Las ruinas de los Quilmes

Quizás, si usted es argentin@ en este momento estés agazapado en un rincón privado de tu hogar, ansioso por destapar una Quilmes bien helada, y mientras bebas el primer sorbo en soledad, te quedes estático cuál granadero de la Casa de gobierno, observando la etiqueta de la botella y pienses: ¿por qué será que le pusieron Quilmes de nombre a una cerveza? .Luego al girar el envase te enteras que fue envasada y distribuida en el barrio Quilmes, en el cono-urbano bonaerense, y te sentís un sabio de gran conocimiento, felíz por haber descubierto un grandioso misterio. Sin embargo, el cuento no finaliza ahí, este nombre se remonta a una época antigua y a una cultura extinta, que vivía sus días en los valles calchaquíes de las actuales provincias de Salta, Catamarca y Tucumán.

Estos “indios” fueron el último bastión en resistir el asedio español del norte argentino. Resistieron dentro de una ciudadela con viviendas circulares de piedra, al pie de una montaña durante unos victoriosos setenta años, teniendo como refugio ese enorme muro natural que los acobijaba y protegía del invasor. A cada nuevo acercamiento del español, ellos conseguían anticipar su llegada por la amplia vista panorámica que su hogar en altura les brindaba. Entonces el colonizador retrocedía y organizaba otra estrategia de ataque, más eficaz y más contundente que la anterior, como si fueran un molesto virus . Hasta que un día hallaron como solución cortar las vías de abastecimiento de agua a la población. Desviaron y sellaron los canales de agua, provocando una intensa sequía en la comunidad. Sin líquido para beber ni para el riego de los cultivos, los Quilmes no tuvieron otra alternativa más que rendirse.




El trato que recibieron fue cruel e inhumano, como tantos otros episodios de guerra en la historia de la humanidad. Fueron obligados a caminar hasta la ciudad de Buenos Aires, alrededor de mil doscientos kilómetros, a pie. Niños y ancianos, con cuerpos débiles para enfrentar semejante expedición, fueron los primeros en perecer, junto a las mujeres y hombres que dieron su vida por ellos. Sólo los más guerreros, las más guerreras y los más jóvenes, fueron capaces de concluir dicho éxodo, hasta las tierras donde hoy se encuentra el barrio Quilmes. Al llegar no fueron homenajeados ni hubo ceremonia de felicitación por tal caminata. Allí mismo fueron masacrados en nombre de la arrogancia humana, y sus cuerpos derrotados de cansancio y hambre, besaron por última vez la tierra, en ésta ocasión con el sabor amargo del nitrato de potasio de la pólvora, y de su propia sangre.





Ya han acaecido varios siglos de tal evento, y aún la ciudadela de piedra se mantiene en pie, rodeada de gigantescos cardones de varios metros de altura. Plantas centenarias. Ellas la cuidan con sus gruesos y espinosos brazos levantados, como si fueran la reencarnación de aquellos guerreros que la defendieron durante tantos años. Y los hijos de los hijos de sus hijos, son quienes administran actualmente el sitio, luego de haber vencido los veinte años de concesión brindada a un personaje que construyó un restaurante y varias habitaciones dentro de la ciudadela, sin respetar el valor sagrado de la misma.





Visitar el territorio en la actualidad es un viaje atemporal, donde se percibe la calma de quienes habitan esas desoladas tierras. Recorrer detenidamente los pasillos laberinticos y las habitaciones, sin dudas, es una experiencia gratificante e inolvidable, aún para quienes no les interesa o desconocen las costumbres y las historias de nuestros antepasados.

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