Ruinas de Shincal




El Shincal de Quimivil, es un parque arqueológico conformado por ruinas precolombinas que se localizan al sur de la ciudad de Belèn, y  al norte de Londres, Argentina.

Una de las montañas cortadas a la vista
Aún sobreviven los restos arqueològicos de la antigua ciudad construìda y administrada por el imperio Inca alrededor del siglo XV en lo que hoy denominamos Argentina. La misma se encontraba en el recorrido conocido como Camino del Inca, una red de vìas de comunicaciòn de miles de kilòmetros que interconectaba los distintos territorios y ciudades pertenecientes a los vastos dominios de esa civilizaciòn. Allì se pueden observar dos cerros aterrazados, (a los cuàles se puede ascender), recintos habitacionales (kancha), un gran galpòn o depósito (kallank), una plataforma ceremonial (ushnu) y canales de riego. 

Visitar este lugar, que prácticamente se encuentra fuera del círculo turístico del norte argentino, vale la pena. Calma, austeridad y vestigios rocosos erguidos en la infinita vastedad catamarqueña. Vestigios de una forma distinta de organización social, vestigios de una cultura, que como muchas, pereció bajo el domino de otra.






Alas y ruedas




Hasta el momento había sido la mejor droga,
la más atractiva, la más tentadora, y la más celosa
tanto que no me permitía caer en las viejas escorias del pasado.
Apretaba los dientes recordándome que ya no las necesitaba.

Sus ojos negros de caucho barato
Me habían arrastrado hasta límites totalmente desconocidos
aullándome como un lobo estepario
para que los supere con vehemencia

Con el tiempo y en silencio
me enseño a conversar con el viento
a bañarme en sucesivas capas de sudor,
a superar el hambre a la fuerza
y el cansacio muscular,
a encontrar ríos y quebradas escondidas
entre árboles y piedras del monte.

Me enseño los beneficios de la paciencia
( aunque aún la siga perdiendo )
y a no creerme mejor ni peor que nadie.

Para comprenderla en más de una ocasión
entre mis manos, entre mis piernas
se partió en mil pedazos,
entregada al gusano hambriento del óxido
a los vidrios de cervezas rotas arrojadas por la ventanilla de algún buen ciudadano,
a los alambres sueltos de las cubiertas recapadas reventadas de los camioneros,
al cansancio, 
porque el metal es como el hombre
en algún momento se cansa.

Y así aprendimos a convivir.
El humano y la máquina,
la carne y el hierro,
la mente y el corazón

Para darle forma, sentido y acción
a los pensamientos volátiles
de hacer real
los deseos más íntimos y mejor guardados 
en el baúl de mis sueños.

Pedaleado a más de 4 mil metros sobre el nivel del mar

Debajo del puente



Debajo de los puentes suceden cosas. Siempre suceden cosas. Cosas raras y misteriosas sobretodo. Son como los galponcitos abandonados de las viviendas; como los sótanos oscuros y húmedos; como los altillos que nadie visita. Ahí, en un mismo lugar, se junta toda la porquería. 
Para muchos los puentes son un lugar de encuentro, que ante la catástrofe de un día convencional, puede rescatarles una sonrisa o llevarles de viaje a otro plano mental. Sobre el puente transitan trabajadores, estudiantes, entes productivos y mercaderías, y por debajo funcionan las oficinas del centro de reclutamiento del ser marginal. Así es, podrás encontrar además de excursionistas momentáneos de la calle, a gente viviendo plenamente instalados en un hogar compartido sin ningún tipo de infraestructura ni gran comodidad. Son esas personas que no figuran en los censos, esos hermanos perdidos, esos hijos olvidados, esos amigos que ya no se sabe a dónde fueron a parar.


Ranchándola en una casa abandonada en Porto Belo - Brasil

Una tarde en la ciudad de Manta, Estado de Manabí, Ecuador, tuve la urgencia de ir a orinar cerca de la columna de contención de un puente cercano a la terminal de colectivos. Hacía un calor machacante aquella tarde y poca gente circulaba por las calles. Había dejado de hacer malabares en el semáforo por tal razón. Mi perímetro corporal estaba recubierto de una gruesa capa de sudor, que me daba el aspecto de estar embutido dentro de un envoltorio intensamente incómodo. Creo que bajo los efectos del calor húmedo todos nos convertimos en chorizos humanos ambulantes.
En el momento justo en que me dispuse a descargar mis orines contra el pasto, un hombre sin techo, salió sorpresivamente detrás de un árbol. Como si fuera un ente fantasmal, no me percaté de su presencia hasta tenerlo tan próximo que casi alcanzo a mearlo.  A él poco pareció interesarle la cercanía y mucho menos ser orinado. Tenía olor a eructo de gato domestico, impregnado en su ropa y en su piel.
Conversamos un momento mientras efectuaba mis secreciones naturales. Cómo había onda y no le daba vergüenza ver un 37% de mi cuerpo desnudo, me invitó a compartir un momento junto a su familia. El señor de aspecto desaliñado, rostro curtido por las radiaciones del sol y con urgencia postergada de higiene, no parecía tener malas intenciones. Entonces acepte caminar junto a él. 

Dimos la vuelta a la columna de concreto y en un semicírculo reparado del viento se encontraba el ejército de  la perdición. Alrededor de ocho personas estaban sentadas en el piso, apoyando sus espaldas contra la pared. Una mujer morena, excesivamente obesa y un joven de más de veinte años estaban hundiendo su respiración en una bolsa cargada de pegamento, inflando sus sienes con tolueno; otros dos conversaban a los gritos incoherencias y extravagancias al cielo; tres cargaban sus pipas artesanales de aluminio con pasta base y dos o tres más, alejados del resto estaban en un rebosante estado de paranoia, registrando a los peatones lejanos con mirada de águila depredadora. El escenario se presentó tan de repente que saludé a los que pude con la mano y me enterré como un ñandú en el piso, junto a los que incineraban otra dosis de polvo químico. Era evidente, por las actitudes y los vestuarios que traían, que todos ellos vivían en situación de calle, entre los vértices de la fisura.
En la misma y única pared donde estábamos apoyados había una frase escrita con carbón vegetal que rezaba, “cuando muera iré directo al cielo porque ya cumplí mi condena en el infierno”. Al leerlo se me erizaron los pelos del brazo y una voluminosa gota de sudor frío corrió libremente por mi espalda.
Otra ranchada de crotos citadinos, en vías de autodestrucción.
De pronto uno de los paranoicos se aproximó para ofrecerme su mercadería. Y como ya estaba en el baile, le pase menos de tres dólares en monedas y me devolvió con actitud de camarero un puñado de papeles. Me sonrió con una mirada fuera de órbita mientras otro de ellos me pasaba un tabaco y su pipa. Fumamos el cigarro a medias mientras íbamos guardando las cenizas en el cuenco de la pipa. Mixturamos el ingrediente del primer papel en la misma, y le dimos candela. Dos o tres caladas cada uno y quedamos íntegramente de la cabeza, estallando con cada bocado como una centella . La volada de peluca era tan vertiginosa que perdí el equilibrio aún estando sentado. Metele nafta que la hoguera está que arde. Otra vez me subía al carrusel de la demencia, rodeado de almas en ruinas. Un papel tras otro, un pipazo tras otro, fluctuando por el cemento cósmico en un viaje interminable a la deriva. La mente es un cohete. Los pensamientos, alfileres. Mi alma no quiere más.
No quería saber nada con aquel submundo, pero por alguna razón había buscado experimentar aquello que estaba viviendo. Juntarme con los linyeras que estaban perdidos en la estratósfera y ver con los mismos ojos al mundo. Aunque diagramemos el propio infierno con crayones de azufre el lienzo, buscando comprobar que tan profundo puede llegar a ser el abismo de la realidad.  No me importaba, mi alma y mi cuerpo iban directo al altar del sacrificio. Siempre me había preguntado si las drogas duras eran verdaderamente fuertes o si la voluntad humana era demasiado débil para poder soportarlas. Experimentar, para descubrir la verdad de la milanesa y no quedarme a mitad de camino con la duda constante. Es mejor quedar como un loco ante la sociedad que descomponerme en una tumba con tantas preguntas.

Entonces fumamos un papel tras otro, sintiendo el cráneo a punto de estallar. Quería pararme y caminar, correr, saltar, llegar hasta Chascomús de rodillas. Besarle los pies a la madre Teresa. Gritar hasta que me sangre la nariz. Hacer cualquier cosa para salir de ahí, para salir de mí. O quizás regresar. Había olvidado las instrucciones para detener los engranajes del motor de mi propio caos. 
Hasta que de pronto lo conseguí. Me paré como pude, saludé como pude y caminé intentando no tropezarme con mis propias piernas. Avancé a toda velocidad sin dirección alguna. Quería partir en dos el viento, gastar energía para disminuir la euforia. Caminé y caminé por una larga avenida contigua al mar. Cuando me di cuenta ya era de noche y estaba en la periferia de la ciudad. Junté unas cajas de cartón en el camino y seguí caminando hasta llegar a la ruta. Me topé con una estación de servicio. Estaba derrotado, mi cuerpo no daba más. Bebí algunos litros de agua y afuera de un local clausurado me rendí a descansar hasta el día siguiente, en mi nido de polvo, cartón y soledad.


Estufa-hogar de Ambato - Ecuador


Hay tantas formas de alterar sutil o ferozmente la conciencia, que hay mayor cantidad de drogas legales en el mercado de libre comercio que ilegales en la clandestinidad. Hay quién decide tomar cocaína, hay quién decide fumar tabaco, hay quién decide beber medio litro de lavandina en ayunas, o quizás mirar televisión masticando terrones de azúcar dentro de una taza de café. Todo nos altera, todo puede provocarnos dependencia, incluso comer. Pero, ¿eso depende de la sustancia o será responsabilidad del consumidor?

El código civil penaliza el consumo de ciertas plantas y de ciertos estupefacientes, colocando al usuario en el mismo peldaño que un delincuente, un homocida o un violador. ¿Es por miedo a que la gente pierda la cabeza, la sensibilidad, o el estado de conciencia? ¿Y qué me dicen del alcohol? Bebida aceptada socialmente que en exceso es igual de nociva para la mente que el Poxipol.  ¿Cuantas vidas se carga por año entre la cirrosis y los accidentes de tránsito?  ¿Es verdaderamente un borracho amigable y un drogadicto peligroso?  ¿Porqué te cae encima la cana por fumar una planta y sos impune teniendo la heladera colmada de vino espumante o cerveza?

Los excesos son malos, y no las sustancias en sí mismas. Todas son consumidas por una misma razón: calmar la ansiedad. Callando los pensamientos, apagando la calculadora del cerebro. Son elegidas de acuerdo al poder adquisitivo del consumidor y al efecto que cada una provoca. En lo sutil la merca pura será para el empresario, lo mismo que la pasta base para el pobre. Una dosis de euforia con distinto valor.

¿Qué me dicen de los causas de los homicidios brutales que existen desde el inició de la civilización? ¿No fue Caín quién asesinó a su hermano Abel en las escrituras bíblicas? ¿Cuál droga había consumido para cometer tal fraticidio? ¿Qué tan drogado va un soldado a la guerra? ¿Y un general bajo cuál efecto ordena la ejecución masiva de niños, ancianos y mujeres? Los científicos del Escuadrón 731 quienes se encargaban de la vivisección humana sin anestesia durante la segunda guerra mundial, ¿fumaban Paco o sus demencias profesionales eran de carácter natural?

En aquellos tiempos de delirio callejero comencé a pensar que la responsabilidad del consumo de drogas no es de los narcotraficantes ni de los políticos que permiten clandestinamente su distribución, sino de los mismos usuarios, que ejercen su libre albedrío y eligen la anestesia o la euforia pasajera como medicamento para aplacar sus problemas o entretener su aburrimiento nefasto. 
Las drogas no nos modifican, sólo ponen en evidencia una parte de nuestro ser. Por tal razón la misma sustancia produce diferentes efectos en cada persona o en cada momento que son consumidas. Quién sucumbe fácilmente ante la irá en algún momento, tarde o temprano la dejará explotar. Lo hará alcoholizado, o lo hará sobrio, lo mismo da. Las drogas son potencializadoras. Amplifican, expanden, aquello que no nos animamos a soltar, aquello que verdaderamente somos. Entonces en un estado de desesperación o simple apatía una dosis viene como anillo al dedo. Aunque sea un vil engaño. Una sensación pasajera. Un espejismo. Oculta cobardía .
Somos responsables de lo que consumimos, y de los efectos que nos producen. No hay nada que sea en sí mismo tan adictivo. Ningún vicio es imposible de abandonar. Las drogas no son malas ni buenas, y en cierta forma también nos ayudan a comprender de otra forma la realidad.


¿Qué es acaso real? 
¿Bajo qué tipo de percepciones determinamos la diferencia entre realidad y fantasía?

Para hablar de drogas también hay que remitirse al punto económico. Las cárceles están atestadas de consumidores de una planta relajante llamada marihuana y de pequeños revendedores de sustancias químicas, que trabajan en ello para sustentar su vicio, a su familia o a su propia demencia. En su mayoría son personas de bajos recursos, que no pueden pagar a ningún abogado para que haga palanca y sean tratados con una pizca de dignidad. Sin pagar una buena defensa, son acusados de "criminales", pasando sus horas y sus días encerrados. Cabe aclarar que en las oficinas se consumen las mismas drogas, pero contratan abogados con tarjeta Visa o Master Card.

¿Cuánto se benefician los jueces del Estado, los abogados privados y públicos, la policía, los senadores, los diputados, gendarmería, los oficiales aduaneros y sujetos a fines, con la penalización de las drogas? Monumental negocio tienen montado quienes se encargan de venderte la idea de que las drogas son algo prohibido, sinónimo de ilegalidad. Analizar en profundidad esta cuestión da para escribir un libro entero, y esa no es mi cuestión. No se trata de apoyar el consumo de drogas, sino de luchar contra la hipocresía de prohibir sustancias por miedo a que la gente pierda la cordura. Mientras algo se produzca no va a dejar de consumirse. Mientras algo se prohíbe, se le da rienda suelta en la clandestinidad. Y lo más irónico de todo es que muchos de quienes las prohíben, también las consumen y se quedan con el dinero de la venta.

La gente que habla sola