( 2da Parte )Algodones de azúcar y molinos de plástico

    Porque todos ellos caminaron por el infierno rojo de forma solitaria y sin fecha de retorno. Fueron acusados con el dedo y sintieron el ardor que produce la vanidad y los dolores que genera el egoísmo. Aún recuerdan la pesada angustia que ejercía sobre ellos cada minuto y cada hora de vida, y la desesperación de deambular entre laberintos y ruinas.
    No aceptarse y no ser aceptado es un hierro al rojo que quema y lastima, más allá de la carne.
Sin embargo, después de atravesar una enfermedad el cuerpo se vuelve más resistente. Luego de una crisis siempre vuelve la calma. De esa forma, saliendo victorioso del campo de batalla, librado contra uno mismo, se adquiere claridad y una visión más flexible. Acontecen grandes cambios en la estructura, debilitando las barreras, volviéndola menos rígida.
   Aquel que sufrió mucho, sentirá en el alma un inmenso alivio. Aquel que estuvo encerrado comprenderá el valor de la libertad.


   Esas dificultades atravesadas, que dejan al saco de arena remendado, realzan un nuevo compromiso con la vida, haciendo que las personas rehabilitadas intervengan en asuntos de valor y eviten sucumbir fácilmente ante las adversidades. En el mejor de los casos, ya que eso no siempre ocurre.
Que importará el dinero, las vestimentas, las modas y la opinión superficial. Quizás las miradas despectivas sean más frecuentes, imponiendo una barrera ante la controversial imagen, pero quién anduvo de rodillas por el subterráneo de la vida, con una fuerte y reciente confianza en sí mismo, no será importunado por tales detalles. Otros mientras tanto, seguirán tanteando las paredes en la oscuridad, queriendo ver el horizonte detrás del muro que los oprime.
   Todos ellos, los marginales, a pesar de sus grandes diferencias, tienen un punto en común: se están enfrentando a sí mismos. Algunos están en combate todo el tiempo, otros ganaron y perdieron alguna batalla y muchos se hallan aún refregando con ímpetu el espíritu contra el asfalto. Al conversar encuentran y comparten sus debilidades, sus peores momentos de flaqueza, posicionándose todos en el mismo peldaño de humanidad.



La habitación

¿Cómo juzgar el vicio ajeno si todos llevamos una templanza a medias?
¿Es menos digno vender marihuana, a cajas de tabaco industrial sabiendo que de tantos químicos aquella que es legal con el tiempo mata?
¿Quién sabe cómo actúan en la intimidad los hombres de terno y las mujeres honradas?
¿Llenar el buche de alcohol no será un equivalente al coctel de pastillas que recetan los psiquiatras?
¿Es verdaderamente aberrante que un hombre ame a otro hombre así como una mujer ame a otra mujer?
¿Poseer muchas propiedades, varios automóviles y una vida paralela no es causada por el mismo vacío que obliga a acumular basura en su morada a los pobres? ¿La carencia no es la misma?
¿Porqué la droga de la fama es perdonada y la droga de la villa condenada?
En el monte los campesinos recolectan frutos. En la ciudad los recicladores juntan cartón y latas, que venderán para conseguir alimento. Cambian los medios, sin embargo el fin es el mismo.

Un rebelde al moralismo barato de su época dijo: ¨quién esté libre de pecado que arroje la primera piedra¨. Intentando con tal discurso salvarle la vida a una prostituta de las manos de sus propios clientes. Ella se salvó, y él por acumular sensatez y bondad fue crucificado.

¿Por qué creemos que ciertos empleos son más honrados que otros? ¿Por qué desmerecemos el mérito ajeno?

Un maestro estará desempleado sin alumnos y un médico no sirve de nada sin enfermos.
Un arquitecto puede diseñar el mejor hospital del mundo, pero si no consigue quien una y levante los ladrillos, esos planos valdrán lo mismo que un papel en blanco.

No existe mejor ni peor, fuerte ni débil. Todos complementamos la debilidad ajena, siendo ellos quienes nos complementan en aquello donde no encontramos fortaleza.

Puede ser que un día entablemos amistad con algún personaje marginal y al día siguiente con un respetado sacerdote. Puede ser que un día conversemos con un delincuente y esa misma noche cenemos en la casa de un político. De cada uno de ellos hemos aprendido algo. Escuchando sus puntos de vista, al ver sus actitudes y formas de realizar las tareas cotidianas nos dejaron alguna enseñanza. Ese compartir, ese dar y recibir, es la esencia de nuestra naturaleza, que permite el desarrollo de aquellos que se abren sin miedo, a la interacción. Creando, desde un almuerzo o una simple charla, un lazo de conexión fehaciente, capaz de generar nuevos conceptos sobre religión, política, historia, o cualquier disciplina o práctica imaginada.

Cada persona es un mundo, pero si esos mundos no se tocan los unos a los otros, la máxima "ama a tu prójimo" queda disminuida a una utopía. No se puede amar aquello que se desconoce.
Para abrir esas puertas de la percepción no es necesario viajar a la otra punta del mundo, ni tomar un ácido con la cara del doctor Hoffmann. Es imprescindible perder el miedo a lo desconocido, cayendo en cuanta que en verdad se teme porque se desconoce y por conservar viejos conceptos absorbidos por la televisión, los moralismos hipócritas y una política humana basada en la competitividad y la desintegración.
Hay que tener en cuenta que muchas veces, eso que rechazamos en los otros, también habita dentro nuestro, y la autocrítica debemos ponerla en práctica cada día.

Vania Costa vendía algodones de azúcar y molinos de plástico en las plazas y en los festivales. Quizás ella moraba en un almacén de porquerías; no vestía con ropa nueva; adentro suyo había muchas carencias y su bolsillo estaba más flaco que las piernas de un flamenco. Sin embargo, su corazón era grande, y buscaba amor, y después de todo, eso, es lo más importante.

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