Cuando te sangra el corazón

Tortugas - Perú

Cerré con llave el pequeño y sucio cuarto imaginando la cantidad de historias extravagantes que tendrían para relatar esas cuatro paredes húmedas. Ese espacio ínfimo e insípido, a simple vista no parecía albergar más que a seres solitarios, magros y abandonados a su mal genio, y a parejas errantes sin hijos, entre prostitutas en decadencia y un hediondo olor a melancolía, que cubría la atmósfera del predio sin dejar ingresar la luz del sol. De todas formas su capacidad de carga soportaba por el valor de diez soles diarios, el silencio tenaz de los vendedores ambulantes, y el tronar de las monedas de los artistas callejeros, que demostraban en la vía pública alguna habilidad circense o musical.
Olvidé el cuarto, y caminé en sentido exploratorio, dirigiendo mis pasos al centro de la ciudad. Chimbote hacía ruidos de bocinas de mototaxi y su calor húmedo, le cubría de una delgada película de sudor a todos sus habitantes.

Un hombre viejo, anclado a la vereda con una mesa llena de papas cortadas, entusiasmaba a la audiencia para que experimenten los poderes milagrosos del almidón, o alguna otra propiedad de dicho tuberculo. Las tiendas de ropa competían entre ellas colocando cumbias peruanas a un volumen tan alto que resultaría irritable hasta para Buda y sus secuaces escucharlas.  Algunas familias se refrescaban con la brisa del mar Pacífico en el malecón de la costanera. Un peruano oriundo de otra ciudad arrojaba sus tres machetes al aire en el cruce peatonal de una avenida, sacando trucos malabaristicos e intentando no rebanarle los dedos a ningún peatón. Otros caminaban observando con asombro indiscutido las mismas vidrieras de siempre y algunos pocos contemplaban el mero comportamiento humano. Entre esos pocos me encontraba yo, revolviendo con audacia las pocas monedas que cargaba en el bolsillo, entre cavilaciones metafísicas y un hambre voraz. Entonces decidí ejecutar la misma maniobra de aquella mañana. Amarre la mochila de mano a un poste de señalización, extraje de allí tres bolas blancas y comencé a estirar y calentar el cuerpo. Cinco minutos más tarde me hallaba casi gritando arriba de las rayas blancas del asfalto, presentando mi número de malabares, durante los cuarenta segundos que duraba el semáforo en color rojo. Dejaba los diez segundos restantes para pasar la gorra , esperaba que termine el color verde y volvía a repetir el acto. Con ese sofisticado sistema de exposición de circo ambulante, juntaba dinero en aquel entonces. Esas monedas de niquel me permitían vivir como un vagabundo en cualquier ciudad. Cuando creía haber hecho lo mínimo e indispensable para comer y cancelar el cuarto, desamarraba la mochila, guardando las mágicas bolas dentro. Más tarde me recostaba a leer, pensar, escribir y contemplar bajo la sombra de algún árbol, los misterios de la vida.  Me sentía un Sócrates tercermundista del Cono sur.

Jaén - Perú

Realmente buscaba analizar y comprender la vida, viviendo como nunca había vivido antes. Relajado y solitario. Casi siempre aceptando cualquier tipo de invitación o internandome durante días u horas en la selva de la ciudad social o en cualquier monte.

Antes de extraer las conclusiones mentales del día anterior, ya estaba respirando un día nuevo, en un lugar nuevo, con alguna nueva compañía, escuchando diferentes experiencias de vida, probando otro sabor, enfrentando alguna nueva adversidad. Como en mi vida estable los cambios no llegaban, comprendí que yo mismo debía ir a buscarlos, ofreciendo mi tiempo, mi cuerpo y mi alma en sagrado o autodestructivo sacrificio. Porque claro, aún me encontraba lo suficientemente desorientado como para encontrar una mínima claridad en mi camino. Era yo quien había decidido tomar ese camino, nadie me dio el empujón. De cierta forma lo disfrutaba, aún cuando la situación me hacía rebalsar el vaso de bronca, hambre o soledad.

Y así como llegué a Chimbote, de la misma forma me fuí, caminando hasta la ruta, esperando la bondad de algún conductor que no le temiera a mi silueta delgada. Entonces pasó el tiempo y ya no recuerdo todo lo que allí aconteció. Las imágenes mentales van diluyéndose como tinta con exceso de agua , en mi memoria. Pero eso verdaderamente no me importaba. Con quien conversé en Huánuco, donde dormí en Chiclayo, como me las arregle en Tortugas, tampoco me importaba. Iba de un sitio a otro en Perú sin entender el valor de mis palabras ni el poder de mis actos, de mis miedos, de mis deseos. Dentro de un mundo cada vez mayor, yacía en cautiverio entre los conflictos de la razón, de lo que es y de que deseamos que sea. Quería definitivamente exorcizar mis demonios, pero respiraba aún el aroma de la confusión. Era escéptico a la idea del poder interior o simplemente lo ignoraba. Escuchaba atento aquello que me decían, pero no me responsabilizaba cuando desperdiciaba una oportunidad por sentir pereza, vergüenza o por no hacerle caso a la intuición. Luego al momento de reventar las consecuencias en mis manos, no conectaba los cables sueltos, y la paz y la felicidad adquiridas fugazmente otra vez se iban.

Ruinas de Chan Chan - Trujillo

Laberinto del desencanto interior, dime cómo hallar la salida.

Vagué sin sentido, porque vagando tenía que despertar. Me sentí en un prolongado letargo porque estaba tan ciego que en mí no veía la posibilidad de ser libre. Como no me sentía libre, creía que nadie lo era. Como no experimentaba una duradera felicidad, creía que no existía. Como veía éxito en el talento y aseguraba estar exento de algún don, me sentía condenado a la mediocridad. 
Encontraba engaño e incomprensión cada vez que leía una verdad, y creía que era estúpido aferrarse al dogma de una religión. Metía a mucha gente en una misma bolsa, pero quería que a mí no me incluyan en ninguna. Arrojaba la piedra y escondía la mano. Humano, demasiado humano. Entonces con tan poca autocrítica, 

¿Hasta donde debía ir para conseguir encontrarme? 
¿Cómo iba a tener sentido mi vida si para empezar, yo no le daba uno?
¿Como alguien no me iba a querer dañar si yo también había dañado y aún lo seguía haciendo, de forma siempre tan sutil?
¿Cómo iba a recibir, si aferraba tanto, sólo para mí? 
¿Cómo no iba a acercarme al dolor, si la culpa me obligaba a recibirlo? 
¿Cómo iba a sentir placer por el trabajo si cada día no quería hacer lo mismo y no hacía nada para cambiarlo?
¿Cómo iba a encontrar amor, estando tan perdido?
¿Cómo iba a ser un buen padre si todavía no había aprendido a ser buen hijo?
¿Cómo iba a creer en una fuerza superior llamada Dios, si no creía en una fuerza diminuta llamada Yo?
¿Cual era la magnitud de mis problemas si era tan sólo una gota de sal en el vasto océano?

Como venía diciendo, vagué sin sentido, porque vagando tenía que despertar. Y de a poco me fuí dando cuenta que:

No obtenemos más de lo que merecemos.
El amor que recibimos es proporcional al amor que brindamos.

Hallar felicidad es síntoma de estar caminando por el camino correcto. 
Hasta entonces seguimos desorientados con los ojos vendados.

Un beso, un abrazo y una sonrisa, son eternos regalos. 
El resto se degrada entre las frívolas horas que va dejando atrás el reloj.

La tragedia del horizonte, es saber que siempre estará más allá de nuestras pasos y al mismo tiempo y por tal motivo, viviremos pretendiendo alcanzarlo.

Como afirmó sabiamente el controversial Palito Ortega, la felicidad es sentir Amor. 
Y ese Amor comienza, amándose a uno mismo.

Máncora - Perú
Pelicano en la playa de Paracas - Perú

No hay comentarios.:

Publicar un comentario