Aparecieron personas y personajes,
abriendo nuestra puerta
sin antes golpear.
Algunos fueron como ángeles
de alas resplandecientes
al servicio de dios,
otros fueron una imagen borrosa
sin poder ni voluntad.
Tierras calurosas de calles empolvadas.
Paredes y techos de troncos de palma.
Viviendas humildes,
pero más frescas que chapas de zinc
y ladrillos cocidos.
Viviendas de barro.
De la tierra venimos
y en la tierra sembramos.
Naturaleza sagrada,
llamada Chaco,
porque alli sucede la caza.
Corzuelas,
chanchos moros,
osos hormigueros
y pumas.
Yararás,
cascabeles
y corales
reptando al sol.
Gusanos que pican,
serpientes que muerden,
mientras que el yacaré cuida a las estrellas
y la inmensidad de la noche.
Almas creyentes,
transpirando credos y evangelios.
Chirigu
ano,
Wichí,
Qom
y Pilagá.
Fuimos hermanos,
seremos por siempre familia.
Un camino recorrido en agradecimiento
y abundancia.
Lejos de la ciudad,
pobre de calma.
Familias,
a las que nadie visita.
Realidades dignas de extensas biografías;
actos humanos que el viento desparramó por el cielo
para que nadie se entere lo que sucedió.
Calores que enferman,
corazones que laten
porque la gente aquí
duerme la siesta.
Así es el norte que vi,
de pueblos pequeños,
de humanidad gigante,
de tierras siempre lejanas.
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