportado cada día en un camión jaula junto a sus compañeros, donde luego regresarán recostados sobre bultos de hojas verdes, sudados y con las palmas curtidas de trabajar sin guantes.

Qué sabrá Aramis de Misiones?
Qué sabrá Parque  Patricios del monte? 
Qué sabrán en Misiones de la vida en la capital?

Los productos deambulan libremente por las rutas del comercio, mientras los noticieros sólo hablan de la inseguridad, criminalizando preferencialmente a la pobreza.

De dónde vienen los productos que consumimos y cuanto le pagan al pueblo que los produce?
De eso no se habla, los medios de comunicación eligen el misterio.

Se acaba el agua del termo, llegó la hora de pasear a los perros 
por la alfombra de boldosas del barrio porteño.

Más tarde tendra que olfatear una bolsa cortada a cuchillo
y ducharse adentro de un tonel de vino 
para mantener toda la noche 
el espíritu despierto.

Tendrá que prepararse 
para gritar canciones de cuna en la cancha 
y putear al bebé que nació en la panza ajena.

Esta noche juega Huracán, 
y tanto en el monte como en la capital
lo último que se pierde,
aunque haya poco y nada,
 es el ánimo de triunfar.

San Pedro - Misiones


Renacimiento

¿Viste como se desintegra el cemento cuando llueve?
Cae la estructura de los muros como un pesado ancla sobre el asfalto de la vía pública.
Es evidente, la civilización por enésima vez esta cayendo, y nacen ríos blancos, como esclerótica ocular de pintura sintética lavada por las precipitaciones.
Ya no hay tiempo de ver el sol, han descendido las cortinas del ocaso.

La alegría es nuestra exclaman la fauna y la flora.
Le llegó el invierno a la plaga humana.
El vagón se detiene en su última estación.
Hemos sido sordos al chillido de la alarma durante demasiado tiempo.
Hemos ignorado la posibilidad de tomar un sorbo de conciencia.
Es hora de pagar las cuentas.
Ya no habrá más sábados en nuestra semana.

Nos diluimos lentamente como sangre en el mar, en el silencio de un crepúsculo nublado.
La piel y los huesos regresan a fundirse con la tierra.
La energía que nos mantenía vivos se dispersa entre los infinitos senderos del cosmos.

Contemplo centenas de ráfagas luminosas en el cielo,
¿Serán meteoritos ESPECIALES o serán naves ESPACIALES?

Ya no siento ningún sabor en el paladar. Ningún aroma dilata mi olfato.
Ya no siento vértigo en la decisión que debo tomar.
Recuerdo saberlo, es preciso soltar la materia.
Ya no seré yo, y eso no me despierta ningún miedo.
Ya no seré yo, para renacer primero tengo que estar muerto.

Sólo quién se autodestruye es capáz de reparar el daño.
Es momento de sanar las heridas que les cause a los otros.


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Sembrando dinero

Vida formoseña

Nuestros cuerpos sudaban intensamente para darle movimiento a las cadena de las bicicletas. La yunga o selva de montaña de Jujuy, lentamente iba quedando atrás de las espaldas. Esta provincia argentina limita con Bolivia y con Salta. Su parte oriental, la más húmeda, está siendo atrozmente desmontada para cultivar hortalizas y caña de azúcar, habiendo desaparecido bajo las máquinas humanas, un 90% de la selva pedemontana. 

Los pueblos sugieren ser los ranchos asfaltados de las pocas empresas que son dueñas de la mayor parte de las tierras cultivadas. Basta con enterarse que los ingenios azucareros vienen funcionando desde 1830 en esta región, y fué la mano de obra indígena, sobre todo de matacos y tobas, el combustible de sus motores industriales. La implementación de nuevas y modernas maquinarias, sumado al abandono político, le dan un aspecto de desamparo total al noroeste argentino.
Y nosotros estábamos allí, escapando del ataque insidioso de los jejenes, conociendo esas realidades puertas para adentro. Quedaban atrás Chalicán, Fraile Pintado, Libertador General San Martín y Calilegua. Los cortes de ruta masivos de la ruta nacional 34, no llegaban a las noticias federales, como de costumbre. El pueblo sólo exigían mejoras de sus condiciones laborales, a cambio de un salario siempre miserable.

Y un día de aquellos, en que el sol quemaba como tentáculo de agua viva, mientras pedaleamos gradualmente al medio día,  hallé un billete de cien pesos a un costado de la ruta. No era algo tan inusual encontrar cosas útiles y dinero en el camino. Nuestra velocidad de tortuga nos brindaba esa posibilidad, que queda anulada para los apresurados vehículos a motor.
En seguida, frené la bicicleta y le grité a Mari que se detuviera, porque justo cuando voy a recoger el billete, veo que hay otro. Cuando recojo el segundo billete, con la cara reluciente de Evita Perón, observo maravillado que no sólo había dos billetes, sino varios. Estaban desparramados sobre la gramilla, a un costado de la ruta, como si fueran flores. Mientras le daba la noticia a Mari, que se encontraba cincuenta metros más al frente, notó que donde estaba parada también había dinero. El tránsito no estaba muy fluido a esas horas, de todas formas, ambos con una sonrisa estallada, fuimos agarrando los billetes disimuladamente, para no llamar la atención. 

Días atrás había dejado olvidada la cámara de fotos en el baño del aeropuerto de Salta capital. Ese día había llegado Elena, la madre de Mari, en avión desde Buenos Aires para visitarnos una semana. Me percaté del incidente 24 horas más tarde, regresé al aeropuerto pero al parecer quién la encontró decidió no devolverla. Justamente en el momento en que apareció el dinero regado en la banquina de la ruta jujeña, venía pensando en que sería bueno comprarme una nueva cámara fotográfica en la frontera con Paraguay. Sincronicidad al instantante. 

Continuamos juntado los billetes perdidos, hasta que no hallamos más. Entonces avanzamos unos metros, con una extraña sensación en la boca del estómago. Una aleación de alegría y sorpresa nos invadía el cuerpo. Reíamos al cruzar las miradas. Algo increíble nuevamente nos estaba sucediendo, algo totalmente inesperado. Con una ansiedad incontrolable, contamos los billetes. Eran treinta y cinco, es decir, éramos  tres mil quinientos pesos más ricos, que quince minutos atrás. Era un buen dinero y por lo visto nos había caído del cielo. Pero al momento de continuar viaje, notamos que sólo nos habíamos reparado en un sólo costado de la ruta, el derecho, por donde veníamos. Ninguno de los dos había cruzado en frente para inspeccionar. Volvimos a reír, no nos podía estar sucediendo tamaña fortuna. Dejamos las bicicletas acostadas sobre el pasto y regresamos. Esta vez sobre el margen opuesto.

Papeles, folios con hojas, sobres de plástico, envoltorios de cd´s, basura y más basura. Hasta que Mari, al estar ambos ya dispersos sobre el camino, me dió un grito para que vea lo que había encontrado. Me acerque emocionado y ella descubre en su mano izquierda una billetera, con sólo dos pertenencias: una tarjeta de crédito y una identificación. Carlos Morer, domicilio en Caimancito, justo el próximo pueblo. Nos observamos el uno al otro en completo silencio. Cambiando la sonrisa a una cara de reflexión.  El dinero tenía dueño, y ahora sabíamos de quién era, y donde vivía. Por querer más plata, ahora nos quedabamos sin nada, sin embargo teníamos la posibilidad de darle una alegría a alguien, hasta el momento, desconocido para nosotros. El viento cambiaba de rumbo. O nos daba esa opción.

Pedaleamos los pocos kilómetros que faltaban para llegar a la entrada del pueblo. Cuatro kilómetros más adentro se hallaban las primeras casas, en su mayoría, con un taller de carpintería y muebles de madera afuera de las viviendas. Casas viejas e igual de humildes que la de los pueblos de la región.
Golpeamos la puerta donde el documento indicaba que era la dirección. Un hombre medio dormido, de unas cinco décadas nos atendió. Era el mismo de la foto. Le contamos que habíamos hallado algunas de sus pertenencias. Con la noticia, se despertó de repente. El rostro de Carlos estaba iluminado de la emoción. Nos hizo ingresar a la cochera, que funcionaba en verdad de comercio de comestibles y carniceria. Le entregamos la identificación y el dinero. Pero al contabilizarlo notó desesperanzado que faltaba más plata, y que aún su maletín de cuero estaba extraviado.
Nosotros no lo habíamos encontrado, pero le propusimos acompañarlo a la zona del hallazgo para verificar mejor. Apresuradamente nos preparó un almuerzo, con la felicidad de quién recibe una prolongada y esperada visita. Comimos a la velocidad en que un náufrago devoraría después de vivir años de penurias, y en un vehículo hecho añicos emprendimos la gran búsqueda junto a una de sus hijas.

Al abordar al sitio de pesquisa, Carlos nos relató la despistada situación que aconteció el día que perdió el dinero. Resulta que una semana atrás su esposa le había adjudicado la responsabilidad de cancelar la deuda a los proveedores del comercio familiar, en la ciudad de Libertador. Al aproximarse a la ruta le dieron deseos de orinar, entonces detuvo el auto a un costado del camino. Como acto involuntario descendió del mismo con el maletín en la mano, donde tenía los once mil pesos que llevaba encima. Orinó y para alzar los pantalones se vio obligado a utilizar ambas manos, por  cual dejó el maletín sobre el techo del vehículo. Finalizó la "operación orina"omitiendo la existencia del maletín, que de por cierto estaba abierto. Entonces una vez que encendió el motor y llegó a la ciudad de Libertador se percató del incidente. Por supuesto, ya demasiado tarde. Eran 25 kilómetro tarde. Jamás localizó sus pertenencias.

Esta vez Carlos traía mejor suerte. Nosotros sabíamos con exactitud donde habían comenzado a volar por el aire sus bienes. Por lo tanto, rastrillamos con precisión de cirujano la zona, hallando en un perímetro más amplio los papeles del auto, el registro de vacunación de su hijo, más dinero, y otros tantos enseres. Indagando finalmente entre los matorrales, luego de más de dos horas de búsqueda, apareció sano y salvo, el señor maletín. Allí dentro se encontraba el resto del dinero que no alcanzó a abrir sus alas para volar hacia la libertad. Carlos volvía a vivir.

Aquella noche nos duchamos y cenamos en familia. El ambiente en aquella casa era dichoso, afable, tranquilo. Estaban contentos y se mostraban agradecidos. La decisión de devolver el dinero, traía una recompensa inmaterial, tanto para ellos como para nosotros. Tres días más tarde, pese a las insistencias, decidimos continuar nuestro recorrido. Nos íbamos como llegamos, contentos de poder haber hecho algo bueno por alguien, sintiendo que algo mejor siempre iba a a estar por venir.