Volar

A fin de cuentas cualquier tipo de percepción
 termina siendo sólo 
una visión 
humana,
acotada, 
parcial, 
diminuta,
de todo aquello que se puede abarcar.

El humano no es el centro del universo,
es tan sólo un segundo 
en el inagotable reloj del tiempo.

Ir más allá de la materia,
atravesarla
romper el cascarón
crecer
en el sentido más amplio de la palabra
es el desafío del espíritu
que quiere abrir sus alas
y despertar
para jamás volver

a la jaula.


Preludio de un viaje en bicicleta

Me desperté esa mañana de febrero en Montañita con una tristeza de invierno atorándome el pecho. Estaba aturdido. Sólo podía escuchar una voz en mi cabeza que me obligaba a irme de ese lugar. Mi plan era conseguir una bicicleta en la costa sur de Ecuador, en Manglaralto, donde justamente me encontraba, para pedalear desde allí hasta Colombia por la ruta del sol ecuatoriana. sin tiempo ni afán.

No había conversado hasta el momento con ningún cicloviajero, ni se me cruzó por la cabeza averiguar en internet que equipamento era recomendable cargar. Llevaba quince meses viajando a pie, a dedo y en barco, y en todo ese tiempo siempre había sido guiado por la intuición y en ciertos casos, por los consejos de otros viajeros, que no siempre eran muy buenos. Transportaba lo más básico en la espalda, para poder sobrevivir y no caer en el abandono total.
Cómo iba a llevar los bagajes, qué herramientas debía cargar o cuál era el entrenamiento físico necesario para salir a la ruta no me importaba. Tenía fe en poder resolver las dificultades en el momento que se presentaran y que de a poco me iba a adaptar al ejercicio constante.
Nuevamente una voz interior me exigía un cambio. Ésta vez avanzar dependería de mi esfuerzo y no del impulso de un motor. El ritmo del viaje sería más lento, a una velocidad más natural, de cara al viento y en completa soledad.

El plan inicial había fracasado cuando no logre comprar la bicicleta en Manglaralto, porque no había ninguna que se ajustara a mi bajo presupuesto, en la única bicicletería del pueblo. Entonces caminé hasta Montañita, a tan sólo unos kilómetros al norte de allí. Algo en mí me anunciaba que las cosas se iban a poner complicadas, pero que con paciencia iba a cumplir mi objetivo. Acompañado de ese sentimiento esperanzador levanté mis dos mochilas de Montañita, donde había permanecido una jornada de cuarenta y cinco días de locura y descontrol, y comencé a caminar, pretendiendo dejar esa vida atrás. Pueblo por pueblo, kilómetro a kilómetro, día tras día, con calma y sin apuro.
 Así quedó atrás, Montañita, Olón, Curia y San josé.

Acampando en la playa dentro de una carpa sin varillas, amarraba los extremos a las ramas de los árboles, y cocinando en una diminuta olla, avanzaba solitario con el lento impulso de un caminante. Por fortuna la ruta estaba próxima al mar, mi ducha salada de cada día.
Una noche, cuando ya llevaba una semana caminando, mientras mirada los Simpsons a través de la ventana de una casa familiar, llegué a la conclusión de que mi espalda necesitaba vacaciones. Si continuaba de esa forma mi columna vertebral iba en corto plazo a terminar en ruinas. Entonces abandoné la idea de seguir a pie hasta conseguir una bicicleta, y alcé el dedo pulgar para llegar más pronto a la próxima ciudad.
Ascendí y descendí de varios vehículos hasta que un hombre me dejó en la entrada de San Mateo, a doce kilómetros de Manta, estado de Manabí.

Había permanecido un mes en ese pueblo tiempo atrás, viviendo con otros nómades en comunidad. Conocí durante ese periodo a Jesús, un pescador alcohólico que me esperaba de abrazos abiertos. El pueblo estaba emplazado entre un enorme barranco y el mar, poblado de viviendas humildes y gente sencilla que en su mayoría vive de la pesca artesanal.
Llegué hasta el hogar de Jesús, quién me recibió muy felíz. Dejé mis mochilas en una habitación y antes de dar muchas explicaciones, comimos un par de cucharadas de ceviche y acompañe al hombre de bigote con panza de embarazo, y a su hijo Stalin hasta el muelle, cargando unos bidones de gasolina. Tenía el estómago aún vacío de no haber comido absolutamente nada durante el día. Degustar el ceviche me abrió aún más el apetito.
Quince minutos más tarde, en pleno atardecer, me encontraba sentado arriba de una embarcación con rumbo al mar, en busca de carnada para realizar una pesca posterior de tres días. Ésta era otra de esas situaciones en las que me envolvía inesperadamente sin saber como carajos terminé allí y sin preocuparme siquiera en resolver los asuntos más básicos, como comer.
De a poco nos fuimos alejando de la costa rompiendo las olas, impulsados por la furia del motor. Jesús sonreía, mientras piloteaba la nave. Me convidaba una vez más a ser parte de su mundo.
Estabamos acompañados de dos barquitos de madera, y éramos varias personas soltando, una vez caída la noche, cientos de metros de red al agua. En los extremos de las redes iban sujetadas unas lámparas fotosensibles. Se encendían cada vez que las embarcaciones se alejaban, y quedaban expuestas a la total oscuridad. Minutos más tarde prendían el motor nuevamente y lentamente regresaban las redes a las embarcaciones con decenas de peces atrapados en las mismas. Todo trabajo manual. Mi tarea era la de contabilizar los peces extraídos, intentando no vomitar del mareo.
La misma actividad la repetimos varias veces hasta que contabilice quinientos peces, bajo una garúa fina que nos mojaba con cariño, sintiendo además, un hambre infernal. A esa altura mi mente ya estaba con intenciones de devorar los peses crudos de un mordisco. Pero me tranquilicé y el umbral del hambre volvió a esfumarse. No había comida en la embarcación, sólo gaseosa para beber.
Regresamos a tierra firme, a las cuatro de la mañana. Estábamos tan cansados que dormir fue nuestro mayor deseo. Me temblaba el cuerpo del agotamiento.

Al siguiente día comenzó la rutina: madrugar, desayunar arroz con pescado frito, hacer dedo hasta Manta que se encontraba a 12 kilómetros, averiguar por bicicletas usadas, hacer malabares en algún semáforo y retornar a San Mateo, para merendar las sobras del arroz con otro pescado frito.
Entre esos parámetros sucedieron cinco días prácticamente parecidos, hasta que un día, quién me llevó hasta Manta fue un griego que decidió venderme una de sus bicicletas por el valor de cincuenta dolares. Tenía sesenta en el bolsillo, así que acepté el negocio. Cuando desparramé el dinero en monedas arriba de una mesa de su hogar, su rostro cambió de expresión. Sorprendido al saber que ése era todo mi capital, me obsequió una cámara de repuesto y me dió un fuerte abrazo de aliento. Más tarde fuí hasta un semáforo para presentar mi número de malabares. Cuando junté algunos dólares más, visité el mercado municipal, donde conseguí otra olla de aluminio a buen precio, un portaequipajes de dudosa calidad y dos cajones de madera. Luego retorné completamente feliz, pedaleando hasta San Mateo.
Cuando llevaba hecho la mitad del camino, o sea unos seis kilómetros, la tuerca de la pedalera izquierda voló por los aires, mostrándome las verdaderas condiciones en las cuales estaba esa bicicleta. La arreglé provisoriamente y segui contento por la ruta.


Aquellos días habían sido devastadores en muchas regiones de Ecuador. Las lluvias arrasadoras sumaban varios muertos y una cantidad innumerable de damnificados, en diversos pueblos y ciudades. Pero mi emoción era mayor que el miedo,  entonces un día por la mañana le di comienzo a mi nueva aventura, luego de agradecer a la familia de Jesús por aquella precipitosa semana que compartimos juntos.

Sin inflador, parches, ni pegamento. Sin ropa de ciclismo,y sobretodo sin entrenamiento previo, ni mucho conocimiento en reparación de bicicletas, me solté a pedalear con todas mis pertenencias a la ruta, algún día de marzo del año 2013. Sin darme cuenta estaba haciendo real, un sueño.

Una viborita en el camino


Navidad Gitana

Los gitanos

"Los gitanos cuentan que hace muchísimos años, un día Dios se hartó de ellos porque eran muy rebeldes y desobedientes. Entonces, desató un viento fuertísimo. Hombres, mujeres y niños, y las casas con lo que tenían adentro, volaron por todas partes.
Cuando calmó el temporal, los gitanos se preguntaron donde estaban. Pero nadie sabía qué contestar...Es que habían sido dispersados por todo el mundo y ya no volverían nunca más a su tierra de origen. Y dicen entonces, bajo un cielo triste, los gitanos se agarraron de las manos y empezaron a caminar y caminar. Y que desde hace 2000 años siguen andando por el mundo de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, sin detenerse demasiado en ningún lugar."


Martín chueco


Continúa siendo un desafío polémico para la antropología, la historia y la sociología explicar los orígenes, la evolución en el tiempo y las estrategias de supervivencia de la comunidad gitana, en sociedades dentro de las cuales siempre son minoría, a pesar del mestizaje y de ser históricamente marginados.

Los datos lingüísticos apuntan a que los antepasados de los gitanos vivieron en el noroeste de la India, antes de migrar al Occidente pasando por la costa sur del mar Caspio. Se desconoce si con anterioridad habían migrado de otro lugar aún más remoto. También se ignoran las causas exactas de su migración hacia el oeste, que se produjo en torno al siglo XI.

En varios países americanos hemos encontrado asentamientos gitanos estables en barrios bajos, en grandes carpas y en otras ocasiones los hemos visto trabajando como comerciantes callejeros o leyéndole las manos a los transeúntes. En lo personal ésta amorfa comunidad representaba un gran misterio, hasta que en el centro de Argentina en el año 2015 comenzaron los relacionamientos con ellos. Al final de aquel año llegó otra Navidad, con sus arbolitos de plástico, adornos brillantes y fuegos artificiales, fabricado todo en China, justamente en un país donde no se festeja dicha celebración.

Sin embargo, nosotros estábamos en Villa María, al sur de la provincia de Córdoba, donde la extraña y miscelánea tradición es un ritual festejado por casi todas las familias, mixturando religión, gastronomía y una monumental borrachera para los paganos más intrépidos.

En esos días estábamos ranchándola en la casa de Elías, un amigo de la infancia, quién casualmente no se encontraba en su hogar. Fausto, su hermano nos dejó a cargo la llave de la casa y nos dio la bienvenida, desapareciendo luego en su vehículo.

Por la tarde, de aquel 24 de diciembre cuál perritos callejeros paseamos por el centro de la ciudad. Luego de compartir unas masas finas que hallámos con dos artesanos en la basura de un edificio, cuando buscábamos unos envases de vidrio retornables para tomar unas cervezas, desplegamos el paño de artesanías en la peatonal. Cómo también es costumbre de occidente, las personas maximizan el consumo de bienes en esas fechas para realizar presentes (sobre todo a los niños), y entregárselos disfrazados con barba blanca y una vestimenta con los colores del refrigerante más vendido del mundo. Todo en una atmósfera de fantasía nocturna realizada por la noche.

Al esconderse el sol cada lechón se fue a mamar la teta. La ciudad quedó prácticamente desierta. Sin tránsito vehicular ni peatones pisando el asfalto, el paisaje manifestaba aires apocalípticos. Entonces sin tener clientes potenciales alrededor, levantamos el paño y encaramos el río. En el camino cruzamos a Martín, un bohemio de Mar del Plata y a su compañera de Brasil, cuál nombre desapareció por arte de magia de mi memoria. Ninguno traía un plan definido, por lo cuál continuamos los cuatro juntos en dirección al río. Una vez a la vera del caudal de agua vislumbramos algunas familias aisladas cocinando alguna carne a la parrilla.

Martín improvisó una bandeja con una caja de cartón, y fue en busca de algún pedacito de carne para que cenemos algo. Ninguno se percató que todos los comercios ese día en particular cierran temprano. Las respuestas de los ciudadanos no fueron positivas. A los últimos que restaba interrogar era a un grupo de gitanos que estaban asando un cordero a un costado de un camión. Cinco minutos más tarde, Martín regresó una vez más con el cartón vacío. No le dimos mucha importancia a la comida, aunque ya estábamos con más hambre que un náufrago en mar abierto.

Inesperadamente dos niños gitanos con otro cartón en la mano, nos vinieron a ofrecer un buen pedazo de su banquete. Hablaban en español, pero arrastraban un acento húngaro en sus palabras ( idioma que hablan entre ellos ). El padre, y el otro de sus hijos aparecieron minutos más tarde con una botella de sidra. A un costado de su mandíbula el padre humedecía una bola de hojas de coca mientras fumaba un tabaco. Habló masticando el mismo acento extraño. Él sólo exigía respeto para darnos participación en el evento familiar. No entendiendo muy bien a qué se refería particularmente, accedimos igual.

La cantidad de gitanos agrupados alrededor del fuego era difícil de contabilizar. Sobre unas mantas había varias criaturas durmiendo. El resto bailaba una especie de música árabe o bebía alcohol sin menear demasiado el cuerpo. Las mujeres de rostros fuertes y miradas penetrantes, vestían extensas polleras coloridas, pañuelos en la cabeza y blusas con grandes y apretados escotes. Los hombres y los niños estaban con jeans clásicos, camisas de antaño y calzaban elegantes zapatos de cuero. 

Decidieron entre ellos convidarnos a su festín, por lo cuál bajo sus reglas, la bebida y la comida eran parte de la invitación. Nosotros, con su dinero, éramos los encargados de ir a comprar más provisiones hasta el almacén de un barrio. En uno de esos viajes en busca de cigarrillos y cerveza, pescamos a un mendocino que estaba deambulando bajo los árboles con mirada lacustre, como si estubiera esperando el llamado de Acuaman. Como nadie venía a rescatarlo, lo introdujimos al pelotón. Este figura comenzó a viajar, según su relato, huyendo de un ajuste de cuentas con un dealer de su ciudad natal,  abandonando de esa manera la beligerante vida de malandro, por el de payaso callejero. Un completo cambio radical.
-     
      -Antes asustaba a las personas para robarles el teléfono o la billetera, ahora ellos me dan dinero por hacerlos reír. Cómo no me di cuenta antes. Ya no puedo volver a mi casa, una bala en la cabeza es lo único que me espera ahí – confesó el joven con una mueca discreta, seguramente porque uno de los dientes frontales se lo habían estallado en una vieja pelea.

Como lo notamos calmo, sonriente y en medio de una transición, nadie lo rechazó.

La bebida giraba de mano en mano. Hasta a los niños les permitían beber alcohol, aunque a la mayoría no le agradaba tomar. La pista de baile agreste nos sedujo y en determinado momento todos estábamos bailando. Las gitanas demostraban gran habilidad en danza árabe, dado eclécticos movimientos circulares. La mayor de ellas sintió empatía por Mari, entonces fué al interior del camión y buscó unas prendas de vestir que ellas confeccionaban. Prenda por prenda la fueron vistiendo con ropa gitana. La situación era hilarante, todos reían. El gitano que nos había invitado a la reunión no dejaba de preguntarle a Mari: Flaca, de donde sos? Al parecer descreyendo que ella es de Buenos Aires, y no era gitana.

De repente la música árabe mudó a la cumbia, y entre conversaciones en húngaro, hojas de coca, carne de cordero y cerveza, esta mezcla de nómades multiculturales perdió su definición. La borrachera de algunos iba en aumento. El túnel invitaba al descenso y al frenesí. La brasilera estaba hecha un trapo de piso, delirando entre risas sobre una mesa de hormigón. Martín descansaba a su lado. Mientras tanto, deleitaba sus sentidos el mendocino sintiendo la energía de la tierra al bailar descalzo. Reía venturoso, con los ojos dilatados como un cometa.

Hervía la fiesta apócrifa iluminada por un arco iris de anomalías humanas. A veces tan extraños, los nómades, a la vista de los ciudadanos de cada pueblo y de cada ciudad que surgía el preconcepto negativo hacia ellos. A veces por certeza, a veces por ignorancia. Quién sabe. Lo cierto es que los gitanos historicamente han sido muy perseguidos. Por hablar una lengua diferente, vestir distinto y tener otras custumbres, han sido acusados de estafadores, ladrones, envenenadores, brujos, enviados del diablo, secuestradores de niños, y otras tantas cosas más. En el siglo XVI fueron expulsados de Alemania, Francia y España. Después de Italia y Hungría. Sin embargo, la persecusión más violenta sucedió durante la segunda guerra mundial, donde perecieron en los campos de concentración alrededor de medio millón de gitanos, declarados pero el régimen nazi como algo inferior que ni merecía vivir.

Marita, antes de irnos a dormir le obsequió un arete de pluma de pavo real a la gitana mayor en agradecimiento. Recogimos las bicicletas olvidadas y nos fuimos a descansar a la casa de Elías a tres kilómetros de allí.. El resto se quedo a la vera del río en un submundo marginal, de trotamundos navideños.

Mucho tiempo después encontré, durante una tarde de diccionario, la siguiente definición:

Gitano: Dícese de cada uno de los miembros de ciertos pueblos nómades que, procedentes de India se establecieron en el norte de África, Europa y América. Dícese del comerciante que realiza negocios sucios o que estafa. Que tiene gracias y arte para ganarse las voluntades de otros.


…Eso dicen, los que dicen que saben.

Llanto de bicicleta

    En Pasto todo marchó muy bien, pero como me lo imaginaba, cada vez que abandono una ciudad quedo expuesto a la total incertidumbre de mi destino y es allí, donde comienzan las aventuras.
    8:00 a.m fué la hora exácta en que desperté dentro del cuartel, sin tener un reloj para programarlo. Desarmé la cama improvisada que había confeccionado profesionalmente cinco días atrás dentro de uno de los camiones de los Bomberos Voluntarios, donde dormí toda la semana refugiado de las precipitaciones y las bajas temperaturas. Armé el equipaje sobre la bicicleta, desayuné banana con avena y busqué un semáforo. Luego de juntar algunos pesos haciendo malabares con las clavas emprendí rumbo a la ruta.


Las primeros diez kilómetros requirieron un gran esfuerzo. El ascenso inmortal de la sierra colombiana impulsó a mis piernas a caminar. Por momentos detenía el andar para contemplar el paisaje de montañas arboladas, cascadas y viviendas antiguas. Hasta que al fin del ascenso una estatua rutera de la Virgen María me chocó los cinco. Me detuve para abrigarme con todos los trapos que cargaba encima y me entregué a la adrenalina de la pendiente.

Con una velocidad y un aspecto de nave extraterrestre descendí por las curvas constantes y cerradas del valle hasta visualizar la Laguna Cocha. El paisaje atrajo a mi mente recuerdos de montañas pasadas, de lejanas regiones y habitantes que ya perecieron.
El frío que se siente a esas velocidades y a esas latitudes del globo es imposible de describir con exactitud. Todas mis articulaciones quedaron entumecidas, como si fuera un eletrodoméstico oxidado completamente fuera de servicio.



Al ingresar al pueblo El encano, me rendí al aroma de seducción de una panadería. Las monedas que guardaba en el bolsillo también estaban heladas. Ni el sol seco de la cordillera que es más fuerte que un litro de vodka puro, conseguía entibiar mi cuerpo.

Al comprender la situación, una empleada del local me obsequió una taza de café con leche bien caliente. Recién después de beber por completo la dosis de cafeína regresé a mi temperatura normal. Minutos más tarde decidí continuar mi camino, otros diez kilómetros en ascenso.

    Esta vez detuve el andar a mitad del trayecto para echarme al pasto a descansar y observar el valle y su deslumbrante encanto desde el interior de un campo sin cultivos. Vibraba por mis venas tanta paz y serenidad que el tiempo parecía deternerse entre el nudo de las agujas. Y en ese escenario me perdí, como si nada mejor ni más sublime me pudiera estar sucediendo en ese momento de mi existencia.

 Cuando entre en razón, el sol ya estaba desapareciendo y quedaban pocos minutos de luz. Apresuré el paso y segui ascendiendo. A mi alrededor, dentro de las viviendas campesinas y fuera de ellas había niños bailando, niños practicando artes marciales con varas de madera, niños sonriendo sin la supervisión de sus padres entre cultivos y naturaleza.
Avancé montaña arriba, en ruta ya de tierra.
    De repente uno de los caños del portaequipajes se quebró. No lo podía creer. Mis brazos y mis piernas estaban dando el último gran esfuerzo del día. No era momento para que sucediera algo así.
    Entre nudos y dobleces con alambre y soga amarré el portaequipajes como pude. Dejé ropa y otros insumos innecesarios en la ruta para aliviar el peso. Entraba con cautela la noche, en la montaña desierta. Horas sin ver vehículos en el camino. Tragué en silencio los primeros cien gramos de desesperación. La neblina se hacía a cada paso más espesa y mi fuerza estaba funcionando con el tanque en estado de reserva.

    Caminé, y caminé, sudando líquido frío. Las últimas viviendas habían quedado atrás hacía mucho tiempo.

En medio de la oscuridad, entre una vegetación de montaña cerrada y una ruta de piedra suelta, el rocío de la neblina sin notarlo me comenzó a mojar. Mi visión, a medida que ascendía iba disminuyendo. Los relámpagos del cielo me hacían temblar.

Donde estaba? Cuanto faltaba para hallar un refugio? Y qué si llovía?

    Mi cuerpo estaba denso y pesado como un costal de plomo. Segui caminando como pude, por esa ruta angosta, por momentos escarpada y de un sólo carril. El barro del suelo y las piedras dificultaban mi esperanza de dormir en un lugar seco y plano. Bebí otros doscientos gramos más de impaciencia.



    Hasta que vi algo, algo más que árboles y neblina. Otra capilla a un costado de la ruta. Fugazmente me escabullí como si fuera un felino que escapa del agua, hasta allí dentro. Esa era mi salvación, la capilla de la Virgen del Socorro. El espacio era reducido, elaborado con cemento y piedra, y tenía un aspecto terrorífico, por sus velas y vidrios rotos desparramados por el suelo. Era como el nicho de un cementerio profanado y sin féretro.
    Con dos velas intenté secar la ropa húmeda que traía puesta, durante largos minutos de impaciencia. El mosquitero lo utilicé para sellar los huecos de los vidrios rotos de la entrada. Las horas pasaban lentamente cortándome la piel como astillas de cristal. El frío era insoportable, Todo mi equipaje estaba húmedo por desgracia. El viento ingresaba enloquecido llevándose de rehén a mi ánimo de encontrar una solución. El suelo era una masa uniforme de hielo, en mi mente.
    Mi último destello de razón, en medio del caos, fué utilizar las ultimas velas que restaban como si fueran una hoguera. Sentado en el piso, envuelto en la bolsa de dormir con las velas encendidas entre las piernas, almacené algo de calor. Calor que mi cuerpo absorbía desesperadamente, regalándome bocanadas de alivio.
    La noche dió su último suspiro en el páramo, entonces renació el sol. Alcé la mirada fuera de la bolsa de dormir y admití que me mantuve en estado de vigilia, allí quieto en silencio, respirando con calma una vez dominada mi tormenta mental, durante toda la noche.
Otra vez había llegado al límite, física y psicológicamente. Otra oportunidad para volver a estar vivo. 

"Era una estrella fugáz perdida en el manto oscuro
 de una galaxia distante. 
Mi cuerpo estaba tieso como un bloque de hielo, 
en un lapso de tiempo interminable, 
y aún así no me enfermé. 
Una misteriosa fuerza descendía por algún canal, 
la energía suficiente para matenerme vivo y cuerdo".

Saciar la vida

Al mismo instante en que una bebida refrigerante helada es destapada en Europa, 
miles de niños perecen de sed a tan sólo algunos kilómetros al sur del Mediterráneo.

¿De cuál Dios es la culpa? 
¿Bajo qué objetivo ejercemos el virtuoso libre albedrío que nos fué concedido? 
¿Estamos actuando con amor o con egoísmo?

Aunque eliminemos la idea de la existencia de un Dios, 
el resultado es el mismo.

Con o sin culpa, 
con o sin responsabilidad, 
morir 
sigue siendo nuestra única certeza.

Pretendemos la eternidad 
destruyendo más de lo que producimos 
o creamos.

Pretendemos la eternidad 
como un acto de soberbia 
al creernos superiores a las otras especies.

Pretendemos la eternidad 
siendo partícipes 
o cómplices 
de la maquinaria de la muerte.

Pretendemos la eternidad 
cada vez que postergamos la realización de nuestros deseos 
en la cobarde posición de
 "no soy capáz".

Pretendemos la eternidad 
cada vez que derrochamos la facultad 
de aprovechar 
el sagrado tiempo.

Gracias a la certeza de la muerte personal
le damos sentido a nuestra vida,
 y trabajamos, 
y producimos,
 y amamos 
y jugamos 
y nos reproducimos 
sobre una delgada línea de tiempo, 
sabiendo que la obra finaliza 
indefectiblemente con la muerte del protagonista 
bajo el peso del discreto telón, 
y de sus cenizas 
quedará la esperanza 
que el día de mañana
inicie una nueva función.

Mueren los actores, 
sin embargo la obra de la existencia 
no acaba 
jamás.


Panacéa de un soñador

¿Qué sucede cuando te superan las ganas de querer vivir al aire libre?
¿Qué sucede cuando te superan las ganas de poder conversar con cualquier desconocido 
sin que te retuerzan las tripas del miedo 
o te incinere el calor de la vergüenza?
¿Qué hacer si tu corazón vagabundo te impulsa a conocer los cuatro extremos del continente 
o si es más pretencioso 
y éste quiere conocer el mundo entero?

Norte argentino


En ese momento, cuando estés solitario y aparentemente calmo o distraído, mirando el techo, un árbol o la humedad que carcome la pared, podrás sentir dentro tuyo como el latido del corazón aumenta estrepitosamente, al imaginar dichas aventuras y misterios, hechos realidad.

Podrás visualizar con el pensamiento conciente cuanto ignoras acerca del funcionamiento de esa gran maquinaria llamada vida, de sus orígenes, de sus propósitos y posibilidades.
Te encontrarás en una enorme disyuntiva, al querer apreciar algo más de lo que puedes ver. Si realmente escuchas los tambores de una alternativa aturdiendote mientras llevas a cabo la rutina diaria, no tendrás frente a ti muchas opciones.

¿Serás el joven obediente que acepta caminar por el sendero que lleva a una seguridad y estabilidad presunta, o te inclinarás por tomar una dirección incierta, carpida de ilusiones y sueños, guiado arbitrariamente por la intuición personal y te convertirás en un buscador del sentido profundo de la vida?

¿Serás capaz de calmar el ansia y domar la fiera que llevas dentro mirando a un costado o permitirás con actitud solemne que la cuchilla de la curiosidad te atraviese un pulmón para cambiar el aire que respiras?

Aceptar la primera oferta, te dará lo necesario para poder mantener el cuerpo abrigado, un sitio cómodo donde descansar, alimento en abundancia y una vida familiar rodeada de amigos y seres queridos a lo largo del tiempo...en el mejor de los casos. La segunda opción, la que desata el nudo de la garganta, se construye cada día transitando un camino sinuoso, excéntrico, tan ramificado y auténtico como los fractales de un viejo algarrobo.
Incierto será, de seguro, y en el mejor de los casos este rebusque filosófico hallará el trillo espiritual, proveyendo a través de experiencias extremas, un conocimiento profundo y sustancial, que ayude a tejer la urdimbre del horizonte con los colores de la implacable verdad, o la duda.

Con tanto tiempo para contemplar a la naturaleza; para compartir alegrías y frustraciones con humanos de miradas tan diferentes; para sentirse un otario al presenciar en otros la indulgencia que tanto nos hace falta.
Con tanto tiempo a cuestas para hacer y dejar de hacer; para irse más lejos o quedarse más cerca; para ser paisaje y ceniza; para ser un objeto de experimentación al cual le inyectarán el zumo de las circunstancias adversas.

Tiempo valioso se vivirá en cada momento, no por haber ido a conocer las ruinas de Machu Pichu o el carnaval de Barranquilla, sino por cambiar la forma de ver las cosas.


Desierto de Cabo polonio - Uruguay


Cargar esta mochila de ilusiones paganas será posible mediante la reflexión constante, el profundo compromiso personal y social, la confianza en uno mismo, la pasión desenfrenada y el enfrentamiento a la sombra que nos carcome invisiblemente por dentro.

Barra de Valizas - Uruguay
Ésta inacabable empresa que el soñador promueve a diario, le brindarán el regocijo que ninguna otra tarea fué, en el pasado, capaz de propinarle esa delicada caricia de sosiego, porque hacer lo que uno ama, es ante todo un riesgo, sin embargo con el tiempo produce esa sustancia que los especialistas en el asunto reconocen como Felicidad.

Animarse a domar el juego hasta en el peor de los casos, sigue siendo un acto de coraje e inteligencia.

Juglares, crotos y nómades

    Hay un grupo de preguntas que ha viajado a tantos lugares como los que he visitado. Un interrogante muchas veces nacido de un alma cuantitativa, que cada segundo lo mide en dinero ganado, invertido o perdido, y no utiliza el tiempo de ocio más que para estar entre amigos bebiendo alcohol o viendo algún deporte o noticiero en la televisión, para "estar actualizado".



    Estas personas siempre preguntan lo mismo: ¿Por qué viajas? Escondiendo detrás del interrogante el siguiente consejo: volvé a tu casa, buscate un empleo digno, arreglate el cabello y la barba, que esa vida que llevás no es vida. Los conozco por que me lo han dicho con mismas palabras y con la mirada despectiva.
   Casi todos ellos son hombres de cuatro o cinco décadas de existencia, que por decisiones erradas de la vida han caido en el fracaso o la infelicidad, y poseen un empleo que ni a ellos les resulta interesante. Muchos llevan la etiqueta de ciudadano ejemplar, y el vinagre interior les ha arrugado la piel como si fuera el cuello de una tortuga.
   Claro que en otra ocasiones, nace desde un sentimiento de protección o la mera curiosidad, o tal vez desde un ángulo unilateral que no permite en su imaginación la existencia de un modo de vida diferente al cuál estan acostumbrados a ver.



   Con paciencia uno intenta expandir el panorama, explicando los beneficios que conlleva una vida versátil desarrollada en escenarios que rotan al igual que el planeta que habitamos; explicando que la vida nómade sigue ocupando la mayor parte de la línea del tiempo del humano en éste planeta y en países como India, se estima que ochenta millones de personas viven de esa forma actualmente; que la mayoría de los artistas, maestros espirituales, políticos, empresarios, deportistas y filósofos han recorrido varias regiones del mundo antes,o después de realizar sus grandes obras; que si no fuera por el afán de aventura y exploración el humano quizás continuara viviendo en un rincón del planeta; que aquello que se obtiene a cambio no se puede explicar, y varía de acuerdo a la percepción que tengamos sobre las experiencias que van sucediendo, y que esta puede llegar a ser maravillosa aún estando con los pies hundidos en el lodo o un verdadero sufrimiento.



   Sin embargo, no en todas las ocasiones la respuesta llega a ser tan abundante, debido a la inquietante mirada y atención del oyente. Muchos preguntan, pero no todos quieren escuchar las respuestas, porque buscaban desde un comienzo reafirmar que la alternativa al camino que eligieron iba a estar plagada de utopías, irrealidades, espinas y fracasos. Entonces se marchan por el mismo orificio por donde llegaron hasta el encuentro de sus amigos donde hablarán del chiflado que conocieron, que de seguro estaba loco o drogado, según sus conceptos estructurales de la vida.
   Otros curiosos en cambio mudan de mirada. Esa que en principio fué rígida y cerrada, comienza a sentir familiaridad con la opinión emitida. Comienzan a recordar a algún conocido de visión semejante, o surgen más preguntas para verbalizar los miedos o dudas:


¿Alguna vez te robaron?
¿Pasaste hambre?
¿Alguien te hizo algún daño o quizo intentarlo?
¿Con tu familia mantenes contacto?
¿Con lo que trabajas te alcanza para vivir?

   Así va depurando cuál savia de árbol, la información pertinente para quitar las dudas del encuestador. Vivir en movimiento es posible. Criar un niño en movimiento es posible. Aunque muchos crean que esto último sea una condena para el niño. Eso dependerá del trato y la responsabilidad de los padres para atenderlo y cuidarlo, de la edad del niño, y de muchos otros factores. Cuantos niños son condenados al descuido y mal trato entre cuatro paredes? El sedentarismo no es ninguna garantía en cuanto a salud. ni en adquisición de conocimiento. Es más en general, aquellos padres que crían a sus hijos con espíritu nómade, conviven más tiempo con ellos que aquellos que sus trabajos son fuera de casa.
   Hablar sin saber no cuenta. Creer que una vida así, o criar una persona de esta manera es una condena para su futuro, tampoco cuenta. A mí me bautizaron y nadie me preguntó si quería ser católico, nadie me dio opción de ir o no a la escuela, porque se considera a la educación estatal como un derecho divino, y única fuente de conexión con otros niños, o con los modales establecidos y el saber. Verdades a medias. En Argentina además, en cuanto a educación es posible que los niños y jóvenes rindan libres sus exámenes si es que a futuro desean estudiar en la Universidad, conseguir algún empleo bajo un patrón o simplemente tener el título de estudios completos debajo de la almohada. Además la educación tal cuál conocemos parece estancada en el tiempo, pese a la introducción de cierta tecnología electrónica en ella. La base y cimientos de la misma no ha mutado en lo más mínimo. Por lo menos en los ejes principales. Los niños nómades interactúan con desconocidos todo el tiempo, sean niños, jóvenes, ancianos o adultos, al tener una vida a veces más pública que privada, y eso da herramientas de comprensión sociológica intrínsecas en vida cotidiana. Es decir, son alumnos casi a tiempo completo y no sólo cuatro horas diarias. La calle enseña, la naturaleza enseña,los desconocidos enseñan, el movimiento enseña. 

   Aunque se viaje durante años, siempre es posible "regresar" o buscar en algún momento el arraigo en un lugar determiando, sea para criar, vivir en compañía o soledad o de forma comunitaria, sea para trabajar de algo diferente, o cuál sea fuere la razón. Eso sucede en la mayoría de los casos, es natural sentirlo y querer llevarlo a cabo, y no hay nada malo ni bueno en ello. Son formas de ser, diferentes pero no mejores ni peores. Porque a fin de cuentas cada uno tiene motivaciones y objetivos distintos. Para algunas personas, una minoría de la sociedad occidental actual, es menester haber vivido una jornada de la trashumancia para saciar sus dudas, pasiones, o sueños.
   Regresando al tema de los niños en viaje, he conocido criaturas increíbles en la ruta, niños y niñas que me han dejado con la boca abierta en cuanto a la espontaneidad y sus genuinas formas de actuar, sentir y pensar. Al elaborar un esquema personal acerca de ellos mismos y del mundo que los rodea sin tantos condicionamientos culturales impuestos, se convierten en entes multiculturales, y en la mayoría de los casos, por no decir en casi todos, se siente la presencia de seres genuinos, sinceros,  y originales. Son ellos mismos, con cualidades personales.  
   Escribo esto, no sólo a través de mi experiencia, sino de la cientos de humanos con los cuales he compartido algún momento de mi vida.



  Un profesor de filosofía de Usuhaia (Argentina) renunció a su cargo, equipó un motorhome y proyectando cine en una pantalla gigante al aire libre fué recorriendo Latinoamérica. Tenía en el comienzó 49 años.
  Un abogado español renunció a su empleo, equipó una bicicleta y haciendo números de Clown llevaba recorriendo países de los cinco continentes. Tenía en el comienzó más de cuarenta años.
  Una familia de Francia, una pareja y sus dos hijas, viajando por el norte argentino en tres bicicletas. Contentos, unidos, realizando unas largas vacaciones de tiempo definido por un continente de lengua extraña.

  Un uruguayo viajando a dedo, en ese momento por Ecuador, haciendo vuelos en parapente como trabajo. Cargaba sus dos mochilas y una sonrisa de oreja a oreja.

 Éran músicos, poetas, gastronómicos, malabaristas, payasos, artesanos, tatuadores, retratistas, diseñadores, ilustradores, pintores, periodistas, profesores de yoga, guardavidas, acróbatas, escritores. Algunos cargaban un título universitario y una profesión en el bolsillo, otros ni siquiera habían finalizado la escuela primaria.
   En la Edad Media, en Europa a este espíritu de gente se los conoció con el nombre de Juglares. En otras épocas, en otras regiones fueron caminantes, peregrinos, trashumantes, andariegos, vagabundos, viajeros, wanderer, hippies, hobos, errantes, linyeras, crotos y mochileros. Los nombres mudan, y los propósitos también. De todas formas entre ellos muchas veces encontraron amistad, comprensión, familiaridad. Son una minoría, una inmensa minoría.


  Sin embargo siempre estuvieron y estarán ahí, en cada pueblo, en cada ciudad y capital, en cada inmensa porción de naturaleza, inhalando los perfumes de su libertad. Tan locos y tan benditos por ser fieles a sus deseos, por hacer eso que se les da la gana, por escuchar el susurro que la conciencia les iba soltando con delicadeza al oído, para que la calma ya no sea una quimera, y las fantasías no se mueran en el limbo de la ilusión.
  Habrá bandidos infiltrados, viciosos involucrados, y algún que otro ser dominado por la agresión entre ellos, porque son seres dinámicos, sociales y no obedecen a un registro de reclutamiento, ni a un código sectário, es más son "el club de los que no tienen club". Justamente es esa falta de pertenencia lo que les da identidad.
   Es una fiesta de disfraces donde cada cuál elige que vestirse. Es la libertad de ser, hacer, ir o quedarse. Es la libertad de rechazar, aceptar, compartir o alejarse. Es la libertad de amar, conversar o callarse. Es la LIBERTAD o su busqueda aquello que en cada uno de ellos en cierta manera vive o intenta vivir.



Preso en el extranjero

Vísperas de Navidad en un centro católico de San Mateo

Hermano tengo frío, me duele el cuerpo de tanto tensar los músculos.
Madre tengo hambre, ayer desayuné, está atardeciendo y desde entonces no volví a probar bocado.
Padre me estoy volviendo loco. Me encerraron dentro de las cuatro paredes de una celda junto a un peruano indocumentado. Tenemos un sólo colchón y nada de abrigo, más que la ropa puesta.
Llevamos un día y medio encerrados entre el hielo del anonimato.

¿Quién sabe que estamos acá? Nadie.
¿En qué momento nos van a soltar? Quién sabe.

Afuere llueve y toma un baño la ciudad, para limpiarse de toda la porquería humana que la habita. Corren como de costumbre las ratas en busca de refugio, y algunas se visten con uniforme policial.
Anoche rasgamos el colchón con las uñas, con los dientes, destrozando un extremo para buscar dentro un poco de calor. Dormimos juntos y apretados dentro de un capullo de cuerina para dejar de temblar y conciliar algunas horas de sueño.
David es piel, delirio y huesos. Un narcótico ambulante. Está rabioso como un perro, grita, putea, le da patadas a la puerta de metal. Pero ella no se abre, y los presos de las celdas contiguas lo obligan a callar. Yo intento buscar la calma, reconciliándome con el silencio.
Es mi segunda detención en Ecuador por hacer malabares en los semáforos; por realizar una actividad que corrompe mi visa de turista al recibir dinero a cambio del espectáculo.
Hace treinta días, después de una semana de encierro, fui deportado a Perú, y acá estoy de nuevo, rezando para que esta vez mi condena no sea de un mes.

Malabareando junto a Pichi en Quito


Cierro los ojos e intento visualizar la esbelta figura de la paciencia, pero no recuerdo ni el aroma de su piel. Aquello que tanto temía nuevamente aconteció, y me duele mucho la indiferencia de quién nos atrapó en éste corral. ¿Es éste el precio de mi libertad?
¿Cuál es el daño moral que le genera un simple malabarista a una nación?

Antes de finalizar el segundo día los parientes de un preso ecuatoriano nos regalaron las sobras de una ración de comida para compartir entre los dos ( arroz blanco, pollo y pan ); después de relatarles nuestra situación a través de los barrotes de la puerta. Ya nos estábamos saturando de tragar tanta saliva. Me doy cuenta lo increiblemente frágil que es el hilo que sostiene la cordura.
Quisiera reventar la puerta y correr desnudo un mes entero por Nicaragua, o atravesar el grosor del metal con la intensidad de un trueno. Sin embargo, no consigo hacerlo. No consigo hacer nada.
Cerrar los ojos y respirar profundo, sigue siendo la mejor opción.

Al tercer día nos mudan de celda, previa incursión al baño. Mi vejiga está que explota. Descargamos todos los detenidos juntos, un termotanque de orín. El olor a culo del pabellón es contundente. ¿Y la ducha? una ilusión.
Se suman dos colombianos a la habitación del pánico. Jóvenes, delgados, miradas esquivas. Prefieren no conversar.
Continua el frío en la sierra ecuatoriana, y también la falta de abrigo. Otra vez a rasgar con fervor un colchón. Por suerte hay suficientes para que descansemos por separado.
Nuevamente nos alimentan las donaciones de los parientes de los reos. Nadie sonríe, nadie llora.
Hay una pequeña ventana casi al rás del techo. Hacemos turnos para contemplar la lluvia y la gris atmósfera de la ciudad.
Cerrar los ojos y respirar profundo, continúa siendo la mejor opción.

Al cuarto día abren la puerta de todas las celdas. Litros de orina amarillenta caen en forma de cascada en los mingitorios nuevamente. Suspiros de alivio. Una alegría seca y perseverante flota en el aire.
Somos más de quince en ese gran pabellón de cinco celdas de hombres silenciosos.
Cierran la reja general, entonces todos corremos a la única celda que posee un televisor. Es la jaula de quienes esperan para ir a la grande. Allí hay ropa de cama propia de cada preso; bolsas con restos de bandejas y recipientes descartables, y unas tres camas cuchetas.
El televisor sólo sintoniza los canales de aire, aunque a nadie le interesa. Por un momento me percato que estamos hipnotizados por un artefacto ruidosamente luminoso que nos ayuda a olvidar nuestra actual condición de encierro. Agradezco por eso.
Pasan las horas y justo cuando el barco se hunde y esta finalizando Titanic, ingresan tres policías agrios al pabellón y nos dispersan. Cada pajarito de regreso a su jaula. Al igual que el legendario barco, me hundo de melancolía en un mar de pena.
Antes de apagar la luz para irnos a dormir, llega un nuevo compañero a la celda internacional. Un profesor universitario de Norteamérica. Es adulto pero tiene actitud de anciano. Otra mancha de humedad en la pared.

Al día siguiente converso con el gringo en su lengua materna. Afirma ser profesor de inglés y no hablar español. Detalle enigmático y contradictorio. ¿Cómo alguien puede enseñar una lengua y si no comprende la otra? Raro, allí dentro, absolutamente todo es raro.
De todas formas continúo conversando con él para ocupar el tiempo. Es un hombre de cinco décadas, refinado, estatura media, pero de mirada ajena. Al igual que el resto opta por no hablar demasiado. Ambos callamos. Continúa el silencio y la incertidumbre de no saber cuándo nos van a soltar lastima. La herida invisible arde por dentro. Siento como me estalla el cerebro. Puteo al forro que inventó el sistema penitenciario.

Estoy flaco, sucio y abandonado.

Aguantar el hambre se hace un poco más soportable. No ir al baño cuando uno lo desea también. Adapatabilidad en aumento. De todas maneras la situación continúa siendo una mierda.
Ahora somos cinco aguardando para observar por esa pequeña ventana, una molécula del mundo externo.
Nuevamente chupamos los huesos de pollo que alguien almorzó, comemos algo de arroz blanco y más pan. Con agua y gaseosa, desatoramos la cañería corporal.
Antes de caer la noche, el norteamericano recibe la visita de su abogado. Conversan en inglés. Llego a comprender que lo acusan de abuso sexual por parte de una alumna. Me da un poco de asco ese hombre disfrazado de humano elegante y formal.
Cerrar los ojos y respirar profundo sigue siendo la mejor opción.

Nuevo día. Por la mañana dos policías retiran de la celda a los colombianos y por los pasillos se libera una brisa de felicidad. Una hora más tarde llega nuestro turno. Saltamos de alegría con David. Nos van a deportar a Perú, pero ese sinceramente nos da igual. Que nos suelten en China o en Camerún, nos da igual. Libertad, amada y preciada libertad al fin volvemos a tus brazos.
Caminar, correr, sentir el sol, el viento, poder comer cuando uno tiene hambre, elegir que comer, estar abrigado cuando hace frío, son cuestiones simples. Gracias al encierro las comienzo realmente a valorar.

Nos retiran de la celda, y nos trasladan en un móvil policial. Al gringo nadie le dice ni chau. Firmamos algunas planillas protocolares en la comisaria antes de retirar nuestras pertenencias del hospedaje donde estábamos alojados previamente. Todo sucede demasiado rápido. Nos llevan sin garfios de metal. Efectivamente nuestro próximo destino es la frontera con Perú.
Antes de salir de la ciudad, detuvieron la camioneta y uno de los tres policías compró un tamal de maíz para cada uno y una gaseosa. Comimos a un costado de la ruta, como si fuéramos amigos de toda la vida. Encienden el motor, y el conductor no deja de pisar el acelerador hasta la frontera.
En el camino a través del vidrio de la camioneta, en el departamento de Machala, volví a apreciar la mayor plantación de bananas del mundo. Un auténtico monumento al potasio. Me siento un tipo afortunado al poder estar ahí.

Los vaivenes de la ruta me despiertan una tormentosa náusea. Me aturde una horrible sensación de malestar. Otra vez mi cerebro esta cerca de la implosión. Respiro profundo y dejo caer los párpados. No llega la calma, sin embargo la situación mejora considerablemente. Entonces para ayudar a pasar el rato converso con los uniformados. El policía que maneja es de alto rango, y nos pide perdón por el maltrato que recibimos en el centro de detención. Le agradecemos su compasión tardía, mientras nos relata su pasión por las riñas de gallos, contento de haber ganado doscientos dólares el fin de semana que aconteció. Tales riñas son ilegales. No sé si putear o rezar un Ave María. Pienso un poco e ignoro las dos.

Llegamos a destino. Aduana ecuatoriana. Más papeles de por medio para confirmar la deportación. Día 22 de Mayo del 2012. Sello, firma y otra vez a la camioneta.
Atracamos en Perú. Más papeles de por medio, ahora para habilitarnos el ingreso al país. David no tiene documentos, entonces lo demoran en un cuarto privado. A mí me dan diez días para salir del país. Los policías ecuatorianos emprenden la retirada, y no hay abrazos de consuelo. Me quedo sólo, masajeando con sudor unas monedas en el bolsillo, ansioso por salir de ahí.
Quince minutos más tarde, aparece mi parcero. Estamos en Perú, Aguas Verdes, nuevamente a la deriva. David se ríe y chocamos palmas.

Pasan los horas, el desconcierto. La caída al mundo libre es una colisión inexplicable. Atardece y estamos tan aturdidos que no hacemos nada. Nada más que observar un mapa para ver en que dirección vamos a avanzar. Nos sentamos a cenar afuera de la casa de una doña, a cien metros del puesto policial, frente a una cancha de fútbol, donde están jugando un partido.
Brindamos por la libertad bebiendo Inka cola.

Aterriza la noche. Antes de cancelar la cuenta, probando un delicioso plato de comida casera, dos personas en moto con armas en las manos abren fuego en dirección a la cancha de fútbol. Estalla pólvora en el aire.
Instantáneamente bajamos la cabeza, y más de uno se entierra de jeta en el piso, tragando tierra y pavor.
La moto rápidamente acelera su andar, y los jugadores cuál cucarachas de una grasienta cocina, desaparecen de la zona iluminada. Al parecer nadie recibió ningún impacto de proyectil. Falsa alarma. Cosa de todos los días, afirma la doña. Cancelamos la cuenta. Regresamos al puesto policial bajo la oscuridad de la noche, donde ya no hay nadie, y rodeados de anónimos demonios, cautelosamente en un rinconcito de cemento nos fuimos a dormir.


Balance

Había decidido irme lejos,con la excusa y los ánimos de conocer un poco el mundo. Atravesando sus viejos caminos entre los destellos que emite la naturaleza y las realidades humanas distantes, fui recorriendo poco a poco, un torbellino de situaciones muy dispares entre ciudades, pueblos y países.
No me dolía tanto la distancia de mis familiares y antiguos amigos porque era demasiada fuerte cada experiancia que transitaba entre mis soledades y diversos circulos sociales. Ambos se iban trazando como garabatos difusos en la hoja en la hoja en blanco de mi gigantezca ignorancia.
Tantos personajes, tanta conversa, tantos paisajes, enseñandome lecciones como a un alumno, irían despellejando la cáscara del huevo que no me permitía ser completamente libre.

Consumí aquello que me fué convidado, acepté la companía de hombres de familia y de humanos marginales, conocí el encierro de las jaulas durante doce días en Ecuador. Experimente la injusticia en mi piel y en el alma, y vi los horribles polos de explotación social y de la naturaleza.
Conviví con ermitaños en tierras aisladas, y conocí la bondad anónima de quien regala un plato de comida y una sincera sonrisa.

Fui bendecido y protegido cada día, aún estando mojado bajo la lluvia o muerto de calor sin un techo ni paredes que me acobijen.
Experimenté el amor verdadero que ocultamos detrás de un coraza de papel celofán, adentro mío y en aquellos que m lo mostraron sin la necesidad de mediar palabras.

Perdí la paciencia, y me hundí hasta el fondo de mis delirios, de mis complejos y miedos... experimentando el dolor de quien se ha equivocado y no reconoce la responsabilidad de sus actos.
Recordando infelizmente que aún continuaba siendo un niño.

Hice acusaciones y tuve prejuicios, y con el tiempo caí en cuenta que yo había hecho, dicho o pensado lo mismo. Le eche la culpa al resto, por el sufrimiento causado en cada rincón del mundo.
Más tarde me percaté que recibimos lo mismo que sembramos y siempre hay una salida esperando que elijamos su camino.

Con el tiempo y progresivamente, me fui acostumbrando a dormir sin colchón, a no quedarme en un lugar fijo, a cargar con poco equipaje, con poco dinero y soltarme a compartir con cualquier persona, comprendiendo que de todos aprendemosalgo diferente, y a todos podemos enseñar un enfoque distinto.

Me caí incansables veces guiado por el ciego egoísmo y atraje hacia mi aquello que deseaba, pero también aquello que tanto temía.
Los días de viaje se me hicieron largos, magicamente largos.
Procesar y descifrar cada acontecimiento lo considero hoy día el mayor y más importante
trabajo. Valiendome de la información concluida como una herramienta de crecimiento y aprendizaje.

Transcurrieron cinco años desde aquel comienzo, y algunas visitas familiares.
Transcurrieron diferentes formasde moverme y con cada una de ellas una nueva formade entender la vida, la realidad y eluniverso.
Trancurrieron muchas personasa mi lado, para acompañarme y disfrutar juntos la hermosa expriencia de estar vivos.

Estiré las piernas, levanté los brazos y desnudé mi cuerpo en incontables ríos, lagunas y charcos estancados.
Y lo más simple brilló a mi lado.

Muchas situaciones se pusieron verdaderamente difíciles, estando tan lejos, estando tan sólo. Respiré profundo y actué como sentí que era lo más correcto, y las nubes tarde o temprano despejaron el cielo de mi visión.

A fin de cuentas, sólo soy un caminante zurcando una multiple variedad de caminos, aprendiendo a ser felíz sin la necesidad de medir el tiempo ni calcular las distancias.

Recuerdo haber leído grandes verdades en más de un papel, y también creo haberlas sentido en mi conciencia volatil dibujando espirales en el aire.

Hoy acá estoy, siendo una simple partícula que conforma el enorme instante, moviendose entre los escurridizos pasillos del inagotable tiempo y aceptando con alegría las reglas que le dan vida a mi diminuta existencia.


El profeta linyera

    Sus rasgos faciales eran sin dudas de otro planeta, o quizás de otra época, de algún tiempo donde aún no existían licuadoras eléctricas, más que en la imaginación de algún soñador. Miguel era delgado como tronco de ficus y llevaba el cabello grisáceo, largo y amarrado con un elástico. Estaba pulcro como la conciencia de un santo, y cargaba como única pertenencia una mochila mediana en su espalda. Vestía una camiseta manga corta, unos pantalones jeans clásicos y un par de zapatos para hacer largas caminatas. Lo más peculiar en sí, no era su fisonomía o su clásica forma de vestir, sino el hecho de que residía en la calle y dormía afuera de la Iglesia católica de La Victoria hacía trece años. Era en lo personal el linyera más elegante y refinado que había conocido a lo largo de mi recorrido por Sudamérica. De hecho si él no se hubiera acercado a conversar con nosotros, jamás hubiera imaginado que vivía en la calle.

La casa de Miguel

     Estábamos esa mañana en la plaza del centro de La Victoria, una ciudad que está emplazada a menos de cien kilómetros de la capital venezolana. Una ciudad industrial como muchas otras. Miguel llegó caminando e iniciamos la conexión. Él era oriundo de Caracas, y se crió en una familia pudiente. Sin embargo en una etapa de su vida, carente de sentido hasta el momento, había tomado la firme determinación de iniciar una vida callejera como herramienta para dedicarle el cien por ciento de sus días y de su tiempo a un camino espiritual. Había escuchado un extraño llamado, sin embargo decidió obedecerle. Sin comprometerse con ningún templo religioso abría sus puertas a la interacción con cualquier humano que precisaré compañía, una oración o un consejo de apoyo. A veces dentro de los colectivos urbanos predicaba aquello que había aprendido, a cambio de un abrazo, una sonrisa o una moneda. Otras veces sólo contemplaba las maravillas que sucedían a su alrededor. Al hablar uno notaba fehacientemente que la calma habitaba en los bolsillos de su pantalón.
    Miguel elegía de esa forma un camino no muy diferente al cuál tomaron ciertos maestros espirituales como San francisco de Asís, Jesús el nazareno, o Siddhartha Gautama. Él alimentaría almas, y recibiría a cambio el alimento para su cuerpo en forma de donación.

    Al inicio del año 2014 el barril de petróleo había caído porcentualmente y un país que depende de la venta de hidrocarburos y los petrodólares para importar alimentos, con semejante cambio estaba en situación de emergencia, por lo tanto conseguir alimentos no era algo tan fácil. Largas hileras de personas como si fueran hormigas en reposo, debían aguardar cada día afuera de los mercados durante horas para conseguir quizás dos paquetes de harina de maíz, o un litro de aceite. Lo mismo sucedía con las bombonas (garrafas) de gas y otros insumos básicos y necesarios para el consumo diario en las ciudades. Hasta ese entonces cargar el tanque de cualquier automóvil costaba menos de un dólar (un centavo por litro), siendo siempre mayor el dinero que se dejaba de propina a los empleados que el que se gastaba para la carga. Lamentablemente el petróleo no se puede comer, pese a su abundancia en esas tierras.
    En el 2011 Venezuela llegó a ser el país con la mayor reserva petrolífera del mundo y de aquellos que más exportaba tanto crudo como hidrocarburos. A partir del 2014 la producción comenzó a caer en picada. Más de dos docenas de funcionarios ejecutivos de PDVSA, la petrolera estatal venezolana cuál llegó a ser la segunda empresa con mayores ganancias de Latinoamérica, fueron arrestados por corrupción. Estaban relacionados con la alteración de cifras de la producción de crudo, causando daños patrimoniales de más de mil millones de dólares. Cómo para tener una idea de la situación que se estaba viviendo y la influencia económica de los honorables ladrones de guante blanco.
   
    En un momento dado, estábamos con Marita y Miguel sentados formando un círculo en la grama sombreada de la plaza, sonriendo. Nuestras bicicletas descansaban a un costado, mientras conversábamos plácidamente en el espacio público, y sin darnos cuenta habían  transcurrido cuatro horas de charla. Ya era más de mediodía, y nuestros estómagos comenzaban a exigir algún alimento de forma exhaustiva. Éste hombre solía ser invitado a almorzar en la casa de alguna familia a la cuál predicaba, entonces acordamos un reencuentro en el mismo lugar a las tres de la tarde, para seguir compartiendo experiencias, creencias y pensamientos.
    Él nos recomendó antes, visitar la Plaza de Toros. Ésta al igual que otros santuarios erguidos en homenaje a la muerte de la compasión humana, había dejado de ser manchada de sangre inocente por diversión, mudando su nueva función a Plaza de Todos o Nuevo Circo, un centro cultural abierto a toda la comunidad.
Plaza de Todos

Arepas a la parrilla

    A pocas cuadras levantaba sus grandes muros circulares el predio municipal libre de toros, o de toros libres mejor dicho. Entonces acudimos allí. Golpeamos el portón, gritamos con énfasis hasta que nos rendimos al no recibir respuesta alguna. Almorzamos un plato sencillo en un bar cercano y justo cuando salimos de aquel sitio ruidoso con aroma a eterna resaca, apareció uno de los encargados del centro cultural. Un tal Cosme. Al ver las bicicletas cargadas de equipaje nos ofreció un lugar cubierto para acampar en la gigantesca plaza. Regresamos acompañados e instalamos la carpa entre los muros bañados de graffitis coloridos y las monumentales escalinatas para el público de las antiguas toreadas. Un camping municipal totalmente excéntrico.
    Uno de los recintos que funcionaba en el pasado como corral de toros era la ducha. Los otros estaban desocupados. Había una pequeña huerta cultivada en un antiguo pasillo. Sillones y bancos rescatados de la basura y una parrilla incrustada dentro de un tarro de combustible completaban los enseres de la funcional cocina comedor. El dormitorio de Cosme era la caja cerrada de una camioneta que no tenía motor. Fushi, otro de los personajes que allí dormía, había improvisado su cuarto arriba de las ex boleterías con mobiliario también proveniente de la calle. Eran gente sencilla adaptada a la situación del país.

   El tiempo agitó de un exabrupto las agujas del reloj y de repente eran las tres de la tarde. Apartamos las bicicletas a un costado de la carpa y con la velocidad de un delfín en mar abierto encaramos la plaza, al reencuentro del profeta linyera.
    Eran casi las cuatro de la tarde cuando de lejos vimos llegar con una enorme bolsa en la cabeza y un rostro jovial a nuestro amigo Miguel. Ya había almorzado y aquello que cargaba eran kilos de alimentos no perecederos (arroz, legumbres, fideos, harinas, etc). Como él habitaba en la calle y no tenía donde cocinar, nos donaba esa abundante y gloriosa bolsa, haciéndonos recordar que estábamos en época donde abastecerse resultaba una tarea sumamente cansadora. Sin dudas, aquel hombre humilde estaba efectuando una gran y anónima obra en su camino.
    Miguel había sido parte de la Plaza de Todos, pero por motivos ideológicos se había exiliado de allí, ya que todos lo consideraban un loco. Y no cabía dudas, Miguel era algo extraordinario, un individuo que sobresalía de la masa uniforme, no por su locura aparente, sino por su gran corazón. No con todo el mundo lograba esparcir sus semillas de amor, porque el materialismo, la vanidad y la envidia son los maquillajes que más nos agradan usar en la sociedad, aún sin darnos cuenta, y éste ser con su grandiosa paciencia y bondad demostraba en hechos sus sentimientos y maneras de pensar. Algo que muchas veces genera desconcierto, ya que al ver reflejadas nuestras faltas y nuestros errores en la impecabilidad del otro, podemos llegar cometer inconscientemente actos de humillación y rechazo a quién nos está brindando una mano. Sólo basta con recordar la crucifixión de un gran maestro hace más de dos mil años en Oriente Medio, que por compasivo y sincero lo mataron.

   Al no necesitar casi nada material para vivir y poner su alma en sacrificio y en sintonía con sus inquebrantables creencias, Miguel había desarrollado una potente fuerza interior que lo llevaba a vivir alegre cada día sanando la ceguera ajena,. Me hacía recordar una de las leyes supremas: "ama a tu prójimo como a ti mismo" y "no hagas a los otros aquello que no te gusta que te hagan a ti". Premisas tan simples y tan básicas que a todos nos gusta olvidar.


Comimos unos fideos crudos a modo de caramelos con un poco de queso, mientras continuamos conversando en frente de la Iglesia, a donde él verdaderamente no le agradaba ingresar. Miguel estaría rondando los cuarenta años de vida, sin embargo su claridad mental y espiritual no tenían métrica. Cuando el sol cayó rendido al atardecer, nos acompaño hasta la puerta de la Plaza de Todos. Nos levantó inesperadamente del suelo a cada uno de un enérgico abrazo, agradeció nuestra compañía realizando algunos mudras orientales, y nosotros la de él. Más tarde se fue y pese a que nos quedamos una semana en dicha ciudad y de haber pasado por la Iglesia en más de una oportunidad, nunca más lo volvimos a ver. Haberlo conocido de todas formas, me quebró la mente.







Plaza de Todos