Gramado, la ciudad del chocolate

Gramado es quizás la réplica exacta de una aldea alemana que probablemente nunca existió. Conservando el estilo arquitectónico germano, esta ciudad es hoy en día un monumental parque de diversiones diagramado para el deleite del turista, que esté dispuesto a invertir una buena moneda en pocos días. Todo tiene precio, todo tiene entrada, ya que cada construcción fue erguida con capitales privados. Salvo los baños públicos del lago Joaquina Rita Bier, elaborados a partir de un Container reciclado, y los del centro de informes turísticos, que están en condiciones tan favorables que dan ganas de tomarse una selfie abrazado a los mingitorios o a los lavamanos automáticos. Tecnología de vanguardia y una buena inversión en cultura sanitaria.


Gramado es la ciudad del chocolate del sur del país. El Bariloche sin nieve de los brasileros. El lugar exacto donde se perdieron Hansel y Gretel hace más de trescientos años en la época donde las brujas hacían estragos y por tal motivo racional fueron incineradas en espacios públicos de a montones. Igual que les sucedió en diferentes momentos de la historia humana a los negros, los indios, los homosexuales, los discapacitados, los locos, los vagabundos y los viciosos, considerados parásitos sociales por un organismo que exige homogeneidad, trabajo y sumisión. Para el que no comprendió aún la jugada, las feministas de hoy son las brujas de ayer, es decir mujeres combatiendo pacíficamente por sus derechos  de igualdad, o que pregonan y se organizan luchando por una sociedad más libre, entre otras tantas cosas que deberían cambiar.

La urbe de Gramado posee chocolaterías adornadas con grandes monigotes de plástico coloridos dentro y fuera de ellas, que uno se deja embriagar por un aire de cuento de hadas, y sale una vez que ingresó, “sólo a curiosear” con una bolsa de huevos de pascua en oferta, o con algún cacao azucarado con la ergonomía de una tortuga Ninja u otro animal fantástico.

Hay chocolaterías desparramadas por toda la ciudad, para que nadie se quede sin experimentar la especialidad de la casa, al igual que parques temáticos de distintas índoles. Mini mundo, parque encantado, parque gaucho y la Aldea de Papá Noel, quizás sean los más renombrados. Acá es donde llegó el momento de aclarar que Papa Noel “No existe” y que en verdad a quién uno se topa dando vueltas o sentado esperando a que las crianzas ocupen inocentemente su regazo, es un empleado disfrazado de anciano nórdico. Disculpen niños, tenían que saberlo. Papa Noel es una estrategia comercial, al igual que el día de la madre, del padre, del niño, del amigo y el día del abuelo postizo.  Puras fanfarruchadas inventadas para incentivar el comercio de artículos en su mayoría inútiles y de origen Chino. 

Nueva conclusión: Papa Noel tiene rasgos nórdicos, pero nació en  América del norte; bebe gaseosa cola y sus enanos fabrican a cambio de un sueldo miserable en fábricas hacinadas y sin calefacción, juguetes de plástico que los niños utilizaran como máximo dos semanas antes de romperlos y olvidarlos, y que sus restos por lo menos tardarán algunos centenares de años en degradarse de este Planeta. De todas formas, como dicen en la costa colombiana: Feliz Navidad querido niño Dios!

Los Museos también son otra gran atracción, y hay de lo que a uno se le ocurra: del perfume, de los Beatles, del festival de cine de la ciudad, del automóvil, de cera, de minerales y piedras preciosas, y la lista sigue. Me rehúso a  contar todas las atracciones culturales disponibles y elaborar una lista aburridamente extensa, porque las ofertas son demasiadas.
Y así es Gramado, una mezcla de glamour y consumo, una casita de muñecas a gran escala con autoparlantes municipales estratégicamente instalados entre farol y farol, musicalizando el área comercial con jazz, agasajando al turista con romanticismo europeo y fábulas de un imposible paraíso humanizado.

La sierra gaucha también conserva el encanto del Viejo Mundo, entre cascadas y valles verdes de araucarias, con varios parques privados para quienes disfrutan de un discreto contacto con la naturaleza. El único teleférico de Río Grande do Sul, restaurantes, pasarelas e iluminación, son parte de la infraestructura turística delicadamente organizada, para que el impacto entre la civilización y la belleza salvaje sea más ameno.

Uno que viaja sin programación, G.p.s, ni mucha idea del próximo sitio que va a visitar, Gramado fue una gran sorpresa, una isla con alfombra roja que deja a la vista los diferentes gustos y obsesiones de la extraña especie humana. Habrá quienes la critiquen para bien, y quienes lo hagan para mal. Personalmente no me dieron ganas ni de pagar para presenciar el show de motos Harley Davidson adentro de un club. Ya que las entradas más económicas eran del valor de un ojo de la cara, con pestañas y cejas incluidas.

De todas formas nos mantuvimos comiendo chocolates negros y blancos en forma de retazos rectangulares durante tres días, luego de haber abandonado la ciudad y despedido al Dios del Chocolate hasta la próxima oportunidad.






La tierra que los parió


  • Brasil es uno de los mayores productores de alimento del mundo, sin embargo un cuarto de su población aún sabe lo que es pasar hambre.
  • Es el país con más selva del mundo y también el que más deforesta. Se destruyen solamente en el Amazonas 15.000 km cuadrados de verde por año.
  • Es el quinto país en extensión territorial del planeta, y tiene el 75% de su población compactada en las ciudades.
  • De la exuberante mata atlántica, el más brasilero de los ecosistemas, restan apenas un 7% de la cobertura original.
  • Y eso por describir algunos ejemplos, de un sólo país del mundo.
  • Cabe comprender que cada pedazo de comodidad equivale a una porción de nuestra propia muerte, si no es equilibrado e inteligente el sistema de extracción y producción hasta llegar al producto final.
  • Quien cosecha, vuelve a sembrar, para garantizar su alimentación a futuro.

La Tierra que los parió

¿A cuántas semillas plantadas, brotadas y crecidas equivale la cantidad de comida 
que ingerimos cada día?
¿Cuántos animales nacen y mueren en cautiverio para saciar nuestro exquisito apetito?
¿Cuántos árboles son talados para construir una mesa, una silla o una puerta?
¿Cuántos metales y minerales precisan ser extraídos del interior de la tierra para mantenernos tecnológicamente comunicados?
¿De cuántas canteras minas y ríos provienen los materiales con los cuales construimos una ciudad?

El suelo muere debajo de nuestros pies, 
y el agua se contamina con nuestros desperdicios.
Habitamos únicamente en una diminuta porción del gigantesco planeta 
y estamos pudriendo la cáscara de la fruta, 
por devorarla velozmente.

Somos los operarios de las mega-industrias.
Somos los productores de los supermercados.
Somos la demanda de la mega-minería.
Somos quienes compramos y quienes vendemos.
Somos quienes la dan vida a la máquina de la muerte.

¿Porque el afán? 
¿Para que precisamos tanta cantidad?
¿De qué están hechas las tradiciones 
que llevamos tan arraigadas en la piel?

Progreso, 
es dejar en mejores condiciones 
aquello que ocupamos momentáneamente. 
Y no, 
producir defectuosos y desechables productos 
para aumentar el consumo de los mismos,
 sabiendo que la mayor parte de esos restos 
no se vuelven a utilizar.
Cuando un ciego guía a otros ciegos, 

¿Qué tan lejos se puede llegar?

Que viva la solidaridad!!

Qué sería de esta vida en viaje sin el apoyo de la gente?

Cuanto de aquello que uno usa, viste, come y consume llegó en forma de donación de algún alma caritativa?

La ecuación es simple, dar aquello que tenemos para compartir con el otro. El viajero dispone de tiempo para compartir, quien lo agasaja en muchas oportunidades, busca conocer las entrañas y los detalles del universo de un soñador en pleno funcionamiento, o simplemente brindarle una ayuda a otra persona.

Cómo lo logras? Cómo empezaste? Cómo es que vives?
Suelen preguntar los amables curiosos con intriga, devolviendo una risa o una mirada atenta a cada respuesta. Esa unión entre ambos mundos, recientemente descubierta, son el combustible que renueva la esperanza y la fé de seguir construyendo de acuerdo a los dictados del corazón, del sentir, y de la intuición.

Si midiera mi tiempo en dinero sin dudas no haría esto. Si ellos hicieran lo mismo, de seguro no donarían ni una galletita de agua a un desconocido, y perderíamos ambos, la gustosa sensación que genera la interacción. Quebrar las estructuras, atenuar la frialdad social y el aislamiento progresivo y dejar de tragar la perpetua soledad con sabor agrio, son quizás algunos triunfos logrados, al salir a nado de la isla individual hasta el continente de la sociedad.

Estos eventuales encuentros, por más insignificantes, pasajeros y efímeros que parezcan, me dan fuerza para continuar haciendo algo que, verdaderamente disfruto, y que por lo tanto me hace felíz.













Gracias a todos aquellos que nos brindan una mano en nuestro viaje!!! Disculpen por no subir fotos de cado uno

Efecto colateral

El efecto colateral de la construcción de caminos, y el tránsito de vehículos tan veloces es la muerte de la fauna autóctona, que por error de cálculo son invisiblemente atropellados. Y ahí quedaron con las tripas al aire, gatos, ratones, caimanes, monos, serpientes, coatíes, sapos y una innumerable lista de vertebrados e invertebrados, hechos puré bajo las cubiertas de caucho.



Nadie lo hizo intencionalmente, ni de forma premeditada, y quizás hasta algunos de ellos sean arduos defensores de los derechos de los animales, o hasta sean veganos y/o vegetarianos, o veterianarios, pues en la ruta, más allá de las ideologías, los motores igual matan. Matan ciegamente, matan sin sentir culpa, matan sin conocer sus víctimas. Y esto surge como una bella paradoja en que aquello que parece un avance, también es un retroceso, y las mismas máquinas que nos facilitan la vida, también la empeoran.

Al hablar de los defensores de la naturaleza, no pretendo desmerecer el ideal de elegir no comer carne, es más hayo un acto compasivo y humano tomar esa determinación. Tampoco pretendo responsabilizarlos de un acto que fehacientemente no tengo la certeza ni forma de comprobar. Mis respetos para quienes lo hacen en oposición al genocidio animal y el cruel sistema de funcionamiento de los mataderos. 
Sin embargo, también creo que cada pedazo de comodidad que utilizamos lo conseguimos por obra de la muerte y transformación del entorno. La muerte de los árboles, de los insectos, de los mamíferos, de las montañas, de los ríos, de los mares, de todos lados y de todo tipo de cosa que respire o esté ocupando un diminuto espacio del Planeta. Me refiero a eso para lo cual usamos el eufemismo de "materia prima". Sucede que cada elemento que precisamos para vivir, además del cuerpo que habitamos, es producto de esa transformación.

Aunque no apoyo el fractricidio de nuestros hermanos animales, también soy conciente que cada hectárea de campo cultivado con el cereal del cual me alimento; cada hierro de la bicicleta que transporto; cada elemento utilizado para fabricar la computadora con la cual escribo; cada pedazo de alambre que me soluciona la vida; cada aguja, cada abrigo, cada hilo, cada centímetro cubico de gas licuado, es elaborado y producido luego del éxodo forzoso o la aniquilación indirecta de los habitantes pacíficos de los montes, de los mares y de los cielos.
Y no se trata del famoso mito de sobrepoblación mundial, sino del estilo de vida que la especie humana elige cada día. El consumo excesivo existe por obra y gracia de la producción excesiva de cosas, en su mayoría innecesarias, y en ese sentido hemos desarrollado una mega industria que funciona como un pulpo de mil brazos, que al no ser controlado bajo parámetros de sustentabilidad y sostenibilidad real, perpetuamos el perecimiento de especies vitales, que sin voz ni voto quizás ya no vuelvan a poblar este planeta. Parece que sólo le damos importancia a aquello que nos genera probecho y utilidad al instante, sin medir la funcionalidad y belleza que en el gran ecosistema brinda y recibe cada micro especie.

Destruimos mucho, inconcientemente e indirectamente, al punto que al conducir un vehículo a motor para ir al trabajo y ser un eslabón más de esta cadena de producción, matamos en el camino cada día algun miembro de nuestra propia especie. Basta con enterarse que la principal causa de muerte no natural de Argentina son los siniestros viales dentro de la ciudad, y no es que este país este sobrepoblado, sino que más de un tercio de su población total reside en la capital y sus alrededores.

Soluciones, alternativas y opciones sobran. Basta con no esperar a que alguien de la orden, sino tomar la iniciativa de generar un nuevo compromiso, una nueva responsabilidad, como mínimo con nosotros mismos. El resto llegara por añadidura progresivamente, o por comprender personalmente los benecificios de intentar dar siempre lo mejor de uno y hacernos cargo del poder que tenemos aun siendo del modesto tamaño de una hormiga. 

Al final vivimos para aprender a comprender en cuál rollo estamos metidos, y no nos hace mal probar distintas opciones del gran esquema, a ver si de esa forma permutan los resultados y alcanzamos alguna satisfacción perdurable.





Las ruinas de los Quilmes

Quizás, si usted es argentin@ en este momento estés agazapado en un rincón privado de tu hogar, ansioso por destapar una Quilmes bien helada, y mientras bebas el primer sorbo en soledad, te quedes estático cuál granadero de la Casa de gobierno, observando la etiqueta de la botella y pienses: ¿por qué será que le pusieron Quilmes de nombre a una cerveza? .Luego al girar el envase te enteras que fue envasada y distribuida en el barrio Quilmes, en el cono-urbano bonaerense, y te sentís un sabio de gran conocimiento, felíz por haber descubierto un grandioso misterio. Sin embargo, el cuento no finaliza ahí, este nombre se remonta a una época antigua y a una cultura extinta, que vivía sus días en los valles calchaquíes de las actuales provincias de Salta, Catamarca y Tucumán.

Estos “indios” fueron el último bastión en resistir el asedio español del norte argentino. Resistieron dentro de una ciudadela con viviendas circulares de piedra, al pie de una montaña durante unos victoriosos setenta años, teniendo como refugio ese enorme muro natural que los acobijaba y protegía del invasor. A cada nuevo acercamiento del español, ellos conseguían anticipar su llegada por la amplia vista panorámica que su hogar en altura les brindaba. Entonces el colonizador retrocedía y organizaba otra estrategia de ataque, más eficaz y más contundente que la anterior, como si fueran un molesto virus . Hasta que un día hallaron como solución cortar las vías de abastecimiento de agua a la población. Desviaron y sellaron los canales de agua, provocando una intensa sequía en la comunidad. Sin líquido para beber ni para el riego de los cultivos, los Quilmes no tuvieron otra alternativa más que rendirse.




El trato que recibieron fue cruel e inhumano, como tantos otros episodios de guerra en la historia de la humanidad. Fueron obligados a caminar hasta la ciudad de Buenos Aires, alrededor de mil doscientos kilómetros, a pie. Niños y ancianos, con cuerpos débiles para enfrentar semejante expedición, fueron los primeros en perecer, junto a las mujeres y hombres que dieron su vida por ellos. Sólo los más guerreros, las más guerreras y los más jóvenes, fueron capaces de concluir dicho éxodo, hasta las tierras donde hoy se encuentra el barrio Quilmes. Al llegar no fueron homenajeados ni hubo ceremonia de felicitación por tal caminata. Allí mismo fueron masacrados en nombre de la arrogancia humana, y sus cuerpos derrotados de cansancio y hambre, besaron por última vez la tierra, en ésta ocasión con el sabor amargo del nitrato de potasio de la pólvora, y de su propia sangre.





Ya han acaecido varios siglos de tal evento, y aún la ciudadela de piedra se mantiene en pie, rodeada de gigantescos cardones de varios metros de altura. Plantas centenarias. Ellas la cuidan con sus gruesos y espinosos brazos levantados, como si fueran la reencarnación de aquellos guerreros que la defendieron durante tantos años. Y los hijos de los hijos de sus hijos, son quienes administran actualmente el sitio, luego de haber vencido los veinte años de concesión brindada a un personaje que construyó un restaurante y varias habitaciones dentro de la ciudadela, sin respetar el valor sagrado de la misma.





Visitar el territorio en la actualidad es un viaje atemporal, donde se percibe la calma de quienes habitan esas desoladas tierras. Recorrer detenidamente los pasillos laberinticos y las habitaciones, sin dudas, es una experiencia gratificante e inolvidable, aún para quienes no les interesa o desconocen las costumbres y las historias de nuestros antepasados.

Parque Nacional Tayrona

Colombia es uno de los países más ricos en diversidad biológica del mundo, conteniendo 56 áreas de preservación natural en todo el país. El Parque Tayrona, ubicado en el litoral Caribe, a sólo 34 km de Santa Marta, en el departamento de Magdalena, es el Parque que más visitantes recibe cada año.


A pesar de haber sido declarado área protegida en 1969, y por lo tanto patrimonio natural de todos los colombianos, la verdad es que hoy más del 90% del parque está en manos de particulares y después de cuarenta años nada hace pensar que las cosas vayan a cambiar. Recuperarlo le costaría al Estado un billón de pesos, y no hacerlo significa que los propietarios podrán seguir reclamando permisos ecoturísticos, y de esa forma ir degradando aquello que en un principio atrajo a personas de todo el mundo para admirar una exuberante muestra de belleza natural.



El nombre del parque proviene de sus antiguos moradores, que acabaron sus días de prosperidad con la llegada de los españoles, en la época de la colonización. Los Tayrona contaban con una compleja organización sociopolítica, y con un avanzado conocimiento en ingeniería y arquitectura, que se refleja en los restos de grandes obras líticas, caminos, muros de contención, escaleras y puentes.


Las casas Tayrona eran admirablemente construidas, en forma de enormes cabañas de madera o bahareque con techos de paja y de palma, por lo general, de forma cónica. Actualmente en una de las playas privadas dentro del parque, fueron reconstruidas varias viviendas con las mismas técnicas para alquilar temporalmente a los turistas que buscan mayor comodidad, ya que en el resto de la zona sólo es posible acampar o posar en hamaca en áreas restringidas.


La entrada para los nacionales es de 17.000 pesos colombianos  y para extranjeros de 44.000. Por suerte siempre hay abierta una puerta trasera para aquellos que viajan con poco dinero, y por esa puerta ingresamos con Marita una tarde del año 2013. Caminamos más de ocho kilómetros por senderos rodeados de selva tropical, y al llegar a la costa conseguimos mimetizarnos entre los turistas que allí estaban. Advertencia: en el monte te podés llenar de garrapatas.







Parque Nacional Aparados da Serra

   En el Parque Nacional Aparados da Serra, en el estado de Santa Catarina están localizados los mayores cañones de todo Brasil. Estas formaciones de hasta novecientos metros de altura, comenzaron a formarse hace 130 millones de años cuando una fuerte explosión subterránea precipitó un derrame de lavas basálticas que se desparramaron en forma de cresta, y que posteriormente se solidificaron. De tan afilados, los bordes que emergieron de este proceso parecían haber sido "aparados", es decir recortados en español, a cuchillo, motivo por el cual el lugar fue conocido como Aparados da Serra. Tiempo después, el tope de esa sierra fue cubierto de una densa vegetación de araucárias, árboles que aún hoy pueden observarse en el borde de los cañones.

   Para visitar semejantes bellezas, ingresamos desde la BR 101, kilómetros al sur de Sombrío, hasta Saõ Joaõ do sul, haciendo un desvío de seis kilómetros por la ruta 450. Allí una amable vecina, Marli, nos invitó a cenar a su casa para compartir con su familia, después de conversar un rato con ella. Como acostumbran hacer muchos brasileros, nos recibieron con gran variedad de comida y con ánimos de conversar sobre nuestros viaje y detalles particulares de algunos países que visitamos.
Al día siguiente, después del desayuno en familia, continuamos hasta Playa Grande, a sólo quince kilómetros de distancia. Éste pueblo está bañado por varios rios rocosos y cascadas a su alrededor. Desde algunos barrios en plena planicie ya se divisan las formaciones del Canyon de Malacara, y las nubes que visten su floresta natural.
   Luego de descansar y disfrutar un día frente y dentro del río más próximo al centro, comenzamos el forzoso ascenso por la sierra faxinal. Para comprender dicha aventura, hay que tener en cuenta que en sólo trece kilómetros de ruta de tierra, se asciende alrededor de 900 metros de altura, mudando al intenso frío de un día para el otro, y atosigando los músculos al extremo para empujar todo el trayecto una pesada bicicleta.
   En un zig-zag de piedra suelta interminable, entre el hueco de los cañones, kilómetro a kilómetro uno se va internando entre los confines de la naturaleza. A partir del km. 7, desaparecen las viviendas esparcidas intermitentemente alrededor del camino, deslumbrando maravillosos miradores del pueblo y sus contornos, hasta llegar a ver el mar a lo lejos.

    Al finalizar esos primeros y tortuosos trece kilómetros 100% en subida, sin siquiera unos miserables diez metros de planície para pedalear o caminar sin esforzar tanto los hombros, comienza el trayecto fluctuante sobre el techo de los caniones. Allí la vegetación cambia, a árboles más bajos y llanos de pastizales, con arroyos de agua pulcra y algunas pequeñas lagunas. De ahí restan unos siete kilómetros más para llegar al puesto de entrada del Parque Nacional.
   Como dentro del parque no está permitido acampar, ni hacer fogatas, dos kilómetros antes del ingreso hallamos un claro entre varios árboles para montar campamento. Demoramos todo el día para hacer menos de veinte kilómetros, sin dudas los kilómetros más exigentes y desintegradores de nuestra jornada en Brasil hasta el momento. Aunque todo esfuerzo siempre trae aparejado alguna recompensa.


   Para ese entonces, con un cielo despejado le dimos vida a un pequeño fuego par cocinar dos paquetes de fideos instantáneos, y con la noche a cuestas y un cansancio fulminante, fuimos a descansar.
   A la mañana siguiente, después de ingerir frutas con avena y pasas de uva, pedaleamos hasta el parque. Del primer control restan otros dos kilómetros más hasta el puesto de información, y el inicio de los dos senderos. Uno de seis kilómetros, tres de ida y tres de vuelta, y uno inferior de mil quinientos metros en total.
   Para hacer el primero dejamos todo el equipaje en el puesto de información, y avanzamos por la trilla agreste cubierta de vegetación sobre dos ruedas. Varios miradores, llegando al final descubren la grandiosa formación rocosa. Esa inmensa grieta que poseé un lecho rocoso, por donde transita el cauce de un río, es alimentado por diversas cascadas, algunas con sesenta metros de estrepitosa caída libre. Sobrevuelan jotes de cabeza gris apreciando una vista formidable, y uno queda alucinado, hecho un tonto, babeando con tremenda sobredosis de belleza. 
  El humano y su intelecto formidable, según sus propias apreciaciones, quedan disminuidas a la insignificancia, a la pequeñez, al ínfimo gramo de arena en medio de una interminable playa.

  Cuanto poder, cuanta energía dinámica, cuanta fuerza. Y pensar que cada día hay personas visitando algún Parque Nacional alrededor del mundo. Belleza universal. A cada instante esa belleza impacta en el centro del corazón de algun curioso humano, para inyectarle la savia de su sabiduría, propinándole algun conocimiento supremo, o una mansa calma.
  A mi se me calló la quijada al piso al recorrer el segundo sendero. Daban ganas de aplaudir o gritar como un enfermo en agredecimiento por la ejecución de tan majestuosa e intrincada obra. Pero no, uno se queda en silencio, cargando la batería emocional, e intenta tomar una foto para arrancarle al momento un recuerdo, y falla, tropieza y cae, porque la imagen muda queda aún más pequeña que aquel gramo de arena en medio de esa interminable playa. Uno pretende guardar el paisaje en el bolsillo y no se puede. Basta unicamente estar ahí, viviendo el presente, y nada más.
  A las cinco de la tarde cierran la entrada del parque, para que nadie se quede deambulando en la oscuridad. Nosotros equipamos nuevamente las bicicletas y avanzamos a paso de tortuga, quizás unos quince kilómetros de ruta de tierra, hasta hallar otro claro para acampar. En el camino cruzamos a otra pareja de cicloviajeros, él de Francia, ella de Suiza, que ya estaban instalados a un costado de la ruta, entre piedras y araucárias. Nosotros dormimos casi llegando a Cambará do Sul, con la neblina lavándonos la cara y un intenso frío de sierra húmeda.








Dios del Fuego

Una mañana por curiosidad me quede en pie observando al sol.
Quería ansiosamente conocer su rostro.

El calor era intenso.
Pero sus rasgos eran demasiado bellos,
como para quitarle la mirada al instante.

Brilló esa mirada ardiente,
casi inflamable,
de pupilas húmedas en bencina.

Sentí el ardor penetrante y contemplé
por vez primera su semblante radiante,
e hice un pacto en silencio
con el Dios del Fuego.

Sólo él era imprescindible en aquel momento,
que como otros
se volvió eternidad.

Cuando los elementos son artificiales e inertes
no tienen ningún encanto,
no hay misterio.
no tienen nada que enseñar.

¿Por qué lo miro?
¿Por qué me atrapa?

Porque el Sol es como un alma libre,
fantástica 
y natural.

Presente, tu mejor regalo
















Si tuviera que empezar de cero
haría exactamente lo mismo.
No, para volver a vivir las mismas situaciones,
sino porque todas ellas
 me han traído a este 
Presente.

Muchas veces me he equivocado,
sin embargo fueron esos errores pertinentes
para abrir los párpados
en la caída
vertiginosa
y haber logrado crecer
con un nuevo e inesperado
golpe.

No me arrepiento de estar pedaleando
sin rumbo geográfico aparente,
pues, encuentro así una forma práctica de ampliar el perímetro de mis costumbres,
que antes llevaba tan arraigadas.

Después de conocer una nueva persona o de sumergirme en otra cultura o país,
mis conceptos del mundo van mutando,
siendo ''yo'' el resultado,
de múltiples fisuras, sangre y pegamento.

Invierto tiempo y esfuerzo en conocer el mundo,
porque creo que cada porción del mismo
y cada impresión del mismo,
son la herramienta necesaria
para construir el rompezabezas
de la intrincada existencia.


Vitral de mis sombras en un instante de miedo


Otra vez mi mente avanza a toda velocidad. 

Graznan furiosos los pavos afuera, 
adentro 
corre un vendaval, 
fresco, 
limpio, 
virgen, 
como viento de montaña. 

Estoy en cuero
 y todavía anuncian los almanaques
 que continúa el invierno. 
¿Será que estoy tan distraído que ni me entero?.

Como una bolsa de papas 
siento en los hombros
 esa fatiga que a todos damnifica 
con iniquidad los domingos. 

Entro en receso 
sesgado 
por una húmeda pereza.

 Irremediablemente 
vence la gravedad 
el peso de mis párpados, 
mientras zumba 
con ondulaciones frenéticas, 
la vista panorámica 
que el mundo proyecta 
en mi mente.

El sillón pulgoso tiembla, 
y yo estoy 
en el epicentro 
de su locura.
 Consumen su volatilidad los sentidos, 
enervándose, 
hasta quedar hechos grumo. 
Adiós cuerpo, 
adiós gravedad.


Otra vez me pregunto, 
¿qué carajos me pasa?
 No recuerdo ni donde dejé mi sombra.
Busco 
y no hay pared.
 Sólo reconozco al viejo invisible
 murmurando al oído: 
"Éste es el momento del Nagual".

Y la realidad convertida en acuarela fresca, 
recibe treinta y siete martillazos 
de un acero pesado, 
hostil 
y ausente...

Al flotar en el vacío, 
recuerdo con vehemencia 
que aún sigo vivo, 
y el golpe de miedo
 al fin, 
como vapor caliente,
 desaparece.

Entonces, 
me dejo llevar...

Infiltrado en la convención

El turismo, como muchos saben, es la actividad resultante del desplazamiento geográfico promovido para llevar a cabo fines no económicos que un individuo realiza dentro o fuera de la ciudad. Por motivos lúdicos, religiosos, artísticos, deportivos y recreativos, entre otros, las personas viajan inclusive a países lejanos, para desconectarse durante una larga o breve jornada, de la vida cotidiana en busca de conocer o experimentar otras sensaciones.
La idea siempre me había resultado interesante, pero le hallaba un defecto, o quizás dos, ¿por qué debía la desconexión en algún momento terminar? Y ¿por qué debía invertir mi dinero en el transcurso y en el destino del viaje y no podía recuperar lo gastado en el lugar para seguir a un siguiente lugar?

Mientras pensaba aquello desde la solitaria playa de Pimentel, de frente al mar Pacífico donde me encontraba acampando en la arena, desarmé la diminuta casa rodante y en una buseta regresé a Chiclayo para asistir a la última fecha de una convención abierta de turismo. En el aula magna de la municipalidad de dicha ciudad estaban realizando las conferencias, apuntando sobre todo a la potencialidad del turismo arqueológico de Perú y la región.




Yo llevaba acampando varios días en la playa, desmontando el campamento cada madrugada para regresar a la ciudad a trabajar en los semáforos y pasear. La mochila grande la guardaba en el casillero de un supermercado temprano, y la retiraba quince minutos antes de que cierren al atardecer. Toda una movida clandestina, para no cargar con tanto peso de gusto en la espalda.

Aquél particular día guardé la mochila, desayuné y con paso liviano fui hasta la municipalidad. Habíamos acordado con un amigo de Bahía Blanca, a quién conocí en tiempos de Universidad, encontrarnos allí. Juan estaba con su compañera colombiana pagando un cuarto en el centro de la ciudad. Mientras lo esperaba conversé con la única señora que estaba allí afuera aguardando. Le comenté de mi viaje y de la carrera que había estudiado y abandonado. Cuando ella parecía estar por ingresar a la municipalidad con un puñado de llaves en la mano, me propuso dar una charla de una hora sobre el tema que quisiera, luego de la hora del almuerzo para reemplazar a un orador ausente. Resultaba que la señora era una de las organizadoras del evento.

La invitación me cayó como un balde de agua fría. Titubeando como una hoja al viento y con cara de radicheta fresca, le respondí que sí. No lo podía creer, me estaban invitando a bailar y encima podía elegir la música.

Ingresamos al edificio y de una escapada me escabullí al baño para asearme al estilo polaco tan rápido como madura una mora. Cepillé mis dientes hasta sacarles brillo, me coloqué la remera del lado inverso para disimular unas manchas misteriosas de comida o aceite y procure asiento en la hilera del fondo para no llamar la atención.
La misma coordinadora se acercó a pedirme algunos datos personales, anotándolos en una planilla. El sitio de alfombra roja y butacas finas quedó inundado de oyentes. Todo el mundo perfumado y bañado para la ocasión.

Para dar comienzo al evento invitaron a la mesa de honor, es decir, a las sillas de madera
minuciosamente talladas, que se encontraban en el palco, a los representantes, gerentes y presidentes de ciertas instituciones, empresas y museos. Sorpresivamente mi nombre estaba casi al final de la lista. Al escucharlo me levanté de un salto y sintiendo el calor de los aplausos, desfilé con mi traje de baño rasgado en la parte trasera, hasta las escalinatas. Desencajaba totalmente al lado de esa pandilla de hombres de terno blanco y negro, sin embargo, dejando las apariencias en el cesto de basura, algo tenía para ofrecer.

Cada hombrecito de aspecto de ejecutivo fue recitando sus conocimientos y experiencias laborales durante la mañana. Muchos poseían un curriculum vitae de la extensión de un interminable papiro, y exponían descripciones simples en un lenguaje amplio y rebuscado que no siempre era fácil de comprender, y por momentos resultaba aburrido. De pronto sonaron, por suerte, las campanas alegres del mediodía, para darle un descanso a la mente de tanto procesar información, y unas bandejas cerradas comenzaron a rolar de mano en mano con nuestros respectivos almuerzos. Con el apetito de un dinosaurio sin trabajo y la colaboración de una correntosa cantidad de saliva, desintegré velozmente dos porciones apretando con entusiasmo los dientes. Al parecer, dormir en la playa despierta de forma insospechada el hambre de sus visitantes.
Finalizó la hora del aperitivo y regresaron las arqueológicas charlas llenas de emoción. Mi mente ya más calma, resolvió un tema extenso para exponer, “la evolución del turismo de Argentina", luego de la charla del presidente del museo del Señor de Sipán.

Mientras me reía por dentro, el instante llegó. La coordinadora me extendió el micrófono, y sin dudar, parado frente a la audiencia de cientos de personas, hablé durante cuarenta y siete minutos de corrido, con actitud profesional. O eso es lo que yo imaginaba. Una vez finalizado el simposio improvisado, respondí algunas preguntas del público y sonriendo como un niño travieso tomé asiento para recibir una caja enorme de dulces marca King Kong de regalo. Lo había logrado, me había infiltrado en la Convención y nadie lo había notado.





No demoró mucho más la convención en finalizar, y como broche de cierre antes de que todo el mundo se quede dormido, quebraron el hielo de la formalidad, colocando cumbia peruana a todo volúmen. Sí, así de bizarro fue. Para esa instancia ya me sentía apto para ejecutar cualquier trámite, entonces ebrio de felicidad bailé en frente de todo el auditorio junto a los organizadores del evento, con la misma dureza en que danzaría Robocop a los setenta años, mientras los espectadores se iban retirando del recinto.

Un nuevo atardecer iluminaba el gris opaco de las edificaciones de Chiclayo, y yo debía regresar a mi provisorio hogar en la playa, para seguir abriendo el abanico a nuevas, disparatadas e inesperadas experiencias.