Durmiendo con el enemigo

   Los domingos latinoamericanos en general son trágicos. A algunos los mata la resaka, a otros el aburrimiento y a ellas las matan los hombres. El domingo es el día mayormente elegido para violentar al género femenino en Colombia, según cantan las estadísticas. Generalemente los autores de las agresiones son sus parejas, ex parejas, familiares o algún conocido. Generalemente  ocurren dentro de las viviendas, aunque también suceden en la vía pública, en puentes, en parques y en los andenes. 
    Durante los tres primeros meses de 2017 se han presentado 204 feminicidios en dicha nación y en 2015, 1007 mujeres fueron asesinadas. En el mismo año, es decir en el 2015, el femicidio de la República Argentina llegó a la cifra de 286 mujeres. Cómo para tener una noción de la brutalidad del asunto.
    Alrededor de 100 personas LGBT (lesbianas,gays,bisexuales,transexuales) son asesinados cada año en Colombia. Los datos son aterradores, porque aquellos que mueren no son números, sino Seres Humanos.
 
Una de misversiónes de Lima - Perú

    Colombia es un país netamente machista debido entre otras cosas a su cultura de obediencia familiar, religiosa y militar. Es muy fácil notar la opresión ejercida por un mecanismo impuesto y aceptado socialemente, basta con observar a los hombres y su comportamiento. Todos de cabello corto, afeitados al ras, y vestidos prolificamente con la misma moda. Antes de la reciente reforma en el servicio militar obligatorio eran comunes las batidas en la vía pública, en los buses, en los retenes militares ruteros, en cualquier lado y a cualquier hora. Quién no tenía la libreta marchaba adentro del camión y a cumplir con sus tres años de servicio militar. Tiempo suficiente para adoctrinar la mente de los conscriptos con ideales de disciplina, obediencia, patriotismo y religión. Al finalizar los estudios secundarios a los 16 años y al ser el ingreso a la Universidad pública casi una quimera, gran parte de los citados o "batidos" caían en la volteada. Resultando una sociedad protegida con las armas que sostienen muchachitos jóvenes y sin mucha idea de la vida que les ha tocado transitar.  
    Hablarle a los ojos a una mujer casada o acompañada parece ser un derecho, o quizás un privilegio de su pareja o de sus familiares, y ese acto es una falta de respeto para los desconocidos. La mujer es consederada un objeto de posesión y no una compañera. Es muy común ver a la mujer en silencio rodeada de hombres sin participar de la conversación, no por falta de opinión sino por "respeto".
   Perú y Ecuador conservan idiosincracias similares en cuanto a la relación de géneros, algo que verdaderamente me venía fastidiando durante meses, al entablar contacto con otras personas. Entonces de un día para el otro decidí comenzar a utilizar ropa de mujer, para ver cuál era la reacción y la incomodidad que les provocaba (más a los hombres que a las mujeres) tal vestuario y actitud. Esa sencilla actividad la mantuve durante tres meses de continuo en Colombia y la abandoné cansado de las miradas despectivas y de recibir agresiones tanto físicas como psicológicas durante todo ese período. Sin dudas, para ellos la imagen y la condición sexual vale más que la persona, y no hay un rango muy amplio de opciones a la hora de vestir para el hombre. La homofobia saltaría a la vista. 
    
  La contienda inició casi a mediados del 2013 cuando vivía en Mocoa, en la comunidad indígena de los Kamsä. Una tarde descendí de la selva hasta el pueblo y como el único pantalón que tenía estaba rasgado en la entrepierna y no tenía demasiados trapos a mano, me vestí con la pollera de una amiga catalana. En aquellos días tenía rastas en toda la cabeza y me había dejado crecer la barba. A la pollera con los días le sume medias negras, cancanes rasgados, otra pollera hecha con retazos de tela y remeras femeninas con cortes a tijera. Una verosímil extravagancia para aquellos pueblos de campesinos con machete y ciudades conservadoras.



    En la primer semana de prueba recibí una buena paliza en un bar mientras bebía alcohol y me la daba en la pera. Fue la "masacre en el puticlub" de los redonditos de ricota en vivo y en directo. Había ido a buscar guarapo ( bebida fermentada a partir de la caña de azúcar ) a un bar a eso de las cuatro de la tarde. Allí me encontré a unos nativos con los cuales convivía y me quede bebiendo con ellos. En un momento dado un borracho me agredió en su idioma y allí comenzó la trifulca. Le apreté la paciencia para que traduzca sus palabras al español y lo que recibí fue una trompada en la cara. A lo cuál respondí de la misma manera y como las mesas se corrieron y algunos vasos de vidrio cayeron al piso más gente se sumó al carnaval de piñas. Hasta me abolló la cara una prostituta con cara de caniche toy para defender a su cafisho, a otro le reventaron el tabique de un botellazo. Volaron por el aire un par de sillas en forma de arcoíris. La batalla era campal y aparentemente nadie sabía ni le importaba la causa por la cuál peleabamos. Tampoco había un bando definido. Era un todos contra todos. Una guerra de almohadas sin ningún tipo de amistad.
    Como para ese entonces ya era de noche el dueño del bar apagaba y prendía las luces para que se enfríe la sangre, pero no daba resultado, los campesinos, criollos y nativos querían descargar sus 110 voltios  contra la fisonomía de cualquier vecino. Hasta que las paredes oscuras fueron iluminadas por la intermitencia de las luces rojas y azules de la gorra. Todo el mundo salió disparando por donde pudo. Los policías manotearon a los que consiguieron al voleo. Yo implementé mi habilidad de cuis pampeano y logré escapar, inmiscuyéndome entre la chusma concentrada afuera del local.
    Llovía y me ardía todo el cuerpo de los golpes. Inesperadamente tenía dos botellas de guarapo en la mano. Quién sabe cómo fueron a parar allí. Otra confirmación de que los milagros existen.
   Esa misma noche al llegar a la comunidad recibí un planazó en el brazo derecho. Es decir, me retaron a un duelo golpeándome el brazo con un machete pero no con el filo sino con su parte plana. A lo cuál me negué y me fuí a dormir con el brazo sangrando y una borrachera que parecía que me iba a durar toda la semana. "Por ser hombre y usar pollera", pensaba, "mi vida puede cambiar o incluso finalizar.... así de simple".
    Así de turbio comenzó mi elaborado "Proyecto Trans" en Colombia. Tenía para ese entonces unos 24 años y aún me restaban vivir de pollera unos 89 días y unas 89 noches más. Nadie dijo que iba a ser fácil. La agresión homofóbica es como la corrupción: no se toma vacasiones ni descanso y al igual que la estupidez no conoce límites.

Trajando en una huerta

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