Mingitorios del porvenir

¿A quién se le habrá ocurrido la brillante idea, o mejor dicho, la opaca idea de orinar dentro de una botella de plástico y arrojarla a la ruta como si estuviera practicando algún extraño deporte o como si estuviera sembrando flores? 
  A ésta persona, que inconscientemente inventó desarrollando tal actividad, el mingitorio descartable volador, le faltó comprender que las margaritas, las lilas y los tulipanes, una vez que mueren se marchitan en pocos días como resultado de la descomposición, gracias al aire y otros factores, disolviéndose sin contaminar ni perjudicar a nadie. Claro que el mismo proceso también lo hacen las botellas, pero a estas les demora nada menos que cuatrocientos años, liberando el 95% de los químicos que las componen al medio ambiente.
  Lo más sorprendente es que al parecer, esta cábala se divulgó boca en boca llegando uno a encontrar orina herméticamente envasada en incontables rutas argentinas. Una desagradable costumbre propagada silenciosamente como un virus antihumano, por las márgenes del camino que transita el hombre de forma fugaz. Se podría afirmar entonces, que éste es otro tristemente célebre invento argentino. Falta reconocer ahora quienes son los responsables de tal moda New Age.
  Miembros del sindicato de camioneros comentan que las fechas y plazos de entrega, la mayoría de las veces, les deja poco tiempo para detenerse a hacer sus necesidades, y algunas empresas, que controlan el abrir y cerrar de las puertas satelitalmente, no les permiten estacionar más que en puntos preestablecidos. Entonces, para ellos, defecar no es algo que se hace a la ligera, que surge espontáneamente y de forma caprichosa, en base a las necesidades de evacuación del cuerpo, sino que es una actividad programada con reloj y cronómetro en mano por un tercero desde una peculiar oficina. Quién también les regula la cantidad de metros de papel higiénico que pueden utilizar cada semana. Y que a nadie se le ocurra desobedecer el turno y el tiempo designado, que los pañales extra-grandes cuestan una fortuna. Ahí sí que se acaba el negocio y vuelven los trenes a poblar el país.



   Si bien no hay que adjudicar la responsabilidad únicamente a los camioneros de orinar dentro de una botella en movimiento, mientras uno maneja un vehículo, según cuenta la leyenda, fue la solución a un gran dilema acertada en la última convención nacional de conductores holgazanes y despreocupados por el porvenir. Si al final como resultado de dicha resolución, economizamos tiempo, maximizamos las ganancias, producimos más dinero, los ejecutivos quedan contentos como niño con juguete nuevo, y los nietos de nuestros nietos podrán corroborar en el futuro, el grado de estupidez de sus ancestros.

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