Las máscaras del progreso

La ciudad peruana de Cerro de Pasco es conocida como la capital minera del Perú, y además es una de las ciudades más altas del mundo, al estar ubicada a 4.380 metros sobre el nivel del mar. Esos simples datos que me enteré por esas misteriosas razones de la vida, llamaron mi atención, llevandome más de una sorpresa una vez que descendí allá algunos días más tarde. En aquel entonces estaba recorriendo Lima, la capital del país, y como se vivían días agitados y violentos en cada manifestación del pueblo en contra de la mega minería a cielo abierto, sobretodo por el famoso Proyecto Conga de Cajamarca, decidí izar la vela en aquellos rumbos. Desde el terminal de ómnibus de La Victoria, habiendo ingerido un clásico pollo broaster con papas fritas y mayonesa diluída con abundante agua, compré un económico pasaje hasta Pasco, para sumergirme en un viaje de 270 kilómetros hasta mi incierto destino.


El gran socavón


En el centro de la cuidad de 70 mil habitantes hay un gigantezo hueco de casi dos kilómetros de longitud que en un intento burlesco de taparlo con alambrado olímpico y tela plástica "media sombra", deja a la vista el nefasto centro de extracción de metales de la minera. El centro histórico de la ciudad dejó de existir al ser tragado por la mina, al igual que la salud de sus pobladores, que cada día va en detrimento. La perforación sigue avanzando como un monstro hambriento que devora todo a su paso.

Los alrededores de la mina estan colmados de casas abandonadas o de construcción precaria, debido a que la mina envenena con sus desechos tóxicos lagos y ríos, dejando a la ciudad sin agua potable. Pero aún más peligroso son los desechos tóxicos de la producción minera, dandole al óxigeno que uno respira un aire viciado a azufre, o no se que peste.

La ciudad nació y esta muriendo a mordiscos por el apetito económico de un pueblo, empresarios y funcionarios públicos que sobreviven gracias a la extracción de diversos metales, desde la plata en un principio al zinc y cobre de los últimos años. Quien no teme por su salud, teme por la perdida de su empleo. Vender todo e irse de allí en busca de una mejor calidad de vida, para muchos no es una opción contundente, ya que sus viviendas y terrenos no poseen una oferta rentable. Al igual que un cazador inexperto e inconciente, se encuentran atrapados en sus propias trampas.

El precio de dicho progreso local es el envenamiento sanguíneo de sus habitantes, resultando nueve de cada diez niños, por ejemplo, con enormes problemas de desarrollo, que se refleja a la hora de escribir, caminar, prestar atención, o hasta el hecho de tener una salud tan flaca como la de un organismo decrépito. 
Un gobierno ausente y un pueblo sumiso y complicé, son las dos caras de la moneda que circula a diario de mano en mano por las calles de la ciudad.



Caminé y pregunté en varios comercios si era posible que siendo extranjero allí encuentre trabajo, y muchos vecinos con aspecto de resignación me respondieron que me dirija a la empresa minera, ya que seguramente me tomarían de empleado, por mi estatura y juventud. Creo que deseaban que muera junto a ellos.
No logro comprender como consideran a aquel infierno tóxico como un hogar, sabiendo que sus propios hijos vivirán menos primaveras si no cambian de residencia y de pensamiento. 
Es lamentable que el ser humano llegue a estos extremos de, ya ni se como llamarlo, habiendo tantas formas y opciones de llevar a cabo la vida.

Al tercer día, un tanto apunado, debido a la altura y otro poco cansado de deambular por un pueblo que duerme su conciencia día y noche, levanté mi mochila de aquellas interminables sierras y recorrí otros 100 kilómetros hasta la bella ciudad de Huánuco, deseando ver en algún futuro el hechizo de aquella gente desecho.

Protesta anti minera en Lima


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