Corazón Ortiba + Cuento macabro



   Las madrugadas son siempre frescas, y aquella fue una de esas. Aquel era el día, no de la semana, sino el elegido desde hacía un buen tiempo. Dormí junto a la herramienta, la noche anterior en un placentero colchón de cartón. María ya no estaba cuando desperté, debería haber ido a buscar algo para el desayuno. Entonces en el silencio de mil desiertos apoye el taladro manual sobre mi pecho, decidido a hacerlo. Con una mano lo afirme de forma horizontal, transpirando sudor helado, mientras la otra mano comenzó a girar la manija, desgarrando lentamente mi piel con la mecha. El dolor inicial fue insoportable. Grite, gemí, volví a gritar, inhale una continental bocanada de aire frío. Me vibraban los pies, zumbaban mis oídos, y el suelo era un sólo temblor. Seguir perforando era pertinente para lograr la tarea. Me detuve un segundo para morder un trapo viejo y mugriento que guardaba un nauseabundo gusto a nafta y  humedad, y continué destruyendo obstáculos. Músculos, arterias, venas, yo no se cuantas porquerías escondemos ahí dentro. Bañado en mi propia pegajosa sangre rocé una costilla y no me detuve. La emoción dolorosa también desbordaba en placer. Hasta que llegue al objetivo, el corazón. Me parecía que todo había demorado tan sólo unos pocos segundos.
   En el instante en que retiraba el taladro del cuerpo llegó Maria, desesperada, gritando: “Estas loco, que hiciste, qué tenes en la cabeza limado”, lloraba desenfrenada y estiraba la planicie de su rostro con los dedos pálidos de las manos.
-Respondeme por favor, qué te hiciste animal?

“Un portal Mari, eso hice, ahora ingresa libremente luz a mi corazón”.

Mural Yanomami en Negativo - Venezuela



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