Existe una forma humana de moverse a través de extensos territorios. Una forma que en si no tiene mucha forma, por su versatilidad, variantes y cambio constante. Éste sistema de adaptabilidad continua a la cuál me refiero funciona por medio de un vehículo sencillo, la bicicleta. Quién tiene el coraje de montar una de ellas y pedalea durante horas de un sitio conocido a otro distante consigue nutrirse espontáneamente del sentido profundo de la libertad, y eso en muchos casos convierte a tal actividad en un instantáneo vicio.
La idea de
viajar sobre ruedas puede interferir tanto en los asuntos mentales del
conductor, que éste en muchos casos lo nombra como su reciente oficio,
dedicándole tiempo y esfuerzo.
Hay múltiples
razones para llevar esta empresa a cabo, sin embargo, todos llevan una marca en
la piel provocada por la fiebre de recorrer el mundo, o aunque sea una
partecita de él. Planificar el asunto de antemano o improvisar el equipamiento
en el camino. Reunir dinero y auspiciantes o improvisar algún mecanismo para ir
juntando los fondos necesarios sobre la marcha.
El método empleado, las comodidades, la programación, el tiempo en
viaje, varían exponencialmente, sin embargo en todos ellos existe un común
denominador, serán sus propias piernas y la íntima voluntad, el motor de dicha
aventura.
Quién viaja
más rápido, quién viaja más tiempo, quién recorre más países, no es algo
relevante. El hecho más importante es hacerlo, disfrutándolo y dando siempre lo
mejor de uno.
Muchas
personas no creen que sea posible viajar en una bicicleta cargada de equipaje
de una ciudad a otra, de un país a otro, y mucho menos en que alguien viaje durante
años por distintas naciones o continentes. De la misma forma, no creemos muchas
veces que dejar un empleo que nos desagrada nos puede abrir la puerta a uno
nuevo y más confortable a nuestras exigencias, o que una vida sencilla puede
traer mayor tranquilidad que una vida lujosa y moderna cargada de estrés. Por
otro lado, que importa lo que a los otros les importa. Lo más destacable es
creer en que nosotros mismos somos capaces de realizar cualquier cosa que surja
de la mente o del corazón, con la firme convicción de que nada es imposible.
Por otro
lado en el mundo del ciclo-turismo, como en otros rubros, existen grandes
estructuras que también se pueden romper, y no para demostrar algo diferente,
sino como consecuencia de las distintas circunstancias o preferencias del
usuario. Uno de los actuales mitos a la hora de hacer un viaje de larga
distancia es el modelo de la bicicleta a utilizar. Ciertos foros que he leído o
comentarios de ciertos entendidos en el asunto, afirman que se necesita tal
rodado, tales alforjas, tales frenos, tales cubiertas, de tales marcas y de
tales medidas, sólo por nombrar algunos ejemplos. Claro que la última bicicleta
que está saliendo del laboratorio en este instante no tiene la misma tecnología
que una de los años sesenta. Sólo va a modificar el desgaste superior de
energía de aquel que utiliza el modelo antiguo, el rendimiento del mismo, las
comodidades a la hora de andar o de arreglar las piezas, pero de ambas formas,
lleve más tiempo o no, canse un poco o no, trabaje más la paciencia o no, viajar
para ambas personas va a seguir siendo posible. Basta con investigar y comparar
los viajes realizados por ciclo-viajeros de otras épocas para comprobarlo, e
imaginar en todo caso la bicicleta que utilizó por ejemplo Freya Stark en 1934.
Otra gran
estructura, es el entrenamiento previo necesario para salir a la ruta. Aquí voy
a remitirme a mi experiencia personal.
Cuando decidí viajar en bicicleta estaba viajando a pie y a dedo por
Ecuador. Llevaba quince meses avanzando de esa manera. En esas últimas fechas
no tenía dinero en la playa donde estaba parando, entonces decidí mudarme a una
pequeña ciudad para hacer malabares en un semáforo que ya conocía. Luego de
tres días de dormir en la calle para ahorrar dinero, de una cuarta noche
durmiendo adentro de una zapatería y unas largas jornadas arrojando juguetes al aire, ahorré sesenta dólares. Días más tarde mi capital se redujo en gastos varios, entonces retorné al semáforo. Esta vez en Manta. Allí invertí mi dinero en una bicicleta rodado 26, vieja y oxidada. Con ella pedaleé,
sin entrenamiento previo hasta el norte de Colombia donde unas buenas personas
me la trocaron por una en mejor estado. Ascendí y descendí por la costa del
Pacífico, por los cordones montañosos de los Andes, y la periferia de la selva
amazónica. Avanzaba muy poco a poco, aprendiendo con la experiencia personal, conociendo la vida en ruta en dos ruedas sobre la
marcha.
Hoy en día
me encuentro viajando por Brasil y ya han transcurrido otros dos cambios de
bicicletas, todas ellas Mountain Bike del siglo pasado. Las alforjas para cargar el equipaje han ido variando mucho, desde los iniciales y rústicos cajones de verduras, a los tarros cuadrados de aceite, a las mochilas adheridas en ambos costados del porta-equipajes, y los bolsos confeccionados con lona o cámara de rueda de camión,. Todos elaborados de forma artesanal.
Miles de kilómetros
pedaleados, a lo largo de seis naciones, durante cuatro años sobre ruedas. Y
este último comentario, no es un halago personal, sino todo lo contrario. A
nivel deportivo realmente no he pedaleado mucho, sin embargo para mí eso no lo
más importante. Lo hago de esa manera y a esa velocidad porque así me gusta, viéndolo
no sólo como un deporte, ni una aventura pasajera, sino como un estilo de vivir
y disfrutar la vida, y de última que cada cual encuentre la forma que le siente
más cómodo. Entonces te pregunto lector,
¿ si yo pude de esa manera tan precaria
porque vos no?
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