Venezuela, el ascenso a la cordillera

A las nubes se llega a pie
La renombrada Cordillera de los Andes, de 7240 km de extensión viaja desde Argentina hasta Venezuela, atravesando el norte de América del Sur formando un literal cordón costurado de exuberantes montañas, de tantos colores como el arco iris de Saturno o Plutón. El oriente venezolano bordeando extensas llanuras, finaliza su elevación al sur del gran lago petrolero de Maracaibo, en un paisaje surreal con máquinas, humanos y metales extrayendo combustible fósil sin descanso y a toda hora, como si fueran sanguijuelas chupasangre sedientas a más no poder.


Al ingresar a este país tuvimos la grandiosa idea con Marita de pedalear desde el nivel inicial del mar, donde en ese momento nos ubicábamos, hasta los 4118 metros de altura, y luego descender casi mil metros más, para conocer las sierras tropicales de Mérida, a través de la carretera más contigua al cielo del país, transitando antes el área del Parque Nacional Sierra de la Culata, con su nieve y sus aves dinosauricas voladoras. El ascenso iba a ser paulatino, pueblo a pueblo a lo largo de 328 kilómetros, sin embargo no dejaba de ser una auténtica locura. No poseíamos el abrigo recomendable, ni bolsas de dormir térmicas; nuestra carpa era modelo Verano; entre los dos no teníamos ni un solo pantalón largo, y para proteger los pies ambos calzábamos alpargatas o sandalias. Las razones de tal equipaje ineficiente eran fundamentalmente dos: veníamos de la calurosa costa caribeña colombiana y de atravesar el desierto cálido de La Guajira. Por lo cual, pensar en el frío en aquel momento era una fantasía distante, como esa loca idea de buscar agua en otros planetas por el capricho infantil de no cuidar aquella que utilizamos en casa. Y bueno nos demoró alrededor de un mes alcanzar la cúspide de dichas montañas, zigzagueando por la serpentina carretera del firmamento. Dicen que todo exceso es perjudicial para la salud, sin embargo sólo pudimos lograrlo gracias al excesivo arsenal de voluntad que cargamos en lo más recóndito del alma. Ya que sin ganas, muy pocos objetivos pueden ser alcanzados. 
Mujer mirando al Sudeste

Cuando llegamos no nos estaba esperando el maestro Karin con sus semillas del ermitaño; tampoco el gran Kaio Sama, aguardando pacientemente para enseñarnos alguna lección. Allí estaban las antiguas y barbudas montañas, ancladas en una solemne postura de austeridad, tan bellas y tan solitarias que uno presentía su descomunal abrazo y se te ponían hasta los pelos de los pies de punta.

Aunque resulte una obviedad, había sido transitar el camino y no alcanzar la cima, la verdadera magia o la legítima meta.

Dato al margen: El cóndor, ave representativa de las montañas sudamericanas ya no sobrevuela el cielo venezolano, debido a que durante décadas fue hostigado y perseguido con vehemencia por los campesinos quienes no dudaron en gastar plomo para derribarlos. Esto ocurrió bajo la creencia de que los cóndores eran la causa de la pérdida o la muerte de su ganado. Murieron por el infortunio de convivir con la ignorante humanidad, sus necios vecinos.
Cabe resaltar que el cóndor es un animal exclusivamente carroñero, esto quiere decir que no mata ni caza para comer, sino que se alimenta únicamente de cadáveres de animales. Queda comprobado que en materia de homicidio el humano es el campeón indiscutido de todas las especies, sin embargo no hay premios ni medallas por tal actividad, más bien verguenza y humillación. 


4.118 metros sobre el nivel del mar









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