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El día de llegada |
Las playas de Brasil tienen ese encanto de pureza virginal, de hábitos
perezosos y conexión con el más allá, con el más allá del mar. ¿Cómo evadirle a
la idea de quedarse unos meses de relajo alquilando una casita en la playa,
recolectando moras y haciendo dulce, tomando baños cada vez que uno lo desea,
trabajando de frente a la brisa marítima?. O más bien, ¿para qué evadirle a esa
idea si es posible hacerla real? Entonces en Sao Francisco do Sul, primera isla
(que ahora es península) a la cuál llegamos, decidimos frenar las piernas. Por
el valor de 400 reales mensuales nos instalamos en un kitinete, o sea, una
pequeña vivienda amueblada, con comedor-cocina, habitación y baño separado.
Cómo estábamos a 700 metros de una reserva natural con vegetación tropical, la
visitaba con frecuencia para extraer lianas (sipo) y utilizarlas para luego hacer
cestos, canastas, posa ollas, lámparas y casitas para pájaros (sin puerta de
encierro). Después en la avenida de la costanera íbamos a colocar las artesanías
sobre dos mesas y pronto, vida económica resuelta. Además surgió el trabajo de pintar
aberturas, una casa, nuestro kitinete y un baño. Dejando en claro que los
brasileros son buenos anfitriones y en su mayoría agradecen el poder compartir
con extranjeros. Cuestión que no en todos lados sucede.
La isla había sido históricamente habitada por los Carijós hasta la llegada los franceses en primera instancia y luego por un grupo de españoles. Tiempo después desembarcarían los portugueses. Entre idas y vueltas, la creación de un centro de aislamiento para leprosos, convivencias con los nativos y su futura aniquilación, se funda la primera villa en el sitio, que justamente es la tercera en ser fundada en todo el Brasil.
Debido al interés continuo en conservar el centro histórico, aun hoy es posible vislumbrar su infraestructura de casi 500 años de antigüedad.
Y allí en esa isla de morros,
playas colmadas de surfistas, playas calmas como piscina sin orillas, nos
quedamos cinco meses. Mis padres nos visitaron una semana en febrero, nos reencontramos
con unos amigos que viven en Misiones y luego de finalizar el carnaval
continuamos viaje. Quedaran amistades, caminatas por los morros, guitarreadas, y paseos nocturnos por la arena a disposición en el archivo de la memoria para siempre.
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Reciclando las verduras que iban a la basura |
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Cestos |
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Pan y dulce de mora, todo casero |
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Casita de pájaro |
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