Calculamos cada porción de nuestra existencia.
Medimos cada segundo de nuestro tiempo, sabemos cuánto falta para nuestro
próximo aniversario y memorizamos desde pequeños nuestro número de
documentación, para saber cuántas personas en el país estamos habitando.
Cargamos datos y medidas en el depósito interno de la cabeza, y acreditamos en
los beneficios de la organización citadina.
Residimos en una parcela del tamaño de un
carozo creyendo ser dueños de algo,
construimos refugios familiares y
personales, capaces de soportar lluvias y tempestades, para que ni el viento
consiga ingresar.
Al animal inofensivo y domesticado le llamamos mascota, al
animal inofensivo y enjaulado le decimos alimento, a los humanos próximos los
llamamos de vecinos, a los lejanos de ciudadanos y a muy pocos los tratamos de
amigos.
Ayer recorrimos el mundo a pie, hoy al supermercado vamos en auto;
algunos trabajan para vivir, otros viven para trabajar.
Algunos cuentas
billetes, otros cuentan historias;
algunos se visten con ropa, otros se visten
con marcas.
Erguimos sociedades tan mentales que aquellos que las cuestionan de
frías y desiguales han sido tratados de locos o traidores, siendo algunos fusilados y otros
salvajemente crucificados.
La mente tan bandida es que nos roba la ilusión de
cumplir nuestros sueños, sugestionándonos para que no escapemos del área restringida.
Estamos aún flotando en el
líquido amniótico de un vientre cálido y conocido sin querer abandonarlo, por temor.
¿Adónde queda la intuición, la decisión sentida? ¿adónde dejamos el pálpito de
la conciencia que nos susurra bondadosamente para traer la felicidad a nuestra
vida?
La mente cree saberlo todo, aún llegando hasta ciertos límites, donde
sus interpretaciones tiemblan en la cuerda floja de la ignorancia. Ella pretende
acapararlo todo aún siendo consciente de que no puede explicarlo todo, entonces
cada vez que pisa la orilla retrocede, con los pies secos, temblando con las mismas
dudas. No consiguió avanzar un centímetro, por miedo a soltar las riendas y
perder protagonismo. Necesita ver para poder creer, y no se da cuenta que sin
creer… jamás podrá ver al mundo invisible, espiritual, que fluye en el inconciente y se conecta con la esencia de lo transcendental.
La vida abre sus puertas hoy esperando la desintegración de nuestra ceguera.
La imagen no es más que la fina capa inicial de la materia.
Al paraiso se lo habita en vida, escarvando y sanando errores y faltas.
Cuando la muerte de nuestro tiempo ocurre, la cuenta vuelve a comenzar, reseteándonos para enfrentar un nuevo desafío y aprender a amar.
La vida abre sus puertas hoy esperando la desintegración de nuestra ceguera.
La imagen no es más que la fina capa inicial de la materia.
Al paraiso se lo habita en vida, escarvando y sanando errores y faltas.
Cuando la muerte de nuestro tiempo ocurre, la cuenta vuelve a comenzar, reseteándonos para enfrentar un nuevo desafío y aprender a amar.
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