Parque Nacional Aparados da Serra

   En el Parque Nacional Aparados da Serra, en el estado de Santa Catarina están localizados los mayores cañones de todo Brasil. Estas formaciones de hasta novecientos metros de altura, comenzaron a formarse hace 130 millones de años cuando una fuerte explosión subterránea precipitó un derrame de lavas basálticas que se desparramaron en forma de cresta, y que posteriormente se solidificaron. De tan afilados, los bordes que emergieron de este proceso parecían haber sido "aparados", es decir recortados en español, a cuchillo, motivo por el cual el lugar fue conocido como Aparados da Serra. Tiempo después, el tope de esa sierra fue cubierto de una densa vegetación de araucárias, árboles que aún hoy pueden observarse en el borde de los cañones.

   Para visitar semejantes bellezas, ingresamos desde la BR 101, kilómetros al sur de Sombrío, hasta Saõ Joaõ do sul, haciendo un desvío de seis kilómetros por la ruta 450. Allí una amable vecina, Marli, nos invitó a cenar a su casa para compartir con su familia, después de conversar un rato con ella. Como acostumbran hacer muchos brasileros, nos recibieron con gran variedad de comida y con ánimos de conversar sobre nuestros viaje y detalles particulares de algunos países que visitamos.
Al día siguiente, después del desayuno en familia, continuamos hasta Playa Grande, a sólo quince kilómetros de distancia. Éste pueblo está bañado por varios rios rocosos y cascadas a su alrededor. Desde algunos barrios en plena planicie ya se divisan las formaciones del Canyon de Malacara, y las nubes que visten su floresta natural.
   Luego de descansar y disfrutar un día frente y dentro del río más próximo al centro, comenzamos el forzoso ascenso por la sierra faxinal. Para comprender dicha aventura, hay que tener en cuenta que en sólo trece kilómetros de ruta de tierra, se asciende alrededor de 900 metros de altura, mudando al intenso frío de un día para el otro, y atosigando los músculos al extremo para empujar todo el trayecto una pesada bicicleta.
   En un zig-zag de piedra suelta interminable, entre el hueco de los cañones, kilómetro a kilómetro uno se va internando entre los confines de la naturaleza. A partir del km. 7, desaparecen las viviendas esparcidas intermitentemente alrededor del camino, deslumbrando maravillosos miradores del pueblo y sus contornos, hasta llegar a ver el mar a lo lejos.

    Al finalizar esos primeros y tortuosos trece kilómetros 100% en subida, sin siquiera unos miserables diez metros de planície para pedalear o caminar sin esforzar tanto los hombros, comienza el trayecto fluctuante sobre el techo de los caniones. Allí la vegetación cambia, a árboles más bajos y llanos de pastizales, con arroyos de agua pulcra y algunas pequeñas lagunas. De ahí restan unos siete kilómetros más para llegar al puesto de entrada del Parque Nacional.
   Como dentro del parque no está permitido acampar, ni hacer fogatas, dos kilómetros antes del ingreso hallamos un claro entre varios árboles para montar campamento. Demoramos todo el día para hacer menos de veinte kilómetros, sin dudas los kilómetros más exigentes y desintegradores de nuestra jornada en Brasil hasta el momento. Aunque todo esfuerzo siempre trae aparejado alguna recompensa.


   Para ese entonces, con un cielo despejado le dimos vida a un pequeño fuego par cocinar dos paquetes de fideos instantáneos, y con la noche a cuestas y un cansancio fulminante, fuimos a descansar.
   A la mañana siguiente, después de ingerir frutas con avena y pasas de uva, pedaleamos hasta el parque. Del primer control restan otros dos kilómetros más hasta el puesto de información, y el inicio de los dos senderos. Uno de seis kilómetros, tres de ida y tres de vuelta, y uno inferior de mil quinientos metros en total.
   Para hacer el primero dejamos todo el equipaje en el puesto de información, y avanzamos por la trilla agreste cubierta de vegetación sobre dos ruedas. Varios miradores, llegando al final descubren la grandiosa formación rocosa. Esa inmensa grieta que poseé un lecho rocoso, por donde transita el cauce de un río, es alimentado por diversas cascadas, algunas con sesenta metros de estrepitosa caída libre. Sobrevuelan jotes de cabeza gris apreciando una vista formidable, y uno queda alucinado, hecho un tonto, babeando con tremenda sobredosis de belleza. 
  El humano y su intelecto formidable, según sus propias apreciaciones, quedan disminuidas a la insignificancia, a la pequeñez, al ínfimo gramo de arena en medio de una interminable playa.

  Cuanto poder, cuanta energía dinámica, cuanta fuerza. Y pensar que cada día hay personas visitando algún Parque Nacional alrededor del mundo. Belleza universal. A cada instante esa belleza impacta en el centro del corazón de algun curioso humano, para inyectarle la savia de su sabiduría, propinándole algun conocimiento supremo, o una mansa calma.
  A mi se me calló la quijada al piso al recorrer el segundo sendero. Daban ganas de aplaudir o gritar como un enfermo en agredecimiento por la ejecución de tan majestuosa e intrincada obra. Pero no, uno se queda en silencio, cargando la batería emocional, e intenta tomar una foto para arrancarle al momento un recuerdo, y falla, tropieza y cae, porque la imagen muda queda aún más pequeña que aquel gramo de arena en medio de esa interminable playa. Uno pretende guardar el paisaje en el bolsillo y no se puede. Basta unicamente estar ahí, viviendo el presente, y nada más.
  A las cinco de la tarde cierran la entrada del parque, para que nadie se quede deambulando en la oscuridad. Nosotros equipamos nuevamente las bicicletas y avanzamos a paso de tortuga, quizás unos quince kilómetros de ruta de tierra, hasta hallar otro claro para acampar. En el camino cruzamos a otra pareja de cicloviajeros, él de Francia, ella de Suiza, que ya estaban instalados a un costado de la ruta, entre piedras y araucárias. Nosotros dormimos casi llegando a Cambará do Sul, con la neblina lavándonos la cara y un intenso frío de sierra húmeda.








No hay comentarios.:

Publicar un comentario