Otra vez mi mente avanza a toda velocidad.
Graznan furiosos los pavos afuera,
adentro
corre un vendaval,
fresco,
limpio,
virgen,
como viento de montaña.
Estoy en cuero
y todavía anuncian los almanaques
que continúa el invierno.
¿Será que estoy tan distraído que ni me entero?.
Como una bolsa de papas
siento en los hombros
esa fatiga que a todos damnifica
con iniquidad los domingos.
Entro en receso
sesgado
por una húmeda pereza.
Irremediablemente
vence la gravedad
el peso de mis párpados,
mientras zumba
con ondulaciones frenéticas,
la vista panorámica
que el mundo proyecta
en mi mente.
El sillón pulgoso tiembla,
y yo estoy
en el epicentro
de su locura.
Consumen su volatilidad los sentidos,
enervándose,
hasta quedar hechos grumo.
Adiós cuerpo,
adiós gravedad.
Otra vez me pregunto,
¿qué carajos me pasa?
No recuerdo ni donde dejé mi sombra.
Busco
y no hay pared.
Sólo reconozco al viejo invisible
murmurando al oído:
"Éste es el momento del Nagual".
Y la realidad convertida en acuarela fresca,
recibe treinta y siete martillazos
de un acero pesado,
hostil
y ausente...
Al flotar en el vacío,
recuerdo con vehemencia
que aún sigo vivo,
y el golpe de miedo
al fin,
como vapor caliente,
desaparece.
Entonces,
me dejo llevar...
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