Libertad de expresión

 Alfonso era simpático y cariñoso, como cualquier muchacho de su edad. Desde pequeño había sentido íntima afinidad con las niñas y atracción sexual por los varones. Era algo que le nacía del alma, algo que no podía controlar, al igual que la sensación de apetito o de cansancio nocturno. Era algo que quería esconder debajo de la almohada; en el cajón de la mesa de luz o en los bolsillos; por temor al rechazo de sus padres y de la sociedad. Pero un día, durante el otoño de su adolescencia, el dato se escurrió por la lengua filosa de sus vecinos, que sin saberlo irían a truncar la vida de Alfonso para siempre.

 Al enterarse los padres de la orientación sexual de su hijo, detonó una bomba en el hogar. El joven fue tratado con tanto desprecio durante meses, que antes de cumplir la mayoría de edad prefirió vivir en la calle, que seguir sintiendo repudio familiar.  Para sobrevivir se prostituyó en las callejuelas porteñas exponiendo su lado más salvaje y femenino, en noches sin control, a clientes de todas las esferas sociales, religiosas y posiciones económicas. Sus pelucas pretenciosas y brillantes como papel grasé, su contextura delgada de lombriz solitaria y sus uñas pintadas con tempera escolar, le daban el aspecto de travesti en fatal decadencia. Aún así, él en sus momentos de embriaguez  y locura espontánea, demostraba ser más bella y radiante que la reina Isabel. Elegía no reprimir sus deseos, elegía ser sincera a su sentir. Y en esos momentos de delirio exacerbado cantaba con voz raspada de tanto fumar colillas de cigarro barato, el himno nacional de Senegal a carcajadas. El cuál había aprendido de su fiel y moreno amante africano, Alí. 

Este negro alegre y comprador, de familia musulmana, había escapado en avión hacía tres años de su nación, antes de recibir cualquier tipo acusación vecinal, hasta las viscerales tierras argentinas, donde todos los hombres y todas las mujeres por ley, son libres de ejercer su orientación sexual. Y allí no sólo encontró empleo, como vendedor ambulante en Once, sino amor y comprensión, dignidad y respeto. Dos cosas que en su país no funcionan de la misma manera.

¿Libertad de expresión? 
¿Libertad de elección? 

La ley senegalesa actual persigue las prácticas sexuales entre personas del mismo sexo (artículo 319 del Código Penal que prevé penas de cárcel de entre uno y cinco años, así como una multa de hasta 2.300 euros). Eso, dejando de la lado la "justicia por mano propia del pueblo", que incluye linchamientos y agresiones tan radicales que en muchos casos llegan a la muerte. En países como Mauritania, Gambia, Sudán o Somalía existe pena de muerte y en otros como Uganda, Nigeria o Liberia la legislación se ha endurecido en los últimos años. 

 ¿Hasta qué punto aquello que somos es producto de las tradiciones que en tal espacio y en tal tiempo son consensuadas por la mayoría bajo el dominio informativo de la minoría?
 ¿Somos lo que creemos que somos o somos el resultado de lo que nos hicieron pensar que tenemos que ser? 

Las leyes, las tradiciones, los conceptos de la ética y la moral varían tanto alrededor del mundo que muchas veces para comprender el pasado de una región, una nación o una civilización, basta con conocer el presente de otra. Los ecosistemas humanos al igual que los del Reino animal, varían de acuerdo a la disposición de los recursos naturales, del clima, de la cantidad de integrantes, de su relación con el entorno, y una cantidad variables innumerables que ingresa la duda de no saber con exactitud que es el ser humano en sí.

¿Cuáles son sus verdaderas necesidades?
¿Cuáles son sus capacidades y sus propósitos?

Desde el momento en que la criatura humana descendió de los árboles, se irguió en dos patas y confeccionó la primer herramienta, no le ha dado respiro al ambiente que lo rodea, arrasando todo a su paso como si fuera un hambriento huracán, para sentir una comodidad pasajera en aquel espacio que declaró su hogar. Infundió temor a quien no obedecía sus reglas, y se esparció hacia otras regiones cuando el espacio le quedo chico.
Asesinó en busca de placer, compitió en nombre del poder. Se conectó con su parte más divina,  y también experimentó su lado más cruel. Creyó saberlo todo, falleciendo tristemente en la tumba de la ignorancia. 
Sucumbió mil veces, pero siempre volvió a nacer. Aceptó aquello que le pareció justo y repudió aquello que no. Mientras tanto Alfonso le alquila su cuerpo a los reprimidos de Argentina y en Senegal los hombres siguen siendo condenados por declarar libremente su amor.



Fiesta sexuante en Lima - Perú


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