Pan y Circo

Circo del Tercer Mundo
 
  Una pancarta en la calle principal de la ciudad nos anunciaba. Claramente por eso regresamos a Juanjuí a trabajar. El pueblo quería Pan y Circo, y ninguno de nosotros los quería defraudar. Además era un lujo que nos paguen por hacer semejante desastre. Nos habíamos convertido en los payasos de la región, llendo de un boliche a otro para animar las noches de la selva peruana. No teníamos un número ensayado, disfraz decente ni maquillaje profesional, sin embargo nadie más se animaba a hacer "la hora loca" como se nos había ocurrido a nosotros. Quizás era eso, quizás era por lo bizarro que resultaba el acto en sí. 
    De cinco integrantes, tres teníamos la cabeza llena de rastas, un promedio completamente extraño para la nación, y al soltar las de Felmun de once años de longitud y al sostenerlas desde un extremo, el resto bailábamos el limbo debajo de ellas con entusiasmo juvenil. No eran necesarios los anuncios, tampoco convocar a los gritos. El círculo la gente lo armaba sólo, por el simple deseo de esquivar el contacto físico o visual con los "auténticos" decadentes. 
    La música elevaba la atmósfera psicodélica entre destellos de luces láser, los malabares volaban por el aire dibujando espirales ebrios, y no dejábamos de saltar ni un segundo tirando patadas de ninja desnutrido por doquier. 
    A ninguno nos importaba si la gente comprendía el show, o siquiera si disfrutaba lo que hacíamos en el medio de todas las miradas. No había tiempo para dar explicaciones. Algunos se reían, muy pocos participaban, y el resto parecían estar más asustados que las víctimas del muñeco Chuky. 
   Circo Internacional señoras y señores, sangre caliente con sabor a yerba mate. Tempera roja chorreando por la cara de los payasos, alegría de la buena, de la rica, de la más sincera. No cualquiera coloca su curriculum en este tipo de empresas. No cualquiera pone la cara sin usar careta. Según Ladislao éramos unos empíricos con poderes imbatibles, y nada nos era imposible. Para mí éramos eso, pero también unos mamarrachos subdesarrollados expulsando locura por la atmósfera charapa.
    Elaborábamos entre los cinco un encuentro frenético, sin pausas ni comerciales, durante sesenta minutos de corrido, hidratados únicamente con cerveza. No era una tarea fácil marcar tarjeta a las once de la noche para comenzar a trabajar a las tres de la mañana. La cordura había que dejarla colgada en algún perchero y a darle fruta hasta el fondo, que la licuadora quiebra el miedo.
 
La vida en la calle


Esther, la rata anarquista

    Alrededor de cuatro meses viajamos juntos por la selva peruana, esta sucursal de circo. Tres peruanos y dos argentinos. Al principio vendíamos grillos artesanales hechos a partir de las hojas de palma a precio voluntario; hacíamos malabares en frente de los semáforos y tan sólo uno exponía sus artesanías en las plazas. Siempre alquilabamos cuartos en las ratoneras, o sea en los hospedajes más económicos, que como dicen las malas lenguas podían tener ratones de mascota. Aunque jamás vimos uno. Vendedores ambulantes, ancianos abandonados, parejas disfuncionales, y seres de otro planeta, pero ratones jamás.
    Con las semanas nació improvisadamente la idea de hacer un número, un ruedo en la calle, con plástico y fuego volando por el aire y un acróbata dando giros interminables. Los primero intentos generalmente salen mal, mal organizados, mal recaudados, mal convocados. Sin embargo, no era el dinero la vara con la cuál medíamos el éxito, sino disfrutar de lo que hacíamos, entonces ganamos público y experiencia por insistencia. Un número tras otro, una plaza tras otra, un nuevo pueblo, una nueva ciudad. Nos harían creer que el esfuerzo valía la pena. El esfuerzo de matarnos de la risa en público jugando como niños.
   Un día un amigo local que era chofer de un mototaxi, nos propone hacer la misma función pero dentro de un boliche, donde justamente nos encontrábamos. Él notaba que adonde íbamos resaltábamos del montón, no por derrochar sensualidad ni mucho menos, sino por ser foráneos y de aspecto diferente. Ya teníamos un gran punto a favor, entonces hablamos con el encargado del local, y éste aceptó pagarnos con bebida y dinero para que realicemos el show la otra semana. Y de esa manera inició la mini gira del circo Cara rota por el norte peruano. Un boliche por noche, íbamos de uno a otro porque se corría la voz y la propuesta agradaba.




  Un día llegamos a conversar con Ladis adentro de un complejo hotelero, con piscina y boliche de dos pistas, bebiendo cerveza con el dueño del feudo, sin saber que el tipo era narcotraficante y esa fortuna venía del polvo blanco. Al tipo le caímos bien por el Che Guevara y Maradona, o sea por ser argentinos. Estaba completamente ebrio, apenas entendíamos lo que nos contaba, e insistía en que quería pasear con su moto chopera por la zona residencial. Por fortuna su compañera, le freno la demencia y tambaleando nos escapamos de ahí. Al día siguiente cuando regresamos con el resto de los payasos para hacer la función, el tipo ni se acordaba quienes éramos y para colmo le subió una buena dosis de paranoia por la médula. Entonces con actitud de búfalo nos mandó al vientre de donde salimos mientras le hervía la sangre entre las venas. Un empleado lo tranquilizó, y le explicó con calma que no éramos ni oficiales encubiertos, ni policías antinarcóticos ni nada parecido. Y como los actos valen más que las palabras, extrajímos los juguetes de las mochilas e hicimos malabares de frente de la pileta, a la vista de todos. Recién ahí nos creyó. Acto seguido nos invitó un par de cervezas y expulsamos un atorado suspiro de alivio.

   Así fueron más o menos los meses de circo callejero con esta familia. Con más noches que días, con más ríos que duchas, con más compañía que soledad. Una familia binacional de muy buena conducta, de risas estalladas y anécdotas difíciles de creer. Hasta que nos separamos por perseguir diferentes rumbos, y con algunos nunca más nos volvimos a ver.

Pechón y su arte

Recibo de sueldo

Río de Juanjuí - la ducha diaria con jabón y shampoo


Colectivos peruanos



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