No lo soñe: cuento

    Entonces cerca del semáforo paré el bondi. Pagué el boleto con unas monedas que tenía en el bolsillo entreveradas con unos sugus de manzana y me acomodé en el pasillo. Por dentro venía tarareando una canción de Los Gardelitos que me partía la mente: "Amor de contramano". Entonces comencé a cantarla bien bajito para no joder a nadie. Sin esperarlo un muchacho que venía al lado mío, se prendió al juego y me hizo la segunda en voz. Una mujer cuarentona y de grandes tetas que estaba en los asientos de enfrente empezó a golpear su colosal muslo derecho marcando el tiempo. Cuando quise acordar la mitad del bondi se sabía la letra y juntos la íbamos cantando mientras subía y descendía gente en las paradas.
    Cuando llegamos al estribillo se me puso la piel de gallina. El colectivero meneaba la cabeza en un trance nocturno de rocanrol. Al finalizar el tema todos aplaudieron y un niño se puso a tomar la teta al instante. Hubo una sincronización de puta madre. 
    El silencio como si fuera un hilo de hilvanar se cortó a los pocos segundos cuando un grupo de colegialas propuso cantar uno de La Renga. Todos asientieron por unanimidad, cosa  que ni siquiera sucede en la ONU cuando se habla de poner media pila para reducir el calentamiento global. Entonces se escuchó del fondo del colectivo: "Estaba el diablo mal parado en la esquina de mi barrio, al lado de él estaba la muerte con una botella en la mano...".Eran una pareja de ancianos que se habían puesto de pie agarrados de los asientos con una mano y con la otra se tocaban el corazón. 
    De ahí en más no sé que sucedió porque ya estábamos en Parque Patricios y debía bajar. Saludé con la mirada a los pocos que pude y descendí con una alegría crocante en la garganta. 
Así eran las noches en el barrio porteño antes de que se inventaran los teléfonos celulares y la gente se deje engatuzar por el reggaeton. 

Robot gigante de Peyrano, Santa Fé

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