Elegir como religar

¡¡¡Estaba en la Mazmorra!!! aulló finalmente el hombre empedernido con el rostro rojo como culo de mandril. Gritó hasta que sus cuerdas vocales le dijeron basta. Fuera de sí, o dentro de sí, ya no se sabía con exactitud en qué estado su mente puntualmente se encontraba. Tan hitleriano resultaba su oratoria que en cierta forma emanaba una simbiosis extraña de temor y respeto hacia la multitud.

¿Por qué debía gritar tanto para dar su testimonio? ¿Era realmente imprescindible dar pequeños saltitos y manotazos de puño cerrado al aire para enfatizar su mensaje?

Sentía por momentos, que era capaz de tumbar a un dinosaurio con tremendo Ki. Temblaba eufórica la audiencia en medio del inverosímil espectáculo que el hombrecito traía montado. Al parecer todos acordaron que su hollywoodense actuación era de divina providencia. Cada tanto alguna persona del púlpito le acompañaba ladrando a la par alguna oración descolgada del tema, como: "Alabado sea Jesucristo" o "te damos gracias Señor". En sí, desde un principio la reunión había sido algo extraña. Cantaron alabanzas en compañía de un acordeón y guitarras criollas; subió al altar una anciana enjuta para narrar una incomprensible tragedia familiar de sucesos demoníacos; un pastor entrerriano confesó haber visto bailando al diablo en pleno carnaval de Gualeguaychú, que por supuesto es entendible; y el pastor local, un anciano elegante y de ademanes obsesivos, pidió disculpas por tener que ausentarse unos días del templo debido a un viaje a Brasil por asuntos religiosos.
Lo extraño en sí, no era sólo la forma y el contenido de aquello que relataban, sino las arbitrarias interrupciones que a los gritos entrecortaba las oratorias y generaban un constante bullicio. Con tanta cantaleta y griterío sentía incómodas agujas en el encéfalo, que no me permitían seguir las letras de las canciones ni los sucesos narrados. 



Casi dos horas más tarde del comienzo, el ritual cerraba con broche de oro con los aportes escandalosos del "señor de los puñetazos".

Tras explicar aquella infancia violenta que sufrió junto a su padre, al cual denominó "tiempo de Mazmorra", nos señaló con sus puntiagudos dedos para ingresarnos en el infernal relato. Para ese momento mi mente estaba revoloteando por las llanuras de la comarca de los Hobbit, y al parecer Marita andaba cerca de ahí, volando en su imaginación. Muchos fieles habían abandonado sus antiguas posiciones y formaron un tumulto bajo el altar. Sus miradas de lince, recorrían nuestra fisonomía intuyendo que lo mejor era hacernos formar parte del rebaño, por si algún ángel del infierno decidía persuadirnos.
A ambos la ficha finalmente nos cayó por el caño del presente, y sin saber muy bien porque, decidimos dar unos pasos al frente, abandonando la banca de madera, formando una línea recta a la vanguardia del clan. Ahora sí, estábamos todos bajo el altar, agrupados, reunidos y desorientados, los corderos pastando en rebaño.
En ese instante, otro hombre que descendió del escenario ungido de espiritualidad, nos habló al oído diciendo: ¿aceptas a Cristo como rey de tu vida?. Sin entender aquello que dijo a lo último le respondí: ¿qué cosa señor?. Entonces volvió a preguntar de forma más clara, lo mismo. Esta vez, comprendiendo el enunciado, gatille: ¡si, claro que acepto! Y me bendijo contagiando con el sudor de su mano, mi cabeza en símbolo de aprobación. Marita a su vez fue interrogada, y aceptó, también de buen humor la propuesta. Entonces el señor de los puñetazos fue notificado del asunto, concluyendo el mismo con un "Aleluya hermanos por aceptar a Cristo en sus corazones", y todos nos dimos al fin la mano en señal de paz, mirándonos con firmeza a los ojos. Nos rodeó una muchedumbre de fieles hasta la salida del templo, y uno de ellos, sin mediar palabras nos invitó a su casa a cenar junto a su familia un guiso de pollo.

Iglesia de Santa Cruz do Sul, Brasil



Algunas horas más tarde luego de la deliciosa cena, regresamos al templo y en el salón oratorio del templo, donde las personas decantan sus preocupaciones arrodilladas en almohadones de goma espuma, tendimos dos colchones en el suelo para descansar al fin, después de un largo día de pedaleada y ceremonia religiosa.

Estabamos tan solo a una decena de horas de volver a salir de Argentina, esta vez para ingresar a Brasil en bicicleta. A un país con otra lengua, que aún no comprendíamos; donde en los días próximos deberíamos trabajar vendiendo artesanías en la calle para gestionar la alimentación. Sin embargo, no eran esos detalles los cuales me mantuvieron en estado de vigilia durante unas cuentas horas de aquella noche. Cuestiones religiosas aterrizaron en forma de pensamiento en mi conciencia para desvelarme. Y me preguntaba:

¿En qué momento se nos ocurrió pedir asilo en esa iglesia en vez de armar campamento en la casa a medio construir que estaba contigua? ¿Qué fuimos verdaderamente a buscar allí? ¿Qué parte nuestra rogaba silenciosamente por experimentar aquella misa? ¿Qué tan diferentes eran sus maneras de buscar calma y respuestas a las practicábamos nosotros? ¿Porqué iría a restarles importancia?

Ofrendas



Podíamos haber asistido a una sesión religiosa extravagante, y no era la primera, más esa gente que allí comulgaba debería encontrar algún tipo de sanación, tan válida como cualquier otra religión o práctica ejercida en otras partes del mundo. En lo personal creo que aceptar al Cristo orador, al Cristo curandero, al Cristo humano, al que practicaba el amor puro y una vida humilde y sencilla; va más allá de pronunciar dos palabras. La aceptación verdadera, no viene de estudiar sus teorías sino de poner en acción sus prácticas. No se logra hablando de él, sino actuando de acuerdo a las verdades del alma. Sin embargo eso descansa en la conciencia de cada uno.
Los pastores y oradores de terno y camioneta cuatro por cuatro con doble cabina, demuestran que todos tenemos algunas contradicciones, que todos aún tenemos mucho que aprender y reflexionar. ¿El crecimiento espiritual viene aparejado al crecimiento material o es todo lo contrario?

De cierta forma, estos pastores difieren mucho al camino austero y solitario que llevaron la mayoría de los santos y peregrinos de las Escrituras. Cristo, el humano, renunció al modo de vida establecido en su época deliberadamente, en pos de responder a un llamado divino. Estableció un aislamiento progresivo del rebaño humano, para poder observarlo desde un costado y estudiar sus mecanismos. En ese lapso, Jesús y otros mesías o maestros, no han hecho más que aferrarse con uñas y dientes al concepto del Amor Universal, que todo lo une y lo crea, nombrandolo de una sóla manera: fé en Dios.
Así estos seres de gran fortaleza creyeron profundamente en la ley del Amor incondicional, dejando de temerle a los vaivenes de la materia, a la pobreza económica, al dolor e incluso a la muerte misma. Sus fuerzas eran tan ascendentes que no hallaron imposibles en su camino, saltaron todas las barreras, aunque estas fueron cada vez mas altas.

Una vida errante en un principio y entrega al prójimo, resulta de dicho silogismo. Comulgar con el pueblo requiere su conocimiento. Al despojarse del valor estético y social de las vestiduras, mimetiza al santo entre los más ricos pero también dentro del mundo de los marginados que deambulan por las calles de tierra, asfalto y adoquín. Logrando transparencia, integración y esparcimiento de medicina en cada acción o palabra con esplendor. Sin domicilio estable ni trabajo fijo, el santo es libre de ir a donde su corazón lo guíe, cubierto de paz y serenidad, caminando por la austera cornisa de la sociedad. Habita enfrentando miedos, y se aleja de los prejuicios, soportando el martirio de quienes lo consideren loco, rebelde y demagogo, aceptando con tolerancia genuina la ceguera de sus hermanos contemporáneos. Así, por el arte de la divina gracia, será abrigado, alimentado y acompañado a donde vaya, al igual que las aves reciben la vida y el conocimiento para sobrevivir esparciendo su belleza. 

El peregrino recibirá del gentío lo imprescindible para el cuerpo, a cambio de ofrecerles lo necesario para sanar el alma. Esa fué, y esa será la ley del profeta, tal cual la comprendo hoy en día. Esa es la ley del guerrero anónimo, del próspero ser de luz. Él o ella, sin distinción de género, ya que la luz es un bien universal, hallará también incomprensión en su camino, siendo probable que la mayor cantidad de adeptos a su sentir y devotos a su mensaje, lleguen una vez que haya sido enterrado su cuerpo bajo dos metros de tierra, entre gusanos incrédulos y lombrices hambrientas. Porque si hay algo que nos molesta, es ser atravesados por el filo de la Verdad y nos resulta más complaciente continuar viviendo en la oscuridad de la ignorancia.

Las iglesias al igual que los psicólogos, los psiquiatras, los chamanes y los bares estan ahí, ofreciendo soluciones a los grandes problemas de la vida. Depende de cada uno decidir donde invertir tiempo o dinero, o ambas. Cada uno elegirá a cual chancho le da de comer o le brinda una caricia, respetando la elección ajena, si aquello que buscamos es hallar o comprender la paz. 

Tanto Buda como Cristo, en primer instancia creyeron en sí mismos, en su voz interior y personal, esa  misma voz que se funde en cada ser y que en definitiva, es universal.


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