Salir del agujero

Nos vimos rotos,
 disueltos,
y pulverizados
 bajo el martillazo de la conformidad.
Teníamos esos granos despeinados
y medio millón de puteadas 
para pintar y gritarle al viento 
de la Gran Institución.

Mamá y papá hablaban en otro idioma,
mientras la música daba a luz 
la danza marginal
y las melodías que suenan en la caída
del muro conservador.

Teníamos que salir del agujero
quemar el código de barras de la nuca,
ser infinitos
y dulces como el pólen.

Teníamos que fertilizar la tierra con nuevas ideas
y embarazar a todos los animales en peligro de extinción.

Teníamos que madurar la palta en menos de una semana
y abandonar para siempre las escaleras mecánicas,
las tarjetas de crédito,
y el motor.

Estábamos en el abismo,
a punto de tomar el sedante que cura la transgresión,
nos estábamos durmiendo en la cama de la inercia,
presionando el piloto automático,
pero algo nos desperto,
un sórdido alarido,
el grito salvaje de la intuición.

No seas cobarde mi hijx,
debes conocer el dolor antes que el alivio,
debes conocer el hambre para buscar alimento,
debes conocer tu ignorancia para saber que no sabes nada.

Sentate en el trono de madera que
hoy es tu día, 
hoy le dimos otra vuelta al sol,
hoy sonreímos como ninfas en el bosque,
hoy podemos beber vino tinto en barril de fibrofácil, 
hoy nos masturbamos de risa,
hoy el miedo transmuta en coraje,
hoy la noche se vuelve día,
hoy el respeto es nuestra moneda corriente,
hoy renunciaste a usar corpiño,
hoy no te depilas más,
hoy las arvejas están de oferta en el chino,
hoy el hombre deja de mirar culos para observarse a sí mismo,
hoy el agua vale más que el oro,
hoy te encontraste un frasco de flores en la calle,
hoy se respiran buenos aires en la capital,
hoy te amo por tener la valentía de ser lo que sos,
hoy están de paro los corruptos,
hoy hablo y me chupa un huevo bien frito no tener la razón,
hoy la sangre está que arde,
hoy el amor está de oferta y es gratis,
hoy goleamos 4 a 1 a la muerte,
hoy desnudo y maquillo con poesía mi corazón.


Aprobecha el día mi hij@,
que mañana quizás no.

Se me estaba haciendo de noche

Voces en mí

Quería escuchar esa voz que me susurra las melodías del viento y me desmaya en la calma; 
esa voz que me invita a tomar helados de crema del cielo y dulce de arco iris; 
esa voz ronca con textura de noche rota y sonrisa de medio día por venir; 
esa voz que me acompaña cuando estoy sólo entre muchos; 
esa voz que me toca el culo y me dice que soy la princesa de un planeta sin tierra...

Sólo ella me vuela la peluca, 
me despeina el bigote 
e incinera la razón del pensamiento inoportuno. 

Esa voz aplaude a los que aplauden sin chocar las manos 
y a los que bailan sin escuchar música. 
Esa voz ríe y llora caminando por las calles que no la llevan a ningún lado, 
porque flota libremente en el aire que emiten todas las almas sensibles.

Ella es un perfume que cuando quiere se vuelve canción.


Av. Corrientes desde el 10mo psio del teatro San Martín

Despierto



Me desperté babeado como un caracol,
viendo la silueta de tu sombra escurridiza en la pared.
Pero vos no estabas durmiendo a mi lado,
vos no estabas.

Soñe que había jalado dentro de una bolsa de supermercado 
todo el pegante de una ferretería 
desesperado por llegar a las nubes de Saturno 
cabalgando sobre el fulgor de un refucilo. 

Soñé que Saturno no era gris
 y que estaba habitado por seres idénticos al humano.
Había arroyos limpios, flores, árboles deslumbrantes, comarcas de madera y barro.
Todo tenía color.

Soñe verte entre una multitud caminado con una sonrisa en el bolsillo.
Se desprendía un halo de luz de tu espalda. 
Todo era en tonos de azul.

Soñe  que había jalado dentro de una bolsa de supermercado 
todo el pegante de una ferretería, 
y que mi mente conseguía ver más claro.

Soñe el reencuentro, el abrazo, el amor.
Soñe con darme cuenta que había muerto muchas veces, 
soñe con volver a nacer.

Soñe caminar a tu lado llendo lejos,
cruzando el horizonte de la felicidad de la mano. 
Soñe estar despierto entre tus brazos, 
soñe quererte, soñe que me querías,
Soñe despierto,
y ya no me quiero dormir.

Ingreso al UKU PACHA

Ambo

Desde tiempos muy remotos, una vez que el humano se irguió en dos piernas y camino extensos territorios, han habido interpretaciones diversas acerca del mundo, del cosmos y la vida misma. Muchas de ellas han surgido de boca de aquellos que supieron captar la esencia de las cosas más allá de la materia. En la cosmovisión andina por ejemplo, se considera que la naturaleza y el humano son parte de un todo, y que entre ambos hay relaciones de interdependencia, por lo cuál las especies del mundo vegetal, mineral y animal, al tener vida y por lo tanto un alma, precisan y deben coexistir en armonía. Cada porción del mundo es sagrado, así como cada uno de sus habitantes. Ésta concepción era la ideología con la cuál labraron sus costumbres y sus formas de organización social, muy diferentes a las que trajeron los europeos del Viejo Continente, donde el "otro" era visto como algo ajeno y muchas veces sin valor,  digno de ser aprobechado a la fuerza.

En los andes cada Etnia (Ayllu) afirmaba provenir de un ancestro común de origen divino, el cual había surgido de la tierra por mandato celestial o supremo. Esos antepasados habrían salido de un sitio especial, al cuál todos reconocían como Pacarina. Esta especie de portal que conectaba ambos mundos ( el terrenal y el inframundo ) podía ser un río, montaña, volcán, lago, cueva, laguna, manantial, etc.

Un día, mientras vivía en Huánuco, en los andes del actual Perú, unos amigos me propusieron ingresar a la cueva de Jatun Uchco, en la localidad próxima de Ambo. Este sitio sagrado ha sido testigo de  múltiples rituales y ceremonias ancestrales, y lo más curioso es que allí se han encontrado los únicos restos completos de un tigre dientes de sable del mundo. Pese a tal insólito hallazgo, la cueva se mantiene sin ningun tipo de modificación humana y por fortuna aún es posible ingresar dentro de ella por cuenta propia. La peligrosidad del sitio, una vez que uno comienza el descenso es alta, debido a las infinitas grietas que la contienen. Si no se toman las más básicas precauciones, como utilizar cuerdas y una iluminación perdurable, salir de allí no es moco de pavo.

El grupo de espeleólogos improvisados estaba compuesto por Rafa, un malabarista nativo de Huánuco; el Chato, tatuador callejero de Lima; el negro Cristián, artesano nómade oriundo de Laferrere y nuestro guía con precarios conocimientos en cuevas, el señor Gino Cacique, también artesano, también peruano. El Chino al relatarnos una noche de cerveza en el parche del centro de Huánuco, su experiencia en Jatun Uchco, nos dejó a todos con la boca bierta llena de moscas y con unas densas gánas de ingresar a la Pacarina lo antes posible. Ambo se encontraba a pocos kilómetros de Huánuco y hacer unas antorchas para iluminar el camino en descenso, no era algo tan dificil. Cómo nadie quizo invertir en cuerdas gruesas, las dejamos afuera de la lista. Media docena de velas serían las luces de repuesto. gino había ingresado una sóla vez a la cueva, y según su relato la cueva, en verdad eran varias cuevas, con forma de hormiguero. Por tal razón, hacer marcas en el camino era una tarea indispensable para salir de allí. De tan despiestados ninguno se acordó de planificar un marcador para ese detalle.



Madrugan los gallos para cantar a capela un amanecer. Despiertan los aventureros para correr del riesgo las cortinas. Le echamos combustible al tanque: pan con aguacate y jugo de fruta. Energía, vigor. Reptamos por los valles andinos en una clásica buseta, junto a hombres  peinados con sombrero y mujeres que cultivan quinoa y papas en la huerta del sol. A Gino le tiemblan las piernas.  El Chato carga entre las manos su corazón. Ambo es un pueblo hermoso, es una gota humana que moja las montañas. Las personas son curiosas, observan y cuando las vemos se tapan la vergüenza con las manos. Las iglesias parecen estar pintadas con pastel.

El portal de la cueva se encuentra en la cima de un cerro. Falta poco. Nos saludan los vecinos, hace calor. El estómago de tantos nudos parece una pulsera de macramé.




Un extenso sendero sin marcas ni carteles nos acerca al hueco principal, al tope del cerro. Ofrenda de agradecimiento hojas de coca, tabaco, una vela y  alcohol. Fumamos un cigarro entre todos, pidiendo permiso a los Apus para ingresar. Descendemos por una grieta, y duchamos las antorchas artesanal es con gasolina, inicia el viaje al otro mundo.

Iluminados por el fuego



Descenso en la grieta

El Chato

Los caminos se abren, al igual que las decisiones en nuestra vida. Debemos elegir uno y marcar con la cera de las velas algun símbolo en las piedras. El silencio de hospital psiquiátrico es sofocante. Ingresamos a la oscuridad de 300 noches sin luna. Caminamos lentamente, avanzando con la iluminación de los latidos del fuego. Por momentos los túneles se vuelven demasiado estrechos y cuesta avanzar. Cada incierta cantidad de metros hallamos cámaras donde el espacio es más abierto, y aprobechamos a tomarnos un recreo. No hay vuelta atrás, las decisiones se toman en conjunto. Sacamos fotos para aliviar los nervios. El sitio es una máquina del tiempo, oscuro y sin luz. Continuamos el descenso hasta que se vuelve imposible continuar sin cuerdas. Nadie sabe cuantas horas ya hemos pasado ahí dentro. Hace calor de primavera. Nadie sabe cuanto falta para llegar a China y mucho menos si los supermercados a esa hora estarán abiertos. Hacemos una votación y por unanimidad, emprendemos la camino de vuelta. Luego de trepar, arrastrarnos y continuar trepando como koalas andinos, al Chato se le cae la botella de gasolina adentro de una grieta. Suena un ping pong interminable de piedras. La noticia es contundente, acabamos de perder todo el combustible de las antorchas para siempre. Minutos más tarde, quedamos a oscuras. El Chato se quiere pegar un corchazo de sidra en la sien. Por suerte, todavía quedan velas, sino a llorar un mar de melancolía. El ascenso triunfal está cerca, y la caverna nos va dando la despedida después de bucear una jornada en el intestino grueso de la Tierra. Al ver los primeros rayos de sol atravesando los contornos de las rocas, se siente una fiesta de carnaval. Qué mágica que es la vida cuando te convertís en una hormiga. Salimos campeones, la experiencia fue orgasmica. No seremos los enviados celestiales de la Pacarina, sin embargo nos colma el pecho una radiante alegría.


Gino


Incendiando el espíritu de las botellas

Cocinando arroz en tres minutos

La memoria es como el ser humano, con el tiempo siempre te traiciona, dijo el traidor. Entonces el pasado te revienta el cachete con su mano de camionero y sentís los recuerdos inflamados de nostalgia. Cuidado con la cabeza, pensé. Pero sin darme cuenta, antes de cumplir los 15 años, ya la había perdido, en la incongruencia de mi desfachatez. Decíamos que éramos la banda del Canje, porque teníamos esa rara costumbre de ir al basural municipal y a otro clandestino, obra y arte del pueblo, a buscar las tapitas de las gaseosas y los jugos Mocoretá, porque con 5 te daban una botella O km, y el plástico que envolvía a las pepsis de aquel entonces, porque con sus ropitas de polietileno te daban en el almacén del barrio una gaseosa tamaño familiar. Y así nos empachábamos de tomar tantos litros de gaseosa y nos salía azúcar por los ojos en vez de lagañas, una vez que finalizaba la monumental siesta semanal. Descubrí de esa manera que la vida te da premios, pero te los deja adentro de la basura de tu vecino. Descubrí de pibe que incendiar desperdicios ajenos era más divertido que jugar al Mario Bros una tarde de sol.

Primero una caja de cartón, después 200 gramos de plástico en rodajas  y por último, cuando el horno ya esté calentito agregar un par de colchones y media docena de neumáticos firestone. Receta ideal, nunca falla. Todo a la hoguera mi general. Que arda la inocencia que perdimos en el laberinto del crecimiento constante; que ardan las sociedades tercas que producen tanto desperdicio; que arda la vida entre carcajadas de aliento a huevo podrido. Somos los reyes del fuego y del humo negro, porque acabamos de asesinar al Papa una vez más.

Como olvidar esos días de escalada al Aconcagua usando cajas de cartón como zapatillas para evitar el mordisco de las ratas, coronando la cima sintiendo que esa basura es tu oro y que como un rey tirano vas a decidir su destino. Vuelan un millón de compac disc como palomas libres en el firmamento. Atravesamos la extensa cortina de humo denso en bicicleta sin ver un pomo; jugamos al bowling con botellas de vino y piedras enormes; abollamos a palazos el chasis de un auto; leemos cartas de amores fallidos y las noticias pesimistas de un mundo gentil. Y esa era mi fabulosa juguetería, donde podía usar todos los juguetes a mi manera. Y no es que mi familia fuera pobre, sucede que nadie te regala una aventura, nadie te vende libertad, todo lo contrario, nos ofrecen targetas para que compremos miedo en cuotas sin interés. Las aventuras son como el amor...libres, y  no están envueltas ni apretadas en las góndolas del supermercado COiTO. Para comprender su idioma hay que entregarse a la pasión, a su locura desenfrenada que te puede deslumbrar con la explosión de 20 aerosoles dentro del cilindro de un viejo lavarropas o fundiendo plomo en una olla quemada para hacer las plomadas de los futuros días de pesca.

Así son mis aventuras de pueblo chico, así es el amor. El amor es un incendio de llamas incandescentes flameando sin control remoto. Como los policías cuando le dan palo al pueblo por reclamar sus derechos. Ah no, así es la inconciencia, perdón. El amor no es estúpido y mucho menos tan cobarde. El amor entrega y al quedarse sin nada se llena de todo. Y mis padres cuando veían a un linyera en Bahía Blanca, entre risas decían "ahí va Mauricio". Y si, ahí voy yo, perfumado con mi olor a humo, pensaba. Con mil cielos soleados en una bolsa de estrellas, con cantidad de horas para tirar para arriba. Iría masticando la humedad de las nubes, iría dando largos pasos sobre los lagos, iría cargando un encendedor en el bolsillo para quemar los sillones que ya nadie utiliza. Iría embriagado con mis botellas de Mocoretá lima limón junto a un sacerdote que con su arte de magia convertiría la gaseosa en agua bendita. Y seríamos los santos del siglo. Porque soy miembro premium de la banda del canje y del sindicato argentino de cirujas sin destino. Porque el día que cabe mi primer pozo desenterré a mi propia muerte, y la embalsamé con goma Eva y vinagre de alcohol y en el hombro la cargué hasta la cima del Aconcagua del pueblo para que sea ahora el principal monumento a la Libertad. 

Nativo del monte



En el año 2000 ocurrieron grandes cambios, quizás no para todos, pero si para algunos que lo estaban precisando. David nacido y malcriado en Puerto Colombia, ciudad emplazada frente al mar Caribe, para esas fechas se encontraba renunciando definitivamente a aquello que le proponía como estilo de vida la sociedad. Al tener cuatro décadas de vida, y luego de camellar (trabajar) sus últimos diez años como chofer de un colectivo interurbano entre su pueblo natal y Barranquilla, decidió arrojar de una vez por todas, la toalla afuera del ring. Estaba harto de la rutina. Cansado de hacer cada día exactamente lo mismo. Ya conocía de memoria los detalles de cada esquina, de cada parada, de cada avenida.
Si bien cada día llevaba relativamente a los mismos pasajeros, algunas veces subían artistas callejeros de diferentes partes del mundo, con los cuales gustaba de conversar y escuchar sus extrañas historias. Lo cierto era que David de pelao (niño) ya soñaba con vivir al aire libre en el monte, sin necesidad de construir una casa ni trabajar tantas horas, como sabía que habían hecho los pobladores nativos de esas mismas tierras, antes de la llegada de los colonizadores. David entonces soltaba sus anhelos a estos personajes extravagantes, que lo animaban a dejar su actual vida atrás.

En el año 2013 también ocurrieron grandes cambios, quizás no para todos, pero si para algunos que lo estaban precisando. Con Marita nos habíamos conocido en el mes de Mayo, al sur del país en la comunidad Kamsä y desde Julio, al reencontrarnos en Bogotá, habíamos decidido comenzar a viajar juntos en bicicleta. Llevábamos casi medio año indagando entre sierras y llanos las rutas colombianas, y ya estábamos requiriendo un sitio tranquilo en una playa para relajar un poco las piernas y trabajar con nuestras artesanías.

En algún día de aquel mes de Noviembre, arribamos a Puerto Colombia, ciudad cercana a Cartagena de Indias y Barranquilla, en la costa occidental del mar Caribe. Era medio día y el sol estaba abrasador. Conversando fortuitamente con una prostituta bajo la sombra de un árbol en la plaza principal, recibimos el dato de un hombre que vivía sólo en el monte como un ermitaño, pero que le complacía recibir personas de paso que estén viviendo de forma nómade. Si bien la mujer estaba arruinada por los vicios nocturnos; los vaivenes de su oficio se hacían notar, y aquel camino que nos indicaba podía resultar una emboscada, decidimos no prejuzgarla y seguir sus indicaciones. Salimos de la plaza y fuimos ingresando paulatinamente en barrios cada vez más humildes y abandonados. Como el camino iba en ascenso, ganándole terreno a un gigantesco barranco a la vera del mar, pedalear no resultaba sencillo. Al finalizar las últimas viviendas, comenzaba un sendero que se introducía en el monte arbolado. Ya a pie continuamos la trilla.
Quince minutos más tarde, luego de un gran esfuerzo y trabajo en equipo para subir algunas lomas, llegamos a la zona aparentemente habitada. A nuestro alrededor y entreverados entre los árboles había erguidos cuatro quinchos de madera nativa, sin paredes. Estaban armados a varios metros de distancia entre sí, sobre un terreno en pendiente. El mayor inmueble era un horno de barro bajo techo. Ollas tiznadas con hollín descansaban en ganchos de metal. No había restos de comida ni un mueble o cajón para almacenarla. Bajo uno de los quinchos había una carpa vacía. En otro, una hamaca. El sanitario era un baño seco sin cobertura. Una tapa de madera impedía el ingreso del agua de lluvia y de los insectos. Había una bicicleta fija al suelo, con aspecto de bici licuadora. No había más nada, no había más nadie.
Esperamos allí sentados, observando el mar desde el interior de aquel solitario monte. La serenidad del sitio era indescriptible. Comimos unas frutas refugiados en la húmeda sombra, hasta que llegó un hombre sonriente de cabello largo. Estaba con el torso desnudo y sostenía con la empuñadura de su mano derecha, un extenso machete. Aquel hombre era David, el ex colectivero de Puerto Colombia, y esa porción de floresta tan poco modificada era su casa.

A partir de ese momento comenzaría una amistad y una larga convivencia de dos meses y medio en las tierras mansas que ocupaba plácidamente un hombre que no tuvo miedo a trasmutar de un día para el otro su estilo de vida, por algo que él consideraba en lo personal menos estresante y más saludable para su planeta.



Festejando el cumpleaños de David




Tatuajes lacrimógenos (28/11/13)



Tatuajes, marcas en la piel, símbolos que nos brindan identidad. Cirujía estética que no pagan los cirujas para tener que ser. Resistencia al dolor, al olor a piel quemada, a piel ardiente. ardiente como sexo de monja ojeando la revista Gente, autoflagelación para definir quiénes somos, o quiénes pretendemos ser. Y que lo sepan los otros que lo van a ver. Sino qué? Cicatriz con tinta china o paraguaya para el resto de nuestra molecular existencia. Una bicicleta quería, una para toda la vida, o lo que me quedara de ella. Mi brazo izquierdo vestido con cadenas y coronas inoxidables, quería, pintadas en honor a la demencia de vivir del aire sin condiciones, porque el aire acondicionado dicen que te enferma las pocas cosas sanas que aún nos quedan. Yo no tenía tatuajes, porque nunca tuve las acciones suficientes para invertir en semejante empresa. Y ahora a mis veinticinco octubres nuevamente quería un dibujito quemado en mi piel. Seguía sin tener suficiente papel moneda. Había que trabajar más, ahorrando dentro de un chanchito de metal para que no se rompa antes de tiempo.

David era el anfitrión del monte en Puerto Colombia, el ermitaño chiflado y simpático que nos daba un espacio para armar la casa rodante, la carpa, el hotel mil estrellas, la delgada tela que te separa de la indigencia. La Universidad del Atlántico, estaba a algunos buenos kilómetros de allí, asi que cada tanto íbamos a armar feria en la entrada de la institución estudiantil, pedaleando bajo el sol del clima tropical, por el tramo de una ruta vieja y desolada, con más baches que la suferficie lunar. El tránsito obeso y contundente circulaba a pocos metros por la autopista con sus zumbidos de explosión y humo de dragón, asesinando a los animales que cruzan a comprar sus caramelos al kiosko de enfrente.

Un día sin nombre ni apellido, al llegar a la Universidad notamos un clima fuera de lo habitual. Mientras exponíamos las artesanías y los primeros fanzines, en la boca principal de acceso a un costado de la arcada, individuos encapuchados estaban repartiendo volantes con consignas libertarias. Era un extenso texto, donde se invitaba al lector colombiano a liberarse de las estructuras opresoras de la sociedad,  incluyendo cualquier tipo de institución u organismo que se encargue silenciosamente de ello. Esos que te meten el dedo por donde ya sabés, mientras dormis la siesta y ni te das cuenta. Era un acto llevado a cabo por un grupo reducido de manifestantes, dentro de en un país donde ver un hombre con cabello largo ( salvo en las capitales ) es más extraño que fumar yerba mate con azúcar. Ellos pretendían tomar la Universidad, cansados de exigir mejoras en la infraesctructura del campus y en la calidad de los servicios que prestan.  Minusiosamente los jóvenes encapuchados, con bolsas plásticas en sus calzados, comenzaron a armar barricadas con maderas, tarros de basura y cualquier tipo de objeto que encontraron librados al azar. Los estudiantes apresuraban el paso, muchos asustados, con la cola entre las patas, al notar que se avecinaba un motín institucional. Dentro de los edificios se escuchaban fuertes ruidos, de objetos utilizados como autitos chocadores. De a poco comenzaron las fogatas clandestinas y las corridas. Se sumaba gente a la orgía. Para nosotros la hora de las ventas había finalizado con semejante escenario. Veníamos del monte, de la calma de la ruta, de abandonar para siempre los estudios universitarios, de vivir el día a día, de aprender haciendo, de cocinar cada día a fuego, de comunicarnos sin teléfono, de tomarnos el vino con soda, y allí estaba a punto de estallar un conflicto social. En otro momento de mi vida hubiera participado voluntariamente del asunto, por encontrar la causa justa y válida por la cuál luchar, pero en ese preciso momento de mi vida, no quería saber más nada con la violencia civilizada, con la ceguera colectiva, con el tira y afloje y la eterna lucha de poder. Nos vemos al rato gente.

Calor de mediodía, llegan los primeros canas en camión blindado. Una avenida conecta al resto de las universidades, todas privadas, como todo en Colombia. Lo gratuito es una fábula, algo que no existe. Salud, educación, por todo usted paga. Pueblo castigado, estratificado, menospreciado. Colombia encabeza la lista de los países con mayor número de desplazados internos del mundo, luego de Siria e Irak. Casi siete millones de casos son los registrados, en una población de 45 millones. Reclutamiento a la fuerza, amenazas de muerte, enfrentamientos armados, robos de bienes por actos armados, desaparición de algún familiar. Cada gramo de cocaína es complice de estas historias. Pero de eso no se habla mi hijo, que pueden escuchar los vecinos.

El resto de las universidades están de paro. Revuelta estudiantil. Retornamos a la del Atlántico, haber como sigue la movida. Almorzamos en un puesto callejero mientras piedras vuelan por el aire, entrando y saliendo de la universidad. Parece una broma, o un nuevo juego, entre policías y estudiantes. Son pocos de un lado, son pocos del otro. Hay más espectadores presenciando el partido que gente involucrada en el asunto. De repente llega un camión negro, se detiene en la entrada y descienden muchos uniformados del SMAT, también con el rostro oculto. Sin embargo no encaran el portal de ingreso de la institución, inesperadamente comienzan a escupir balas de goma a los curiosos, que nos encontramos a tan sólo diez metros de distancia. Gases lacrimógenos y todo se va al carajo. Cientos de ovejas corriendo desesperadas. Se dispersa entre gritos el rebaño. Y María donde se metió? Cruzo la avenida y no la veo. Los espectadores ahora se involucran al combate medieval, arrojando palos y piedras. El aire esta viciado, y nuestras bicicletas quedaron abandonadas en medio del campo de batalla. Humo, palazos a mansalva a quién se cruce. La garúa fina ahora es tormenta. Lluvia ácida, detonando en el olvido la tranquilidad.

Marita está al frente, sóla, agazapada detrás de un puesto de comida y en frente suyo, dentro de un cajón abierto hay una serpiente, que la mira a los ojos.  Nada que ver. Aguantá. El reptil está igual de asustado que ella (esos detalles me los entero más tarde). Es costumbre de la región ese tipo de mascotas, no puede ser venenosa.  Piensa, Marita.
   
    Nos gritamos mutuamente, en medio del escándalo. Suena la voz de Ricky Espinoza en mi cabeza. Esto es punk rock animal. Si te gusta el fernet puro bancate la diarrea. El cordón policial está demasiado cerca de ella. Somos argentinos y ambos con la visa vencida. No da. Quedate quieta que nadie te vio. Siguen volando piedras, siguen gatillando goma. El gas lacrimógeno es más fastidioso que mosquito a media noche y a eso hay que sumarle el calor de medio día. Las fuerzas cobardes del Smat avanzan. Ahora, corre!! Cruzá la avenida. Marita corre. Abrazo de película romática de bajo presupuesto. Nos refugiamos en un local, que ya esta repleto de estudiantes. Esperamos a que dejen de arder los glóbulos oculares, que están inflamados como testículos de Sebú. Pasan los minutos, sigue avanzando la policía. Llegó la hora de recuperar las bicicletas y tomarnos el palo. En medio del caos, continúan las ventas. Antes de volver a casa, unos muchachos nos reconocen y compran unos fanzines.  Ahora si, a pedalear. Nos vemos el año que viene ciudad. En el camino se encuentra el lago de los Cisnes, donde nos bañamos en ropa interior. Sumerjo la cabeza en la oscuridad del agua dulce, y el silencio invade mi corazón. Por fin salimos de ese quilombo. Yo sólo quería un poco de dinero, para costear mi primer tatuaje. Sólo quería ver un dibujito de una bicicleta quemado en mi piel y no tanto ruido grabado para siempre en mi frágil memoria. Así es latinoamérica, la tierra de los oprimidos.




Colosó - amiga descansando en el sendero

Ducha salvaje 2

Nos desnudamos al aire libre en el ocaso de la primavera
para abrigar la piel con el sol.
Cambia de color la carne,
también cambian nuestras ideas.

Frente a un río en bolas
fregando la ropa con jabón neutro,
esperando sentado sobre una piedra caliente
con las piernas en cruz,
a que se sequen las únicas prendas de vestir
que ocultan mi desnudez.

Operación de rutina.

El viento es como un chocolate,
delicioso,
masticable 
y pervertido.
Su sabor invade cada poro de mi ser
y me produce esa fuerte sensación
de saber que ahora algo en mí
es irreversible.

Elegir una ducha dentro de un cubo de cerámicos
y un lavarropas kohinor,
a la pública e infinita interperie,
es algo incomparable.
Porque
la privacidad claustrofóbica le quita esa porción de magia
que tanto precisa mi espíritu
para ser felíz.


Dios

Dios es vengativo y rencoroso,
Dios no se olvida de tus errores,
a Dios le gustan las mujeres, la noche y el vino tinto.
Dios es el apodo de Jorge 
y Jorge es mi vecino.