Transiciones en el Amazonas

Mono leoncito siendo alimentado en el barco

"Quién toca el fuego de un indio, se incendia a sí mismo"

Don Juan


    Luego de un mes y medio, entre la selva y la ciudad de Iquitos, decidí continuar viaje con rumbo a Ecuador. Esta vez por vía fluvial. Comenzaba la época de lluvia y el brote de fiebre amarilla, malaria y dengue ya se hacía notar en la ciudad. Ya algunos viajeros extranjeros estaban cayendo con síntomas y malestares en las articulaciones en el hospital, por lo tanto consideré que el cambio de estación era la excusa perfecta para salir de ahí, corriendo. Las lluvias eran calurosas pero intensas.
    Después de ser deportado dos veces de Ecuador y pasar un total de doce noches encerrado en diferentes celdas (por hacer malabares en la vía pública siendo extranjero), volvería a intentarlo con mentalidad triunfadora. Flora, una chica de Francia me acompañaría en ese trayecto de ocho días de barco por la Amazonía, navegando por el río Napo hasta la frontera de Pantoja.
    A mitad de camino nos quedamos dos semanas en Santa Clotilde, un pequeño poblado indígena y criollo a la vera del río, donde una amable familia nos brindó las comidas diarias y un sitio donde colgar las hamacas. Mientras nosotros les dábamos una mano con las faenas de la casa y hacíamos algunos trabajos más pesados. Allí los niños correteaban libremente por los montes con pequeños monos en sus hombros de mascota. En vez de tener bicicletas paseaban y pescaban utilizando piraguas de una sola pieza, es decir con un trozo de tronco quemado y calado por dentro elaborados con herramientas artesanales. Abundaban las exóticas frutas tropicales; y allí degusté por primera vez la ingesta de gusanos del tamaño y el color de un ñoqui estando los bichos vivos, ellos los comían como si fueran golosinas; y me emborrache un par de veces bebiendo tubérculos fermentados (masato) y licor de maíz (chicha) con las familias de los indios nativos. Bebían tanto los jóvenes, como los adultos y los ancianos  riéndose siempre a carcajadas. Fue la gente más bella, jovial y relajada que conocí en mi vida. Nativos de espíritu sano, pocas palabras, de gran curiosidad y generosidad descabellada.
    Luego, al retomar el viaje en barco ingresamos al Parque Nacional Yasuní al atravesar la frontera con Ecuador, junto al oficial de migraciones, un policía, un alemán, una italiana y un español. La piragua era una ensalada internacional. Allí conocí a los delfines rosados y cantidad de tortugas de río nadando en un majestuoso santuario de vida libre y salvaje.





    En esa oportunidad ingresé al país con los papeles migratorios en regla, ya que la única computadora del puesto fronterizo la tenían averiada y no había forma de conocer mis antiguas deportaciones.
    Sin notarlo estaba comenzando a materializar lo imaginado y eso me brindaba una completa e indescriptible Libertad.

Flora


Nativos de Santa Clotilde


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