Huerta Tierra Viva

“Parece lógico que cuando una élite mundial, cuya mayoría está formada por hombres, establece un orden mundial excluyente de las mayorías, y dicta leyes depredadoras de una crueldad inaudita, parece lógico repito, que entonces sean mujeres las que encabecen la resistencia…” 

Gonzalo Abella, Uruguay


Pozo hondo


En cercanía a las tierras arenosas bañadas por el arroyo Jabonería de Valle Edén, hay una bella mujer sembrando la esperanza utópica de vivir y alimentarse de lo que le da la tierra. Y claro que hablar de utopía es un concepto errado en sí, ya que esos mismos brotes están constantemente creciendo por los recovecos aislados del cemento y el ruido de la civilización de forma ancestral, y también en huertas urbanas. 

    En su quinta década de vida, alrededor del año 2010, Mabel comenzó a acoger voluntarios foráneos y locales en las tierras donde habita para expandir el sueño de cultivar sus propios alimentos. Las puertas quedaron abiertas entonces, y las voces llegaron lejos, como vuelo de águila hasta el oído de quienes estaban de paso y dispuestos a aprender trabajando. Así se erguieron postes de eucalipto para la construcción del invernáculo; ardieron en el fogón troncos de coronilla y aruera; la tierra fue carpida con sudor y esfuerzo; y brotaron las semillas orgánicas de los almácigos de papel de diario. Con las habilidades del pájaro hornero, utilizando paja, madera y barro, surgieron de los planos mentales de Cleber el banco de semillas y el refugio – biblioteca. La tierra fértil fue reforzada con el abono y la alegría de los contribuyentes que trabajaron a cambio del plato de comida y la posibilidad de aprender a cultivar sanamente el suelo. Sin agrotóxicos, fertilizantes químicos ni tanta parafernalia.
    Mabel madruga para amasar panes y pasteles, y amansar los corazones de sus visitantes, con su sencilla vida de campo en un valle de chirca y carqueja.



Semillas orgánicas

Construcción natural


En Valle Edén se escucha el agua cristalina galopando sobre las cañadas verdes con su melodía constante, iluminada por el resplandor de las estrellas pulcras de smog. Y la verdad es que allí no hay nada, para quien no ve más que leña cuando entra al bosque. El pueblo es chiquito como oreja de lagartija. Apenas viven allí un puñado de familias. Valle Edén es campo, monte y silencio. Posee pocas viviendas, y da la sensación que todos son parientes. Para el turista que busca pernoctar allí hay una sola posada… y también un solo policía.
    Sin embargo, para el que se deslumbra con un crepúsculo de sierra y busca el reencuentro con los espíritus del monte, Valle Edén es sinónimo de aquel paraíso perdido bíblico, donde el manto florece y las aves despliegan libres su belleza en simbiosis simétrica con el firmamento inalcanzable. Basta con visitar la vertiginosa caída de agua del Pozo hondo para confirmar la fuerza y la perfección de la naturaleza.
   

    Mabel cada fin de semana abre su puesto en el camping municipal para ofrecer sus productos gastronómicos artesanales y otros víveres industriales a los visitantes. Tal ingreso económico sirve para comprar en Tacuarembó, la capital del Departamento, lo que la huerta no produce (aceite, fideos, arroz, lentejas, avena, etc.). Al parecer según ciertos testimonios escritos, nació en estas tierras el zorzal criollo, también conocido con el nombre de Carlos Gardel. Quién más tarde se mudaría junto a su familia a Argentina y abriría un nuevo capítulo en la historia de la música universal con sus gloriosos tangos. El museo con tales pruebas gigantografiadas de su acta de nacimiento se encuentra en frente de la ex estación ferroviaria del pueblo. Al parecer “lindos valles tiene Bolivia y Gardel dicen que es del Uruguay”, cantó el Pity Alvarez.

    Mabel es la fuerza femenina del alarido que no se calla, del amor sin prejuicios y de la energía comunitaria. Y ese ruido es fecundo cuando revientan las cadenas de la opresión y la mujer libera su sonrisa de frente al sol. Porque cuando ella se gobierna a sí misma, no hay sombra que cubra su ser, ni herida que le desgarre el alma. Mujer madre, mujer sabia, mujer guerrera. Mujeres libres de las voces que les gritan que el hombre es superior, y que calladas son más bonitas. Como canta el rock murguero rioplatense: “No hay peor delito que dejarse basurear”.
    Mabel es fuerza, confianza y coraje. Y si creen que son especulaciones de un viajero, véanla con la espalda encorvada y con dificultad de caminar por tener la columna torcida, carpiendo la tierra antes de que todos despierten. Trabajando solita, habiéndole brindado antes, el desayuno a su propia madre. Y ella sonríe viviendo con las puertas de su hogar abiertas porque ha parido a más de mil hijos que la ayudan y siempre la acompañan.
   
    Un mes fue el tiempo compartido y trabajado en esas tierras. Un mes bien vivido y bien aprendido, porque cultivar la tierra en épocas de supermercado, cultivos transgénicos y mega minería a cielo abierto es la mayor revolución. Sin ánimos de desacreditar otro tipo de resistencias y luchas, que bien sabemos son todas necesarias para purgar los males que acongojan a nuestra alma y a nuestra sociedad.




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