Huánuco


Río Huallaga


Guamán Poma según algunos historiadores nació en Huánuco, en las actuales sierras centrales del Perú. Aquella era la tierra natal de su abuelo, quien era cacique segundo al servicio del gran Inca. Uno de sus hermanos fue producto de las relaciones de su madre con un capitán español, por lo cual recibió las enseñanzas del Viejo Mundo. Con el tiempo el niño se convirtió en sacerdote y le enseñó a su hermano menor, Guamán a leer y escribir en lengua española. Los resultados de dichos aprendizajes han viajado a lo largo del tiempo a través de la gran obra titulada "Nueva crónica y buen gobierno", donde en épocas turbulentas y de intenso sometimiento de los pobladores nativos alguien debía hablar por ellos.

A través de una extensa obra que combina dibujos y sus respectivas aclaraciones al pie de página, Guamán dedicó treinta años de su vida a describir tanto las jerarquías sociales y las costumbres de la época, como a denunciar el violento tratamiento dado al pueblo. “Vemos gente siendo azotada, golpeadas con garrote y colgadas de los talones. Se ve a un hombre azotado porque faltan dos huevos en el tributo que deben pagar. Se describe el vergonzoso tratamiento dado a las muchachas indígenas, golpizas inhumanas a los niños, matrimonios forzados entre indios para salvar la reputación indigna de los sacerdotes y otras tantas atrocidades cometidas impunemente contra el pueblo”. Describe sintéticamente un autor anónimo en el prólogo de la obra.




La obra por algún milagro divino llegó a tierras del Rey Felipe II, quién gobernaba en aquel entonces y fue publicada, escapando de las hogueras de la Inquisición. Un testimonio, de los pocos que han sobrevivido, que deja en claro los detalles de la colonización y el modo de gobierno aberrante que sustituyó al imperio incaico en la extensa cordillera de los Andes.

A Huánuco, la ciudad donde este hombre nació, y donde se sabe con certeza que trabajó y vivió durante algunos años, llegué casi cuatrocientos años más tarde de haber sido finalizada su obra. Enclavada en la sierra central de Perú, es hoy en día una pequeña ciudad de un clima, según rezan los carteles, primaveral durante todo el año. De aquellos vestigios coloniales ya no quedan más que su arquitectura, en el casco central, y sus historias. El sincretismo cultural sumado a los efectos de la globalización, han forjado como hierro al calor, la actual idiosincrasia peruana.

Como había invertido hasta la última moneda en el pasaje de colectivo desde Cerro de Pasco, llegué decidido a buscar un empleo fijo o hacer malabares en algún semáforo. Las construcciones de la ciudad están entreveradas entre lo moderno y lo antiguo, con sus viviendas de adobe con tejas musleras, pequeñas ventanas de madera y muchas calles de adoquín. Durante la tarde reuní algún dinero en semáforos “a la minuta”. Quince segundos era algo absurdamente breve como para malabarear y pasar la gorra, pero no hallé algo mejor. Además cuando hay hambre no hay pan duro que no se ablande con leche. Entonces con lo justo para financiar las comidas del día, pasé inmediatamente al segundo dilema: esconder la mochila para dormir sin peso a la vera del río. Despache finalmente la mochila en un hotel y dos horas más tarde cuando ya caía la noche me rescaté de haber olvidado la bolsa de dormir con el resto de mis pertenencias. Me escabullí cuál cucaracha dentro de las instalaciones cerradas de la terminal de colectivos. Afuera apretaba las clavijas el frío serrano.




Desafortunadamente a media noche, amablemente un guardia golpeó a la puerta de mi curvado capullo. El local iba a cerrar, entonces me reintegraron a la vía pública medio dormido y con un sueño sin finalizar. En frente corría silenciosamente el agua del río Huallaga. Descendí esquivando árboles y basura hasta la orilla, al encuentro de la luna plateada que se espejaba en la suave corriente. El gélido aire me obligó a acobijarme dentro un improvisado colchón de cartones, mientras continuaba hipnotizado con la fantasmal figura de la naturaleza. Al igual que la basura añeja que me brindaba su inerte compañía, yo ya era un elemento más del paisaje. 

De pronto unas pisadas se aproximaron al lugar donde descansaba y conseguí distinguir dos sombras humanas. Una femenina y otra masculina. Se detuvieron a cuatro metros de  distancia. No lograron distinguirme al estar camuflado en diversas capas de cartón. De repente, sin demasiados actos preliminares dio a inicio en menos de lo que canta un gallo y a oscuras, un romance fluvial. El hombre dejó caer sus lienzos al piso, mientras ella se arrodillaba frente a él. Lo que siguió a continuación no es muy difícil de imaginar. Después de las convincentes destrezas bucales, la mujer giro en redor y les brindó libertad a sus nalgas frías. Así como dios los trajo al mundo, aunque usando protección, comenzaron a tener relaciones sexuales mis enigmáticos vecinos sin percatarse aún de mi presencia.
Minutos más tarde, el hombre alzando sus pantalones jeans y sin darle a la dama un beso de despedida, retomó el camino por donde llegó, perdiéndose en la oscuridad de la noche. Ella por su parte, guardó unos billetes en el bolsillo y con el dinero con el cuál alquilo su cuerpo ya en su poder, se retiró del escenario tomando el rumbo contrario al de su ocasional cliente. ¡En vivo y en directo! Prostitución al natural.

Luego de asistir al teatro del porno callejero y notando que por ser fin de semana la zona iba a estar concurrida, abandoné convencido mi guarida de cartón. Justo en el momento en que erguí la espalda para levantarme, observé a menos de quince metros a otro hombre husmeando el lugar. Al venir bordeando la orilla del río no me rescaté de su presencia hasta tenerlo a tan sólo seis metros de distancia. Y allí estaba el hombre cagando a la vera del río feliz de la vida. Cómo ya estaba de pie y no quería ser descortés lo saludé de lejos, mientras él continuaba sosegadamente con su trámite. Me respondió el saludo y luego de limpiarse con papel de diario, dio los pasos necesarios para darme un gentil apretón de manos. El hombre traía una incuestionable borrachera. Me preguntó si tenía cigarrillos, luego si tenía dinero, y por último si tenía un trago de alcohol. Al negarle los tres interrogantes me invitó a pasear por la ciudad en busca de alguna novedad. Precisando justamente salir de aquel antro de puertas abiertas, emprendimos juntos un city tour nocturno por Huánuco, conversando sobre cualquier disparate y a los gritos.

Al día siguiente, tras pasar una noche agitada y en vigilia como un zombie sin apetito, logré descansar con los primeros rayos del sol debajo de los árboles de un parque. En el lago del mismo había una bandada de pavos y patos nadando sin preocupaciones. Sentí que con sus graciosos movimiento de rabo me decían lo siguiente: “la vida a nuestra manera, debemos aprender a disfrutarla”. Y si, no había nada de qué preocuparse, aunque no tuviera nada podía disfrutar de todo en mis largas jornadas de tiempo libre.


Al siguiente día comencé a alquilar el cuarto de una pensión, encontré un semáforo prolongado en la zona universitaria y el río por aquellos lados estaba apto para tomar día por medio un buen baño. Me sentía como Adán vagabundeando por el Valle Edén antes de conocer a Eva: libre, contento y sin sentir el peso de la soledad.



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