Un círculo perfecto

El sendero del nuevo año gregoriano comenzó en dirección al campo, bajo el farol de la luna llena. Para que emborracharse con ruido a reggaeton y cumbia plagiada, pudiendo caminar en solitario por las calles sin pavimento y reírme y, cantar mis canciones al cielo estrellado.
Cada visita a mi pueblo es un saludo social al pasado, aunque también un reencuentro con los montes ya humanizados de mis ancestros. Aquí se bebió agua de los arroyos, se recolectaron frutos silvestres, se domaron caballos para extender el territorio de caza, se vivió en tolderías de cuero de vaca y los niños se hacían hombres y mujeres de la noche a la mañana. Aquí hubo exterminio organizado durante años, resultando el pie del criollo un zapato cruel y pesado, que supo borrar de la memoria de sus hijos la huella de la cultura asediada. Sin embargo, siento las miradas expectantes en las sombras de los eucaliptos, de niños, ancianos, hombres y mujeres, suspirandome sus costumbres y sus historias. " No pidas nada, tan sólo agradece".

Mi sendero llega a un punto cierto, en la mitad de la calle, donde visualizo nítidamente un círculo perfecto. Metro y medio de diámetro es lo que calculo a simple vista. El perímetro esta marcado por piedras blancas incrustadas en el suelo de la calle. Siento la necesidad de pararme dentro del círculo para detener mi andar, y soltar las palabras que vengo callando durante el camino. Ellas vienen solas, ellas se liberan a través de mis cuerdas vocales. Siento el saludo de los árboles. Siento el saludo del viento. Siento el saludo de las estrellas. Siento la presencia de la paz en mis manos y en el pecho. Abandono el discurso y le abro camino nuevamente al silencio. No es necesario ver más sombras. La luna llena se esconde de mi presencia. Abandono la visión nocturna y me quedo a oscuras, siempre de pie, dentro del círculo de piedras. No hay tiempo ni espacio que me separen de cualquier evento, persona o momento que consiga imaginar. No hay afán de cumplir ningún objetivo, ninguna promesa. No existe otro sitio u otra posibilidad. Todas me llevarán siempre al mismo sitio, al mismo punto de encuentro. 

Hasta que irrumpe mi intimidad la mente, entonces comprendo que mi ritual ha finalizado. Unas luces blancas de un automóvil me indican estar en lo cierto, al avanzar por el mismo camino donde me encuentro a más de doscientos metros de distancia. Viene hacia mí el vehículo blanco, entonces egreso del círculo y comienzo el retorno a la casa de mis padres. El campo va quedando atrás.
Las luces pasan de largo por el otro extremo de la calle. La noche esta hermosa. La luna es el brillo de una sonrisa estallada.

Sonrío porque recuerdo haber hecho decenas de veces aquel tipo de meditaciones en mi pueblo en diferentes sitios, cada vez que lo hallé imprescindible.
Sonrío porque siento como  la magia me acompaña.
Sonrío porque recuerdo como olvido siempre aquello que importa, y nuevamente lo recupero.
Sonrío porque me parece absurdamente infinita la vida.
Sonrío porque me voy a descansar tranquilo al haberme encontrado sobrio en la oscuridad de la noche de un año nuevo.
Sonrío después de una insostenible y tempestuosa resaca que me hundió todo el día la jeta contra el piso diciéndome "no tomes nunca más".

Imagen de la laguna de Puán, tomada desde la isla