Seres espaciales

Alf,
Superman,
Goku y Vegeta,
Obi Wan Kenobi y el amistoso Chubaca,
Los alcones galácticos,
E.T,

Ami, el niño de las estrellas,

El capitán Spock,
la gelatina en sobrecito,
los invasores del espacio,
las pirámides de Egipto,
el mantecol,
los Teletubbies,
el agente k y el agente J,
los expedientes secretos X,
la plastilina,
Nikola Tesla,
Leonardo Da vinci,
El Eternauta 
y unos cuantos misterios develados más.
Y pensar que todavía hay quienes tienen la osadía de afirmar
que no existe vida en otros planetas. 
Cómo gatilló Emanuel Ortega, en el verano del 98: 
"Muy lindo público, pero acá están todos chiflados"
Mi versión de Vegeta cuando tenía 22 años, acrílico sobre papel

Mundo transgénico, el caso de Paraguay

Monocultivo de girasol - Paraguay

En la década de 1960, con el argumento de acabar con el hambre en el mundo y aumentar la producción agrícola, se impulso una forma de producir alimentos dependientes del uso de insumos industriales. Este nuevo modelo desplazo a la agricultura a pequeña escala diversificada, por la implementación del monocultivo sin rotación. Se generó de esta manera una gran dependencia de los productos químicos elaborados por las compañías trasnacionales, para aumentar el rendimiento de las cosechas y suplementar el desequilibrio provocado en las propiedades del suelo. Con el tiempo salto la ficha en el barrio. Este método provocaba efectos perjudiciales para la salud humana y del medioambiente, y finalizó devastando la base natural de la producción agropecuaria.

En los años noventa se introdujeron semillas transgénicas a la agricultura, una vez más, utilizando el argumento de acabar con el hambre del mundo. Sin embargo, no solo esta promesa no se cumplió, sino que el hambre a nivel mundial continúa en aumento, al igual que el control empresarial sobre la producción de alimentos.
Hoy el sistema de producción de alimentos está dominado por unas pocas empresas transnacionales que controlan desde las semillas, hasta la venta de productos de los supermercados, y actualmente incluso la tierra. Son ellos quienes definen qué se produce, cómo se produce y cómo se distribuye, e incluso el precio de los alimentos. El objetivo de estas empresas no es alimentar a la gente, sino generar cada vez más ganancias para sus accionistas. Por eso los alimentos se han convertido en una mercancía. Ya no importa su valor nutritivo, ni cómo son producidos o cómo son distribuidos. La pérdida de capacidad de decisión de los pueblos, de cómo, cuál y para qué producir alimentos es una pérdida de soberanía.


(Texto modificado que pertenece a alguien)

Cultivo de té en Misiones Argentina


Monsanto es el nombre de la empresa de capital norteamericano quién controla y certifica actualmente el 90% de las semillas a nivel mundial. En plena crisis alimentaria estas mega empresas registraron ganancias record: Monsanto aumentó sus ganancias en un 44% en 2007 y Cargill, por su parte, aumentó sus ganancias por venta de insumos agropecuarios en un 86%.
En el año 2016 Monsanto fue absorbida por Bayer, quién es la mayor productora de fármacos del mundo. Si tenemos en cuenta que el actual certificador de semillas a nivel mundial es quién también produce los medicamentos, y los frutos de tales semillas están bañados en agro tóxicos, no podemos esperar más que ver el incremento de farmacias en cada rincón del globo terráqueo concurridas por una sociedad enferma.

La crisis alimentaria no es más profunda aún porque la agricultura campesina y familiar continúa alimentando al mundo. Es este tipo de agricultura de pequeña escala la que abastece a los mercados locales y nacionales, garantizando así la alimentación de la gente. Esta misma representa el 50% de lo producido.  
Lamentablemente, la agricultura campesina y familiar está seriamente amenazada por el avance de los monocultivos, la concentración de la tierra, el control del sistema alimentario por las grandes empresas y las políticas neoliberales que imponen la producción agropecuaria para la exportación y la eliminación de las políticas tendientes a proteger la producción local.

En el ciclo agrícola 1999-2000 se incorporó la semilla de soja transgénica al territorio paraguayo. A partir de ese momento, el área sembrada con soja fue posicionando a Paraguay como uno de los principales productores y exportadores de soja a nivel mundial. Llegando penosamente al puesto número 4, ya que dicha expansión agrícola no ha hecho más que socavar la brecha social de forma alarmante.
Se estima que la mitad del territorio sembrado eran tierras pertenecientes a familias campesinas que fueron apropiadas por venta a bajo precio, alquiler o desalojo forzoso. Cabe resaltar que desde el momento que cayó la dictadura de Stroessner, y que duró nada menos que 35 años, han sido asesinados más de 100 dirigentes campesinos, de los cuales sólo un caso fue investigado y su autor condenado. Los demás permanecen en la impunidad. La criminalidad de la protesta es claramente grave. Ningún organismo de Derechos Humanos ha efectuado su impronta en este país, que por no tener acceso al mar parece olvidado.

Se sabe que un 80% de las tierras de Paraguay se concentran en un 2% de los propietarios. Idénticas características de posesión tenía  la Europa feudal de la Edad Media.

(Información extraída y modificada de otro autor)









Arando con bueyes en una chacra de Misiones - Argentina ( 2017 )

Pedaleando con Marita entre los cultivos


Shopping Havan de Itajaí - Brasil


El arte de escribir al pedo



Escribir palabras al aire,
sueltas,
inconexas,
unidas a la fuerza,
mentalizadas en el formato y perdiendo de vista su mensaje
es como condimentar con ácido sulfúrico una ensalada de lechuga y tomate;

es como acariciar una criatura murmurándole al oído el resultado del último partido de Banfield, sabiendo que a la criatura le importa tres carajos el fútbol;

es como saltar la cuerda con el cordón umbilical de un caniche Toy;

es como enjuagarse la cabeza en un fuenton de lavandina para limpiar los malos pensamientos;

es como descargarle 50 kilos de arena Montevideo en la pelopincho para hacerles creer a tus sobrinos que están en la Bristol;

es como tirarse un pedo en el ascensor teniendo la esperanza de que la gravedad vaya a disolver en el acto la cuestión;

es como matar de un piedrazo una paloma y rezar tres Ave María para resucitar al bicho y pedir perdón;

es como…para, ¿a qué venía con todo esto?


¿Dónde esta Wally?

¿Donde está ese Wally?

Dale decime guacho, señalalo con el dedo.

Larga el dato o te abro al medio como a un lechón.

Mi criatura no para de llorar porque no lo encuentra.
Este libro que me vendiste es una porquería.

Dale loco apurate que me estas cagando el día del niño y me tengo que bajar en Lanús.



( Situación imaginaria entre un vendedor ambulante y un cliente en el furgón del Roca, zona sur )

Acerca del día que conocí a la muerte

Arte con basura hallada en el mar - Brasil


Era una jornada normal de milanesas con puré alrededor de la mesa redonda de madera, escuchando al miembro más inteligente de la familia...el señor televisor. O a quién, en aquel entonces, uno creía que tenía la posta. Cuanta ingenuidad. Yo estaba en modo infantil. Conseguía contar mi edad con los dedos de ambas manos. Como de costumbre, el televisor hablaba mientras lo escuchábamos con atención. Canal 13, accidente de ruta. Dos colectivos hechos pelota, decorados con fiambres humanos embadurnados de salsa roja. Un bardo total.

- ¿Mamá qué es eso? -. Le pregunté con la intriga elocuente de un detective en miniatura.
- ¿Qué cosa hijo? .Lo rojo má, la carne salpicada por todos lados. ¿Por qué tanta gente llora?-
- Y mira acaba de suceder un accidente. Hay heridos y bueno al parecer, algunos muertos.-.
- ¿Muertos? Pero qué, ¿de esa manera? Que feo.
- Si hijo fallecieron, no van a vivir más. A todos tarde o temprano nos va a ocurrir eso. Después te    meten en un cajón y te entierran debajo de la tierra porque empezamos a oler a podrido, como a    aliento de perro.

¿Qué? ¿Morir así? Y nosotros que viajamos tanto, la puta madre. Mi madre no expresaba cara de chiste.

Verdad número 17 descifrada: puedo morir en cualquier momento.

Malestar estomacal. Mi avenida ancha se convirtió de repente en un callejón sin salida. Imaginaba un cuervo sobrevolando la casa guiñándome el ojo, al momento de cruzar miradas. Aguanta un poquito, che. Banca que todavía no estrenaron la peli de los Caballeros del Zodíaco, y en Dragón Ball apareció uno re misterioso que se llama Vegeta.
Morir tan joven. Y yo dedicándole mi valioso tiempo al Tetris ese de mierda, que no sirve para nada. Si no quiero ser albañil. Mucho menos si tengo que levantar paredes con ladrillos tan deformes.

Fíjate como es la cosa. Primero Papa Noel y los Reyes Magos. Después lo de la cigüeña y el chamuyo de que las ratas compran dientes y manejan guita. Nunca vi ninguna en el kiosko comprando ni siquiera un mantecol. Y ahora esto? Me tienen que estar jodiendo. Pensé que todos íbamos a llegar a viejos, enamorados, sonrientes. Que iba a pintar comer guiso de perdices por siempre. No sé, las pelis d Disney siempre hablan de eso. Quiero antes que nada conocer la tumba de Tutankamon; saber dónde está Wally. Quiero ver la peli del Rey León unas cien veces más. Esto es un bajón. Me siento estafado, señor devuélvame la entrada, no me está gustando la función.
Bueno, aunque pensándolo de otra manera, no está tan mal. Eso significa que mejor hago ahora lo que se me dé la gana, por las dudas. Disfrutar, jugar más, reírme con mi hermano. Esas cosas que me gustan tanto. Ir al campito a prender fuego alguna porquería, comer ciruelas de los árboles, bañarme en la laguna, ir al basurero a buscar tapitas de gaseosa Mocoretá que todavía está la promo.

- Fede, ¿te pinta jugar un Mario Bros.?
- Si dale...uhhh que olor a pedo, ¿qué carajos estás fermentando? ¿Desayunaste un muerto?
- No fui yo, y por si no lo sabías vos también te estás muriendo.


Yagé, la soga de los muertos

Sábado por la noche. Primer semestre del año 2013. Éramos alrededor de quince personas, contando a dos taitas y a la Mama Concha. Gente de varios países allí reunidos. Nos sentamos en un gran círculo bajo un techo de dos paredes, rodeados de vegetación subtropical, para darle inicio a la ceremonia. La luna estaba llena y reluciente como un espejo de agua, dándole un brillo hermoso al ambiente. 
Empezaron las oraciones en idioma Kamsá, y el taita Guillermo brindó una dosis de rapé con su pipa ( hojas de tabaco tostadas y molidas ) en cada orificio nasal a través de un soplido, para el que lo sintiera. Psicoactivo ancestral, intermediario de los mundos.  Diez minutos más tarde, con el espíritu preparado para el viaje, fuimos tomando una copa de Yagé cada uno, esperando pacientemente el efecto de la medicina.





Alrededor de treinta o cuarenta minutos más tarde, luego de un prolongado silencio, inició el repugnante ritual de purgación. Cada miembro fue incorporándose de su sitio de descanso para vomitar en algún rincón de la selva. Almas a oscuras, deambulando en rítmicos vómitos sucesivos, fueron las primeras imágenes del efecto del Yagé.
Perdidos en un universo particular e individual, nos convertimos minuto a minuto en elementos de la naturaleza. De pronto comenzaron los gritos, los cantos, los rezos y las miradas desorbitadas en busca de un pensamiento claro y conciso. Las psicodélicas visiones no estaban invadiendo mi razón o eso creía, a pesar de que no podía parar de balancearme de un costado hacia el otro mientras cantaba: "sólo siento, cuando me siento", una y otra vez. Así que acepté otra copa de medicina.
Luego de unas oraciones y unas sopladas de humo de tabaco, bebí la segunda copa. Ésta era mucho más viscosa que la primera, y por lo tanto más fuerte. Estaban concentrados en ella todos los espíritus de la selva. Ahí si, me deje llevar hacia las misteriosas puertas de la divinidad mental. La música ondulante de las armónicas de los taitas; la guitarra desquiciada de Danny y el hipnótico canto grupal, me introdujeron en un inestable estado de trance.

Mis ojos cerrados eran capaces de ver mejor. Mientras zapateaba sin parar y bailaba como una marioneta manipulada por un titiritero demente, comencé a cantar los ícaros que me llegaban. Sentía el aura de todos los que estaban a mi alrededor. Los colores variaron entre amarillos, naranjas y rojos furiosos, a violetas, negros y verdes. Energía que invadía cada partícula de mi cuerpo y la del entorno. Todos eran colores que danzaban frenéticamente al compás del zapateo y los alaridos de libertad.

En todo momento me sentía en el epicentro de aquel microcosmos de personas embriagadas de una inexplicable conexión espiritual. Alegría intensa; ganas de explotar para convertirme en polvo de estrellas y una total pérdida de mi ubicación geográfica, eran lo que llenaba mi alma de júbilo y sorpresa. El reloj del tiempo estaba despedazado en el cajón inútil de mi memoria. Era sólo presente. Ya nada tenía identidad. Éramos todos Uno, sintiendo la eléctrica potencia del Gran Espíritu, por llamarlo de alguna manera.

El trance iba en aumento, al igual de la seguridad de que me estaba volviendo más fuerte. Lagunas de olvido, una y otra vez.
De un segundo a otro todo se tranquilizó, y percibí que cada uno estaba tomando un viaje más introspectivo. El zumbido de la guitarra de Danny, envolvía la atmósfera de melodías vibrantes. Vibraciones que conseguía ver, o comprender, desprendidas por el aire. Todos estaban escuchando calmadamente su música.

Más lagunas de olvido. Mareas de pensamientos y voces internas me hablaban al mismo tiempo. Al mismo momentos en que las dimensiones se fusionaban en enredados conflictos de espacio temporal. Por momentos no entendía nada, y a la misma vez comprendía todo. Y todo era tan simple.

Harvey, tendido en el barro gritaba desesperadamente mientras se hundía en un pozo de lodo imaginario. Gritos insoportables, mal viaje. Sufrimiento y perdición. Lo intentamos calmar, pero resultaba imposible. Los minutos pasaban y no lograba volver en sí mismo. Marcas de sangre y piel colorada, dejaban en evidencia de que su locura iba en aumento. Último recurso, pisarle las extremidades para evitar su autoflagelación. Le escupieron agua florida, bocanadas de humo de tabaco y al ser espigado consiguió tranquilizarse. No estaba solo, estábamos todos dispuestos a ayudarlo.

Otro sacudón y volvió a entregarse a la locura. Abrazados a su alrededor le rogamos al espíritu de la lluvia. Mágicamente comenzó a llover de repente, y Harvey hecho agua se rindió. Soltó su cuerpo, soltó sus pesadillas.
De repente no aguante el mareo y me alejé para vomitar. ¿Cómo poder explicar la insoportable sensación de escupir tu cuerpo entero por la boca? ¿Y el dolor?

Debilidad, cansancio y fatiga. No aguantaba más. Mi cuerpo se estaba derritiendo en forma de vómito hasta que al fin se detuvo, y una mirada siniestra y pesimista invadió mis ojos. Sentí que nadie me quería, y que mi vida entera había sido una mentira. Sentí rechazo por parte del resto. Así que me refugié en la desolada selva para hundirme en una infinita tristeza. Conseguía ver claro, ese túnel oscuro por donde estaba penetrando sin control. Las penumbras se convirtieron en mis compañeras. Estaba preso en una cárcel de culpa y preocupación. Nada bueno sucedía. No podía salir.
En mi desesperación mastiqué hojas de varias plantas. Escarbé el suelo para fabricar una guarida. La lluvia me humedecía, pero necesitaba un millón de centímetros cúbicos para dejar de sentirme una porquería. Apareció don Gaspar para ayudarme, pero no lograba abrazarlo al anciano. Se fué y llegó la madre Concha. En su mirada habitaba el equilibrio y la serenidad. Abrazame madre, soy tu hijo, y estoy perdido. La acompañe hasta el techo donde se encontraba el resto del grupo. Todos me miraban felices, como si el hecho de que regresara les diera idilio.

Amor, volvía a sentir amor por todos, pero de forma descontrolada. confundiendo amor por sexo. Entonces propuse organizar una gran orgía. Me cagué encima, y rodé por el suelo. Algunos sonreían. Mordí cuanta madera se me cruzó por mi camino. Destruir era crear. Me fanaticé con esa nueva idea. Comencé a patear y a derribar bancos y sillas. Me sentía felíz. No podía parar de reír a carcajadas. Era un maldito caos de mierda y barro. Gritaba como un desquiciado, Diógenes resucitado. Ardía como una llama rociada con combustible. Suspenso. Ardor de espigas.
Entonces llegó la calma. Ya era de día. Estaba semi desnudo acostado en el piso de tierra. Delirio, locura y pánico. Me dormí sentado hasta que caí al suelo, golpeándome. Luego descansé al lado del fogón. Pero me echaron por tener un olor desagradable. Al fin logré descansar en una carpa, hecho un completo desastre.
Después de aquella noche de medicina, abandoné por completo el consumo de todo aquello que considerara vicio.




La quebrada de la conchas



Producto de la erosión, abundan cerros multicolores y extrañas formaciones rocosas en el marco de un paisaje de inmensa belleza. La Quebrada de las Conchas es una reserva natural provincial ubicada entre las ciudades de Salta y Cafayate, en el norte argentino. 

La bajada del Río de las Conchas de los Andes esculpió este valle hace aproximadamente dos millones de años. El accionar de la erosión expuso las capas sedimentarias de la roca, dotando las sierras de la quebrada de una singular belleza multicolor. Mas el bello paisaje no es la única atracción; el paso del agua y el viento también dejaron curiosas formaciones naturales que han sido bautizadas con diferentes nombres.




Garganta del Diablo - producto del accionar de una antigua cascada que talló un gran agujero en la roca.
El Anfiteatro - otro gran agujero en la piedra tallado por el agua.
El Obelisco - una gran torre de piedra que se levanta del suelo en soledad
El Fraile - hay que usar la imaginación para visualizar bien este ejemplar
El Sapo - gigante piedra que se asemeja a una rana
Las Ventanas - una pared de roca esparcida por pequeños agujeros
Los Castillos - grandes columnas de piedra que sobresalen de un monte de roca





Junto a una familia francesa

Comunidad flotante

“Estos salvajes no tienen leyes ni fe y viven en armonía con la naturaleza. No existe la propiedad privada, porque todo es comunal. No tienen fronteras ni reinos, ni provincias, ¡y no tienen rey!. No obedecen a nadie, cada uno es dueño y señor de sí mismo. Es un pueblo prolífico, pero no tienen herederos porque no tienen propiedad”
Américo Vespucio

(haciendo una descripción de la vida de los taínos,
                                                                             una comunidad del Caribe, varios siglos atrás)



A 3.600 metros de altura y en un altiplano rodeado por los Andes, entre Bolivia y Perú, vive hace siglos un pueblo de pescadores. Son los Urus del lago Titicaca, el lago más alto del mundo. Muchas de sus viviendas no están en las orillas sino sobre el agua, sobre islas e islotes flotantes hechas con los tallos de totora entrelazados. Allí cada familia tiene su choza, con la cual navega de un lado a otro del lago, o se ancla en las rocas. Estas costumbres ancestrales de fabricar tanto las islas como las viviendas con materiales naturales de la zona, los convierte en una peculiar comunidad, única en el mundo.



Durante siglos los hombres y las mujeres solían dividir el trabajo. Mientras ellos se dedicaban a pescar, cazar, hacer redes y construir balsas, ellas se ocupaban de los rebaños de llamas y alpacas, cocinar y hacer los cestos para guardar diferentes utensillos. Solían intercambiar sus productos con comunidades Aymaras y Quechuas, para conseguir maíz, papas y otros productos que no producían.
Si bien muchas de estas costumbres aún las conservan intactas, la globalización también ha hecho estragos en su simple y sencilla forma de vida. La curiosidad del humano por saber cómo se manifiesta la vida más allá de aquello que ve a diario, ha sido una de las principales causas de sus migraciones esporádicas contemporáneas. Esas que hoy llamamos de Turismo. Estas migraciones han sucedido al punto de la invasión  constante a las islas de los Urus, con lanchas a motor, para experimentar de cerca las costumbres exóticas de la comunidad. Las mujeres y las niñas dejan de hacer sus faenas diarias para recibir a los turistas con cantos y danzas rituales; los hombres ya no pescan, ahora construyen maquetas de sus islas y viviendas para explicar la construcción de las mismas. Además aquellos bolsos y prendas de vestir que antes elaboraban para uso de la comunidad, ahora los venden como 'artesanías", produciendo muchos de los mismos con los ideales del fordismo. Todos igualitos y a escala masiva.


Lago Titi caca


La vida a estas alturas del mundo ha ido mutando sutilmente. Ellos han ido perdiendo progresivamente muchos conocimientos y muchas prácticas vitales que durante tanto tiempo supieron conservar. Los turistas en su mayoría, traen consigo buenas intensiones, sin embargo estas efímeras y superficiales visitas han modificado monumentalmente la economía y la tranquilidad de los isleños. En el año 2012, el dinero acaparado por la actividad turística representaba el 90% de sus ingresos. De vivir sin dinero, sólo del intercambio de materia prima durante siglos, a utilizar papel metálico, hay una gran diferencia. Sobre todo por el hecho que esta transición ha ocurrido en un lapso de tiempo relativamente breve.
Los Urus continúan mascando hojas de coca, como toda la gente del altiplano y bebiendo chicha de maíz. Sin embargo, hay algo en ellos que se esta muriendo, algo que ellos mismos no son capaces de visualizar. Lamentablemente no se darán cuenta hasta que lo pierdan y cuando quieran actuar para remediarlo, para volver atrás, verán que ya es demasiado tarde. Así como ingresan los turistas y el dinero, también ingresan sus vicios, sus desequilibrios, su atropello. Esta es sin dudas, otra muestra latente de aculturalización. Del efecto del afluente turístico sin medidas. De la inocencia siendo aplacada por la razón.
Ya no se encuentran indígenas Urus puros. La mayoría se han mestizado con sus vecinos quechuas y aimaras, desde tiempos muy antiguos. En la actualidad se considera a los urus como un pueblo en vías de extensión, y eso ha incrementado aún más el turismo masivo. Ciudadanos de todo el planeta viajamos desde lejos para presenciar fugazmente la vida de un pueblo, que irónicamente gracias al turismo está vivo y por el mismo está ocasionándose su desaparición. Colonización pacífica del siglo XXI.

Experiencias como ésta, me han llevado a replantearme las consecuencias del Turismo Cultural. Cuando el intercambio cultural es tan fugaz y aquello que dejamos a cambio es dinero donde ciertamente no se precisaba dinero, sino tiempo para subsistir ¿estamos verdaderamente aportando un bien a esa comunidad?
Visitar no es lo mismo que convivir. Tomarle una foto a una persona con o sin su permiso, no es lo mismo que conversar. Viajar con dinero y tiempo estipulado de antemano en un sistema de visitas momentáneas, no es lo mismo que ganarse el pan a donde uno va sin importar que día finalize la estadía.
Incorporar una nueva cultura diluyendo nuestras propias costumbres y tomarse el tiempo para interactuar, enseñando y aprendiendo, puede traer resultados asombrosos. Siendo el foráneo la minoría y no la mayoría. Siendo el visitante un ser que se entrevera etéreamente y no una masa heterogénea que irrumpe en un sitio para devorar con sus flashes cuanta inusual costumbre tenga a su lado. Situación similar se vive en un zoológico, salvo que los animales no eligen ser visitados y mucho menos estar enjaulados.
De a poco comenzaba a fastidiarme la idea de ser un turista y trabajar a futuro para el turismo. Recordaba que hay quienes afirman que el turismo es una industria sin chimeneas, sin embargo contemplaba en aquel rincón de Bolivia, un gran incendio. Si bien nada se pierde, todo se transforma, ( Jorge Drexler dixit ), toca preguntarnos en qué es en lo que nos estamos transformando, como individuos y también como sociedad.



Hacele dedo que es pariente de Tolstoi


Mi felicidad consiste en que sé apreciar lo que tengo y no desear con exceso lo que no tengo”  León Tolstoi 
El conde Lev Nikoláievich Tolstói, también conocido en tierras criollas como León Tolstói, fue un escritor ruso, considerado hoy en día como uno de los escritores más importantes de la literatura mundial. La vida de este personaje estuvo marcada por grandes y extensos episodios que van afianzando una evolución en su pensamiento y en su comprensión de ideales altruistas.
     Hijo de un noble propietario y una princesa, tras quedar huérfano a temprana edad comenzó a transitar una vida de búsqueda inquietante entre los placeres mundanos y la abnegación hacia los más perjudicados. Con los beneficios sociales que acarreaban en aquella época los títulos aristocráticos, el joven Lev se animó a conocer tanto el mundillo de los ricos, como la oscuridad de la guerra participando en el combate de Sebastopol y la sencillez de la vida en el campo. Cada hecho fue ahondando una huella inquebrantable en su construcción de un mundo más humano e igualitario.
     Luego de experimentar la pesadumbre de la guerra, concibe transitar un camino de paz; abandona la opulenta vida aristocrática por el oficio de zapatero y campesino escritor; rompe pactos con la iglesia ortodoxa y se anima a establecer un centro educativo en su aldea para los hijos de los campesinos con una pedagogía particular, cuyos principios instruyen en el respeto a ellos mismos y a sus semejantes. Decide dejar los lujos atrás para llevar a cabo el desapego a lo material, viviendo austeramente. Eso es lo que se sabe, eso es lo que dicen, o lo que quedo como obra humanitaria de su ser, más allá de lo escrito.
    Lev falleció finalmente en 1910 a los 82 años de edad en Rusia, la nación que lo vio nacer.
Comienzo este texto haciendo referencia a la vida de Lev Tolstoi porque a mediados de febrero del 2016, cien años más tarde de su muerte y en territorio uruguayo, mientras hacíamos dedo con Marita con rumbo a Argentina, se detuvo un automóvil conducido por el bisnieto del legendario escritor. Estábamos en las afueras de la localidad de Nueva Palmira, cerca al Río de la Plata, al sur de Uruguay cuando su automóvil repentinamente se detuvo al ver el dedo alzado. Apareció detrás del vidrio el rostro de un hombre anciano, de cabello descolorido por los años, modales refinados y acento francés. Una grotesca pipa de madera negra como azabache, era sujetada firmemente por sus labios finos y rosáceos. Él se presentó como Sacha, escritor y pescador.
     La verdad es que no supimos quien era hasta que al acomodarme en el asiento trasero, intentando no aplastar ningún libro de todos los que había desparramados sobre el tapizado, observé uno de reojo con el famoso apellido ruso impreso en él. Marita mientras tanto conversaba en el asiento de acompañante con Sacha.

- Disculpe la curiosidad...usted es pariente de León Tolstoi? - me atreví a preguntar.
- Sí, soy su bisnieto - afirmó desinteresadamente el señor. Como el tipo tenía acento francés, era bisnieto de un reconocido escritor ruso y estábamos viajando por Uruguay, comenzamos a bombardearlo de preguntas para atar los cabos sueltos.
    Resulta que Sacha había nacido en Francia, al escaparse su abuelo de Rusia durante la revolución bolchevique y radicar en consecuencia a su familia en Europa. De niño fue enviado  al humilde, lejano y desconocido país latinoamericano de Uruguay para que aprendiera a través del aislamiento geográfico a comportarse, siendo para esa instancia un pre adolescente inquieto y desobediente al estilo aristócrata que debía mantener. Luego de regresar al viejo continente con “la cabeza en orden”, vivió extensos años en París siendo el dueño de la tienda de pesca de mayor prestigio de la nación francesa. Allí conoció a presidentes de diferentes naciones, secretarios de cargo ejecutivo y empresarios de multinacionales, entre otros humildes clientes.
    Tras vender el comercio de pesca a un extravagante precio, se mudo junto a su familia a un aislado campo en las afueras de la capital más romántica del globo. Hasta que un día tras quedar viudo y tener varias décadas de vida a cuestas, tomó la iniciativa de regresar al Uruguay.
    Cómo herencia familiar adoptó la escritura como oficio, publicando más de quince libros, además de incursionar en el mundo de la pesca a través de una revista mensual siendo el director y columnista destacado. Ya que arrojó sus anzuelos en más de sesenta países codeado siempre de gente de su misma calaña, como el hijo de Ernest Hemingway, el abogado íntimo de Bill Clinton, el propietario de la mayor cadena de faenado de pollos de Norteamérica y tantos otros gomelos más. Por tal afición jamás abandonaba a donde iba los elementos indispensables para pescar. En ese preciso momento, sus cañas dividían como si fuera la magia de Moisés, el vehículo en dos.
    Durante dos horas hablamos del mundo, de viajar, de hierbas fumables, de su pasado y de nuestro presente. El viejo era simpático y agradable, y afirmaba que amaba aquello que llamaba "la buena vida". Si bien no estaba en todo de acuerdo con su filosofía de vida aristócrata y sus respectivas consecuencias para el resto del mundo, era un conductor más que interesante para conversar. Sin notarlo, habíamos llegado a una estación de servicio, a doce kilómetros del puente internacional de Fray Bentos - Gualeguaychu. Nuestro viaje junto a él de esa manera finalizaba. A partir de ahí nuestros caminos nuevamente se abrían, Sacha iba a visitar un amigo y nosotros ingresaríamos a nuestro país natal.
    Antes de despedirnos nos obsequió su autobiografía en español, titulada "Como pez en el agua" y nosotros le regalamos un mapa rutero de la nación donde habitaron los Charrúas. Le dimos las gracias y se marchó, llevando consigo un pedazo de una larga historia que no va a morir jamás.




Debajo de las baldosas y detrás de los vidrios

Aprendí a tomar el tren de Temperley a Constitución a mis 28 años de edad;
a ser un cordero más del rebaño citadino que se aglomera en la estación a esperar su vuelo;
a ser una lombriz vestida con ropa ciudadana para transitar debajo de la tierra.
Aprendí a pedalear con la agilidad de un espermatozoide por las grandes avenidas
del corazón contaminado de la República Argentina.

Aprendí a irme a la capital con mis bártulos e ilusiones en los bolsillos de una mochila;
a recitarle poesía a la gente solitaria o acompañada en los parques, en las plazas, en el obelisco; 
Aprendí a ofrecer milanesas y panes rellenos en los recitales de rock, 
cuando no me corrió la gorra por infligir una ley del código civil
que ni ellos recuerdan a quién beneficia;
Aprendí a tirar el paño en la calle y laburar en diversas ferias con mis artesanías,
esperando a que alguien comprenda la diferencia
entre lo hecho a mano y la nefasta producción china.

Aprendí a interactuar todos los días con diferentes personas,
para intercambiar ideas y regurgitarles en prosa 
reflexiones, creencias y delirios.

Aprendí a contar billetes chicos, 
a ver innumerables personas durmiendo de día en la vía pública; 
a oír el sofisticado himno comercial de los vendedores ambulantes cada 2 minutos;
a sentir aroma a paty y choripan asado en el cordón cuneta...
cunita, para los borrachos que no llegaron a ningun lado
y abandonaron su cuerpo en la vereda.

Aprendí a perderme en este desmesurado laberinto;
a comprender que sus habitantes nacieron
debajo de las baldosas y detrás de las rejas y los vidrios,
Aprendí que muchas infancias transcurrieron dentro de las jaulas amuebladas de los edificios, 
o en infinitos barrios, de viviendas tan homogéneas que al momento de nacer 
se les disolvió la identidad.

Aprendí a caminar corriendo,
a escuchar las puteadas de los tacheros a los ciclistas.
Aprendí a notar como conversan los más humildes cara a cara, 
mientras el resto se comunica con su aparato electrónico con alguien que allí... no está.

En fin, aprendí a darme cuenta que acá no soy el único perdido.











Cartagena de Indias

"No menos de diecisiete millones de personas fueron desembarcadas en puertos de América entre los siglos XVI y comienzos del XIX. Eran inmigrantes involuntarios, cosificados por la ambición y la codicia. Sólo una proporción de estos hombres, mujeres y niños capturados en África sobrevivía a las terribles condiciones en que eran amontonados y encadenados en barcos negreros. Algunos esclavos se negaban a tomar alimentos, pero los marineros les colocaban embudos en las bocas para que se alimentaran de prepo y que no perdieran peso, de modo de obtener mejor precio por ellos. No había ninguna tolerancia a bordo. Cuando se detectaba un atísbo de epidemia, echaban al mar a los enfermos, encadenados...Ese tráfico inhumano fue base para que florecieran ciudades y puertos como Liverpool, asociada a los Beatles, pero que guarda una historia espantosa. Desde allí partió la primera nave negrera en 1709 y a partir de entonces el tráfico creció exponencialmente." 

Felipe Pigna, Argentina

Cartagena trás un ataque inglés en el año 1741

En Cartagena de Indias situada en la actual República de Colombia se estableció uno de los puertos más importantes de América. Éste tuvo una función crucial como centro comercial y puerto de embarque de los tesoros de la Corona española, siendo en varias ocasiones asediada por piratas y bucaneros. El tráfico de esclavos, como era moda de la época, ha dejado su huella hasta la actualidad viajando sus pesados vestigios por más de cinco siglos. Según estadísticas oficiales el 36% de la población de Cartagena, de casi un millón de habitantes, es afrodescendiente o mulata. Los fantasmas del pasado, y sus historias de opresores y oprimidos, más allá del color de piel aún está latente. Basta con caminar por el mercado de  Bazurto, para comprobar la verdadera idiosincrásia de los cartegeneros, lejos de la cosmopolita ciudad amurallada y la pulcritud de la elite empresarial que gobierna la ciudad durante los últimos años. Esta polaridad social tan cercana y transparente, refleja la análoga situación que la ciudad vive desde sus inicios, y pone en evidencia la falta de compromiso político y social para una verdadera integración.

Las calles de Cartagena lejos de la turística ciudad amurallada ( foto de otro autor )


Era a finales del año 2013 cuando arribamos con Marita a esta ciudad. Aquel día, como durante todo el año, el calor era intenso y la humedad un tanto sofocante. Al ingresar pedaleando por las anchas avenidas colmadas de buses y carros antiguos, absorbimos el primer pantallazo de una ciudad abandonada, pobre y caótica. Algo que quizás en ninguna empresa de turismo tengan la bondad de aclarar.



A medida que íbamos acercándonos al centro, los comercios informales poblaban las veredas de variados artículos de consumo, ofreciendo prácticamente todo lo que uno pueda llegar a imaginar. ¿Inclusive dragones? Si, también tenían de esos, pero en forma de llavero. De pronto, divisando a lo lejos la gran muralla del centro histórico, notamos un cambio radical en cuanto a la urbanización y su limpieza. Como si fuera un pedazo de torta cortada a cuchillo, nos sumergimos casualmente en el merengue de la misma, quedando la parte quemada y mal cocinada atrás. La torre del reloj agrietaba debajo de ella, en forma de arco, una de las puertas de ingreso al famoso centro histórico de la ciudad amurallada, donde descansan las reliquias arquitectónicas de la presuntuosa vida de los gobernantes de antaño.
Según Lewis Carroll, Alicia persiguió al conejo blanco del gran reloj aconsejada por la intuición y su curiosidad. Nosotros al ver la torre del reloj decidimos hacer lo mismo. Estábamos dispuestos a incorporar la otra Cartagena, la otra cara, a nuestras vidas. Cumpliendo su función primordial, un voluminoso muro dividía ambos mundos.


Muros de piedra, balcones floreados, tejas musleras, calles de adoquín. Elegancia, refinamiento y confort para el turista internacional. Tiendas con esmeraldas y tejidos indígenas. Heladerías con precios exuberantes, como el busto de Moria Casán. Sombreros de pana y cámaras de fotográficas sofisticadas. Hoteles boutique y restaurantes de lujo. Cuenta la leyenda que dentro del muro, las mujeres se vuelven damas y por lo tanto ninguna se atreve a ingresar sin maquillaje o despeinada. Más que otra realidad, este mundo sugiere fantasía de copetín.

Entre tanta delicadeza se encontraba César, disfrazado de Scarface en un banco del parque Bolívar. Éste colombiano cincuentón y delgado, nacido en Cali, al vernos sudando bajo algún árbol de Caracolí, nos sonrió y convidó a beber un tinto calientico de un vendedor ambulante. Es decir, un café caliente. Además de simpático este hombre resultó ser un cicloviajero de la vieja escuela, al recorrer más de sesenta países pedaleando durante una década y media de su juventud. Al vernos recién llegados en bicicleta y sin ninguna referencia, nos convidó una ducha en la nueva casa del alcalde de Cartagena, que él estaba cuidando. Como la casa se encontraba dentro de la misma ciudad amurallada y su oferta era algo increíble de creer, le seguimos los pasos hasta la vivienda.




A pocas cuadras de allí, no más de cuatro, estaba entreverada entre otras casonas coloniales la que ciudaba César. Al abrir la puerta con su llave, nos quedamos desconcertados. Al frente nuestro no había ninguna casa. Era tan sólo una fachada. Detalle importante que él no nos advirtió. Seis enormes pilares de piedra aún estaban erguidos observando al cielo azul, pero ya no sostenían ninguna viga sobre ellos. Y eso no es todo. Además de techo, tampoco había paredes, y por lo tanto, puertas ni ventanas. En sí, aquello que si había eran montañas de escombros por todas partes, y gruesas tablas de madera apiladas en el centro del ex domicilio. Esas maderas eran la actual cama de César. El único servicio que había a disposición era una canilla con una manguera, para beber y ducharse al aire libre con agua fría. El resto sólo eran ruinas.
Como solemos adaptarnos a la situación del momento sin grandes pretensiones, decidimos ducharnos allí, mientras César fumaba su medicina. ¿Qué más podíamos pedir? Luego combinamos para salir y volver a dormir en la misma "cama" de César.
Un dato interesante, era que él llevaba habitando y cuidando esa demolición, a cambio de un pequeño salario, alrededor de doce meses. Sí, doce meses, o un año, para quien más le guste, viviendo dentro de la ciudad amurallada de un punto turístico internacional, dentro de una casa sin paredes, baño, cocina ni techo. Una habilidad misteriosa, sin dudas este hombre tenía.

Entonces dejamos nuestras bicicletas dentro de la invisible edificación y aprovechamos a recorrer cual turistas curiosos, el barrio histórico. Visitamos el museo del oro y sus piezas indígenas antiguas: los cañones de la época de las invasiones navales: las fachadas de las iglesias coloridas y la del castillo de San Felipe de Barajas: y el resto de esa historia y costumbres marcadas a fuego en cada edificación y en cada parte. Es prácticamente imposible no dejarse seducir por tanta delicadeza y presunción humana. Una verdadera casita de muñecas en miniatura, poblada constantemente por muchos Ken y muchas Barbies, de diferentes rincones del mundo.
Casi llegando la noche regresamos a la casa del intendente por nuestras artesanías e intentamos trabajar junto a varios artesanos y artistas callejeros en una callejuela de la ciudad. Carrozas adornadas y tiradas a caballo paseaban por los desnivelados adoquines, a los turistas que desfundaban varios dólares por el breve paseo. Luego de algunas ventas, conversaciones amenas con los turistas y un par de horas de exposición bajo las estrellas, llegaron los señores policías a tratarnos sin ningún respeto, para que desmontemos la feria artesanal improvisada. Porque como reza la bandera de Brasil, no encajábamos en su esquema de Orden y Progreso. No es algo extraño en países americanos que el Estado exija obligaciones y al mismo tiempo aplaste tus derechos. De todas formas nadie ejerció demasiada resistencia, más que verbal, así que nos fuimos a pasear por el ex barrio de los esclavos, Getsemaní.
El barrio se halla fuera de las murallas protectoras y es sede de varios hostales con precios más accesibles para el turista de mochila. En la Plaza de la Trinidad los tambores, las guitarras y el ron se encontraban reunidos, cantando y dialogando en diversos idiomas. Allí estaba la sangre caliente y el relax, sin lista de precio ni catálogo de consumo. Era una aglomeración cosmopolita de otra índole, una más placentera, afable y jovial. La zona, estaba liberada.

Plaza de la Trinidad - Foto de Mike, un turista italiano

A media noche regresamos a la ciudad amurallada para descansar. César nos esperaba con la cama preparada en las penumbras de su hogar provisorio. Bastó desplegar las bolsas de dormir sobre las maderas, para dormir bajo la luz de las estrellas, cubiertas de algunas dudosas nubes. Como los tres habíamos notado, eran nubes esponjosas de lluvia. Las primeras gotas en la cara, nos despertaron del distendido sueño. - ¿Y ahora que inventamos? - le pregunté medio dormido al anfitrión. Por fortuna, había un plan B, un sitio de la casa que aún desconocíamos, el sótano. Entonces nos retiramos bajo la humedad de una fina llovizna, hacia el ingreso del subsuelo. Éste se encontraba detrás de unas maderas apoyadas contra una pared y por tal razón no lo habíamos visto. Desgraciadamente César nos había ocultado la existencia del sótano por un mínimo detalle...estaba inundado. No podía ser, este tipo era una broma pesada personificada.  ¿Por qué ocultaba tanto? De pronto iluminó con su linterna el interior del sótano, al ver nuestra pesima reacción. El muy astuto le había colocado previamente, una vieja y ancha puerta de madera acostada sobre unos bloques, a modo de isla. Si bien era una buena jugada y la puerta era espaciosa, no cabíamos los tres. A lo sumo dos personas apretadas. Entonces decidió cedernos su refugio anti lluvia y subió en busca de otra puerta para solucionar la situación. Diez minutos más tarde, los tres conseguimos conciliar el sueño sobre ambas acolchonadas y reconfortantes puertas.

Al día siguiente hicimos un recorrido en bicicleta por los barrios más Top de Cartagena ( Castillo grande, Boca grande), bordeando hoteles de lujo y sus balcones vidriados, para finalizar con broche de oro en el mercado de Bazurto, el barrio más Under de la ciudad, degustando un delicioso plato típico de la región: arroz con coco y pescado frito. Sin embargo, no todo fué tan breve y resumido. César que en un principio había declarado pedalear todos los días por la mañana, había mentido. Los rodamientos de su bicicleta y algunas piezas más se encontraban tiesas y oxidadas, al igual que sus piernas En tales condiciones, no demoro mucho en partirse en dos, las esperanzas de hacer todo el circuito pedaleando. Además de la bicicleta averiada, en el camino a pie la zapatilla izquierda, calzado especial de ciclista, se le abrió al medio como boca de tiburón. A esa altura no podíamos hacer otra cosa más que reírnos. El sujeto era chistoso.
Continuamos bajo el sol caminando por la ciudad. Compramos a precio ilusorio unas prendas de vestir en una feria evangélica; conocimos barrios humildes y otros no tanto; vimos una cantidad innumerable de personas viviendo en la calle, hasta que llegamos al mercado Bazurto. Al igual que la ciudad, el mercado era un laberinto de callejuelas.  Mesas colmadas de pescados sin tripas; ollas gigantes friendo arroz y carne blanca; mujeres mulatas cocinando y manoseado diferentes utensillos y comida sin lavarse las manos; champeta sonando a todo volumen; gente realizando tareas que hoy en día en otros países son reemplazadas por máquinas; y un abanico enorme de excentricidades, difíciles de relatar y comprender, para quién no se crió en aquellas tierras.

Pedaleando con César

Luego del almuerzo continuamos caminando dos kilómetros más hasta la bicicleteria favorita de César, ya lejos de aquel increíble submundo. Y entre charlas, César nos develó una verdad. Una, después de tantos enigmas. Él nunca había pedaleado en la ruta, o sea lo de ciclo viajero era puro cuento. Lo suyo era hacer dedo en la ruta y luego decir al llegar al próximo punto, que había hecho todo pedaleando. En su época no había medios de comunicación personales y mucho menos cámaras digitales. Con imaginación y algunos gramos de locura, se había inventado un personaje, que consiguió mantener hasta la actualidad impune, ya que él fue declarado por el Ministerio de Cultura de su país, como un ente cultural relevante, o algo así (quizás su credencial también era un engaño, quién sabe). Había mentido tanto durante su juventud, que se terminó creyendo él mismo sus propias mentiras. Demencia total. Esa noche desenfrenado en su manía de manipular, lanzó indirectamente una propuesta de carácter sexual. El viejo no sólo estaba solo, también estaba desesperado. Esquivamos varios de sus asuntos, porque en sí él no era una mala persona, y nosotros tampoco éramos los más cuerdos del mundo.





Pasaron algunos días más en aquella ciudad histórica, en convivencia con el señor de los inventos. Noches de sótano, porque cada noche llovía. Risas, paseos, encuentros sociales, y una truncada participación en un maratón de 10 kilómetros, ya que cuando me quise dar cuenta, estando con la camiseta del encuentro puesta y en sandalias, el maratón había comenzado y yo estaba mirando una pared. Es que las paredes de la ciudad amurallada eran muy delicadas y bonitas.
Hasta que un día César nos avisó que iban a llegar algunos albañiles a trabajar, y tenernos allí dentro de contrabando, no iba a ser agradable para el alcalde. Sin saber, a esa altura, si era verdad o mentira, sentimos que ya era suficiente de aquella ciudad, y de aquel hombre, entonces nos montamos a nuestras bicicletas y de un minuto a otro regresamos a la ruta, cargando unos cuantos kilos de emociones para resolver en el camino. Cartagena de Indias quedaría entonces atrás.