"Sálvame Jebus"

 

   Alta en el cielo un águila guerrera. Qué águila si no hay más que chimangos en la provincia de Santa Fé. Bueno, es cierto. Chimangos en el cielo bajo un cielo nublado, cerrado, indeciso y gris.
    Amanecí aquel 30 de abril de 2018 en el camping abierto de una estación de servicio. Cesped cortado al ras cuál cabeza de milico, tranquilidad de pueblo, dulces y deliciosos sueños en una carpa de cuarta. Desayuné unos sorbos de agua de canilla y le dí cadencia al pedaleo. A los pocos kilómetros ingresé a Peyrano. Pueblo chico, de esos donde hay más vacas y perros que humanos. Como era feriado no había gente en la calle y todos los comercios estaban cerrados. 
    Comenzaron a humedecer el ambiente unas finas gotas de lluvia, luego de que almorcé una lata de porotos de soja en conserva. El pavimento transmutaba en tierra, cañadas y silencio. Al interrogar a un vecino por el camino que debía tomar para cruzar de provincia, recibí de regalo un pollo, dos morrones y una bolsa de sal. Nicolás Bracaglia era su nombre. Me asoció directamente con Santiago Maldonado. Me pidió que me cuide porque todo estaba mal y la gente se pone loca cuando les aprieta el bolsillo. Descendieron de su rostro unas sinceras lágrimas de empatía y protección familiar. Puteó a los corruptos que nos gobiernan y a los gendarmes que cuidan las fronteras. Puteo a los que violentan a aquellos que defienden los derechos del pueblo y de los marginados. Puteo a todos los que nos dejan sin empleo y en bancarrota. Me regaló doscientos pesos y me bendijo con lágrimas benditas. Le agradecí por cargar con tanta humanidad en su robusto cuerpo de monte y campo. Entonces crucé un arroyo sobre un puente y me sentí orgulloso de estar viviendo nuevamente en el camino.
    La ruta vecinal de tanta humedad estaba pegajosa, y no me permitía avanzar demasiado rápido. Tan sólo unos kilómetros más adelante la lluvia que veía tan lejana me dió una cachetada. No tuve más opción que acostar la bicicleta a un costado del camino y tapar todos los bartulos con un plástico. Quede atrapado de esa manera debajo de la lluvia que gradualmente todo enfriaba. Otoño ya no es verano. Otoño derriba hojas, linyeras y ancianos. El invierno al aire libre es la muerte.
    El suelo de tierra se convirtió en breves minutos en un charco de barro. y mis pies nadaban dentro del acuario. Alrededor de una hora más tarde, según mis cálculos mentales, disminuyeron las precipitaciones consiguiendo escapar del capullo. Sin embargo el camino era fango y de tan chicloso y adherente estaba apto para pegar azulejos de baño. 
    

Pasada la primer tormenta


  De todas formas avancé, avancé como pude. Tenía una montaña rusa de barro atascandome la bicicleta. A dónde volver cuando el pasado ya no te pertenece, adonde ir más que para adelante aunque sea una quimera.
    Quinientos metros más adelante, costosos y duros quinientos metros más adelante estaba el ingreso a las vías del tren, mi potencial salvación. Pero nuevamente se rajó el cielo y aterrizó otro mar de agua dulce sobre mi cuerpo para mojarme la reciente felicidad adquirida. El plástico que en su otra vida fue envoltorio de un colchón matrimonial me volvió a oficiar de refugio. Estaba vez el cielo estaba cerrado como culo de muñeco. "Avanza caminando querido, o te vas a morir de frío". Lo que usted diga señorita consciencia. Entonces me disfracé de fantasma con una sábana de plástico y  comencé a peregrinar hasta donde me dirigía la locura por el centro de las vías del tren. 
    12 kilómetros debajo de la lluvia, 12 kilómetros debajo de un plástico, 12 kilómetros debajo de la noche y sin luces, para llegar a un pueblo donde el único policía del cuartel me esperaba con su arma en la mano.
    Bienvenido a la provincia de Buenos Aires, monstruo. Recomendación: vacunarse lo antes posible, que el miedo al igual que otras pestes, se contagia. Pese al terror que le provocaba ver a un hombre de capucha empapado con una bicicleta envuelta, el policía me ayudó a contactar al encargado de la única iglesia del pueblo. Sosa me abrió las puertas del tinglado y sobre una tabla de madera en el piso conseguí descansar.
    La lluvia culminó 48 horas más tarde y por lo que conseguí adivinar, los sapos estaban felices.

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