Selva otra vez





Da un golpe en el centro de atención, 
despertándonos del insomnio cotidiano,

la selva, 

para advertirnos que jamás debemos olvidar 
de donde venimos 
y hacia donde regresamos.

Las plantas han llegado primero 
y el ser humano no duraría un solo día en la tierra 
sin ellas.

Sentarse sobre una piedra a escuchar,
ver, 
y oler. 

Lluvias de mariposas dibujando círculos abstractos;
verde espesor de tamaños y formas alucinantes.

El canto de las aves me hacen parecer un extraño….
al no comprender,
 ni siquiera, 
una palabra de su idioma.

En estas tierras es donde más percato mi ignorancia.
Soy como un niño recién llegado al mundo, 
iniciando el aprendizaje del entorno, 
descifrando los códigos de un nuevo abecedario.

He estado algunos meses dando vueltas 
por los contornos de la selva 
amazónica y misionera
de Argentina,
Perú, 
Ecuador 
y Colombia,
 y siento que cada rincón de selva 
es diferente al anterior.

Algunas hojas y tallos vibran desaforados 
durante varios minutos danzando 
sobre el pie de sus raíces, 
y de pronto cesan,
 y se vuelven calma. 
Parece que gritan, 
y de repente, callan. 

No es el viento,
 porque en esos instantes de movimiento
 las que la circundan ni siquiera pestañean. 

¿Será su forma de ser? 
¿Intentaban comunicarse?

Cuanto desconozco, 
soy un hijo del progreso 
queriendo aprender de la experiencia, 
intentando no creerme todo lo que nos han contado,
 los manuales, 
los periódicos, 
las películas.

Enebro hasta donde puedo los hilos de mi percepción 
por el ojal del universo, 
para abastecerme de su esencia, 
esa que llamamos los hombres 
conocimiento. 

Ese, 
que me muestra los nexos 
de las distintas formas de vida 
y sus realidades. 
Ese que me libera de las rejas del tiempo.

Sentado sobre una piedra, 
uno puede conectar todos los cables, 
convertirse en luz 
y desaparecer en el aire.


( Parque Nacional Calilegua, Jujuy, Argentina ).

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