“Nos pintan de ladrones, maricas, faloperos y
ellos sumergieron a un país entero, pues así, se roba más dinero”
El tiempo no para
(versión argentinizada de Bersuit Vergarabat)
Exterior de la mina de Potosí |
Eduardo
Galeano, ya en el año 1976 retrató de forma exhaustiva en el libro “Las venas
abiertas de América Latina”, el sistema de extracción minera con la cuál
pereció durante más de trescientos años el pueblo originario de Potosí y sus
alrededores. Porque la riqueza mineral, el buscadísimo Dorado de los
colonizadores en cierto momento fue hallado y la fiebre del oro no demoró en
infectar la sangre de los recién llegados. Perecían nativos a granel trabajando
de sol a sol dentro de los infinitos socavones. Según se sabe hace tiempo,
fallecieron alrededor de setenta personas por día durante tres centenares de
años, como parte de un mega proyecto de explotación humana para hacer migrar
incalculables toneladas de plata y oro al Viejo Continente. Por más que las
cifras suenen descabellas, así de insensible y egoísta puede llegar a ser el
orgulloso e irracional ser humano.
Actualmente
un puñado de empresas turísticas de capital nacional se encarga de tranzar con
las cooperativas mineras que aún funcionan en el Cerro rico de Potosí, para que
curiosos de todo el mundo puedan ver con sus propios ojos el fúnebre sistema
laboral minero. Porque si bien muchas cosas al parecer han cambiado, como el
uso de cascos, la retribución de dinero a cambio del trabajo y la libre
decisión personal de ingresar a la mina para moler rocas, la esperanza de vida
continúa siendo penosamente baja. Además si bien la globalización ha traído la
posibilidad de nuevos puestos de trabajo alternativos en la ciudad de Potosí,
para muchos, sobre todo para los más pobres, trabajar en la mina continúa
siendo la principal opción.
Se ruega ante todo a los turistas, llevar
algunas ofrendas para los mineros, como botellitas de alcohol, cigarrillos,
agua envasada y hojas de coca. Y una vez dentro intentar no estorbar en lo
posible las actividades que están realizando los nativos, aún cuando a veces se
hace una tarea imposible ya que se comparte de a momentos las mismas diminutas
vías de tránsito. Fotografiar a un minero sudado con el torso desnudo mientras
palea kilos de roca a un vagón que pesa alrededor de una tonelada y que jalará
con tracción a sangre junto a dos individuos más, es casi lo mismo que tomarle
una foto a un fantasma. Sobre todo cuando en la actualidad jubilarse de minero
en Potosí a los 40 o 50 años, es sinónimo de llegar al sepulcro. Su retiro
laboral no es alcanzando el ocio jubilatorio sino a la propia defunción. Un destino totalmente cruel, sabiendo que
ninguno/a de los que están leyendo estas palabras comparten el mismo destino
como consecuencia de la insalubridad del labor cotidiano. Y si es así, vaya
peste que estamos resultando hasta para nuestra propia especie.
La producción minera concentraba, en 1930, el 95 % de las exportaciones
bolivianas, absorbiendo mano de obra campesina que impedía el desarrollo de la
agricultura y favorecía la dependencia de la importación de alimentos
provenientes de los países vecinos, especialmente de la Argentina.
Visitar los socavones de Potosí durante
horas me revolvió el estómago. Me hizo ser parte de un juego que no quiero
jugar. Considero que lamentablemente somos cómplices o partícipes del circuito
genocida de la minería irresponsable, al ser la ciega demanda que consume los
minerales que son utilizados de la extracción.
¿Qué sabemos sinceramente de la procedencia
de cada porción de manufactura que utilizamos a diario? ¿De dónde sale el zinc
de las chapas, el litio de las baterías, el cobre de los cables, el aluminio de
las aberturas y puertas?
¿Y qué
sabemos del destino del planeta y sus
especies llevando a cabo sistemas de vida tan corruptos y nefastos?
¿Y qué sabemos
realmente cuál es el precio real de nuestras comodidades, entretenimientos y
tecnologías?,
¿A dónde va el
tren del progreso? ¿A dónde va el tren de la corrupción?
¿Cuál
es la forma más propicia de cambiar el destino y abandonar ese vagón?