Una patada de caballo al pecho



Quería ver su silueta,
olfatear sus orejas,
sentirla cerca de mí.

Quería resetear el disco duro,
y borrar los últimos archivos que escribí,

Quería ser el único en conocer su contraseña de wi-fi,
quería quemar todos los virus de mi cabeza,
y mandar a los troyanos de regreso al caballo de madera.
Pero no, la infección ya estaba en proceso de putrefacción.

Alguien había defecado arriba de mi torta de cumpleaños
y se había fumado todas las velas,
dejándome sin deseos, sin aplausos y sin edad.

Alguien devoró las bandejas de papas fritas y chizitos
antes de que lleguen los invitados,
alguien incinero con un pucho las guirnaldas de papel crep,
y pinchó la piñata sin dar aviso.

Me escondí a llorar detrás de las nubes
medio litro de amargura
pero el crepúsculo igual me encontró.

Me atormentaron los huracanes de la paranoia durante la noche,
me atormentaron durante noches de paredes blancas,
del maldito color de la infinidad,
de algo que nunca eyacula,
de algo que no acaba jamás.

Me atormentó una soledad ciega sin perro lazarillo,
una soledad ciega sin bastón,
una soledad con ceguera irreversible
apoyando con firmeza sus manos
sobre el volante de mi vehículo
y no le importó ir en contramano por la autopista,
no le importó atropellar un anciano
o morir a toda velocidad.

Estaba más paranoico que los ratones,
más descorazonado que un militar.
Se me volvían locos los dedos gordos de las manos
y la sangre de mis venas se fermentaba como cerveza artesanal.

Ya no encuentro donde guardar mis pies,
entonces camino descalzo,
arrastrando la hilacha mutilada de mis talones por la vereda.
Ya no tengo rumbo hacia donde avanzar,
y la tristeza que siento
es más fuerte que patada de caballo al pecho.

Algunos hablan por la espalda y se alimentan por la nariz,
en cambio yo inundé el Atlantis con mis lágrimas de sal.
Y en las fosas submarinas quedó la civilización de mi pasado
oxidada y carcomida por la aspereza de la melancolía.
Abajo los continentes, !que viva la guerra nuclear!

¿Quién va a trazar con caricias el planisferio sobre tu piel esta noche?
¿Quién va a enredarte un rollo de alambre de alpaca entre tus piernas hoy?
¿Quién va a llenarte el vacío existencial con una botella de vino tinto
para que te dé sueño y no pienses más?

No seré yo, porque estoy acá,
sentado sobre la sombra de mi oscuridad,
sosteniendo con ambas manos un puñal
dispuesto a matar al martirio
de la llaga que acrecienta mi parálisis cerebral.

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