Ayahuasca, el bejuco del amor

Éste es un breve relato, de un momento personal en un viaje de ayahuasca, embriagado por la medicina de las comunidades amazónicas. Yo no busqué la planta, sin embargo todo fue aconteciendo para que las ruedas de mi bicicleta lleguen a Mocoa, al sur de Colombia y decida convivir durante un mes y medio con la comunidad indígena Kamsá.
Con respeto y en silencio antes de realizar la cuarta ceremonia de ayahuasca con ellos, en el medio de la selva, le pedi a la planta que me concediera una visión, para aclarar una duda. Aquello que pedí fue poder experimentar la "iluminación", un contacto al estado de conciencia más elevada, y luego de muchas horas de calma mi alma explotó y se expandió en las descripciones que vienen a continuación.

El aire que ingresaba a mi cuerpo me daba caricias, los árboles agitaban toda su inestable fisonomía.
Todo comenzó a mudar de forma, o fué mi descripción del mundo aquello que verdaderamente cambió. Estallaba en mil pedazos, por dentro, por fuera, unificándome con todo. El cuerpo, la mente, todo vibraba descontroladamente. No había forma de detenerlo. Más que una experiencia extrasensorial, era la verdadera unificación. La forma en que lo expreso no es la misma tal cual lo sentí, porque la percepción natural de los cinco sentidos estaba colmada, unida, fusionada, en un éxtasis imposible de describir, o mejor dicho de comprender con tál descripción.

Una sucesión atemporal de orgasmos, colores radiantes fluyendo en movimientos abstractos. Tanto placer, que no lo podía soportar. Gritaba, reía, estaba completamente desnudo. Gemía, hablaba, cantaba. no lograba controlarlo. Felicidad explotando en estado puro. Abiertos mis ojos, no veía imágenes, sino ondas vibrantes de colores, multiples colores que me rodeaban.
Nada ni nadie estaba lejos, todos eran parte de mí, y yo parte de ellos. Jugué a disolverme. No podía parar de reír. Todo era bello, inexplicablemente hermoso. Estaba perdido en un mundo nuevo, mágico y real.
No recuerdo sentir mi cuerpo entero, cada átomo se hallaba disuelto, intercambiando brillos y fluidos en infinitos canales de movimiento. Ninguna fuerza me ataba, la expansión era completa.
Estallaba como una estrella, a un ritmo demasiado alto. Tan alto que no logré comprender cuanto duró en minutos u horas. Las medidas de tiempo humanas habían desaparecido.
Instante....
Mismo instante brillando, irradiado de luz. Felicidad suprema y eterna... hasta que descendí a un estado más calmo, fehacientemente dual, y volví a pisar el frívolo polvo del olvido, separandome del sentimiento de plena unidad. Tanta información me ayudo a reforzar la fé en la existencia de aquello que no puedo ver.

Cocinando la soga de los muertos



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