Dios del Fuego

Una mañana por curiosidad me quede en pie observando al sol.
Quería ansiosamente conocer su rostro.

El calor era intenso.
Pero sus rasgos eran demasiado bellos,
como para quitarle la mirada al instante.

Brilló esa mirada ardiente,
casi inflamable,
de pupilas húmedas en bencina.

Sentí el ardor penetrante y contemplé
por vez primera su semblante radiante,
e hice un pacto en silencio
con el Dios del Fuego.

Sólo él era imprescindible en aquel momento,
que como otros
se volvió eternidad.

Cuando los elementos son artificiales e inertes
no tienen ningún encanto,
no hay misterio.
no tienen nada que enseñar.

¿Por qué lo miro?
¿Por qué me atrapa?

Porque el Sol es como un alma libre,
fantástica 
y natural.

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