Lunes
Martes
Miércoles
Jueves
Viernes
Sábado
Domingo
Otro Lunes,
otra semana,
otra
rutina,
otro año que aproxima el hocico
y el ciclo tiene tan pocas variantes
como nombres para dividir la semana.
Atrapado entre las líneas uniformes de dos
paréntesis invisibles,
¿cuando iba a explorar las vastas llanuras del
continente?
¿Cuando iba a tener el tiempo necesario
para convivir con los
nativos de la selva amazónica
o el dinero para conocer el caribe colombiano?
¿Esperar las vacaciones?
¿Viajar solo durante dos semanas al año?
El mundo era grande
y la falta de
iniciativa personal aumentaba cuantiosamente las distancias .
¿Cómo iba a experimentar el sueño de
pertenecer a otras culturas,
a otros climas
y a otros atardeceres?
¿Cual era el nexo inquebrantable que me unía
como un embrión
al útero de la madre
y no me dejaba extender
la curvatura de
mis brazos
hacia los confines del planeta azul?
Busque en mi cuerpo minuciosamente
y no hallé ningún amarre,
ninguna cabuya
que estuviera ejerciendo presión
sobre la piel que habito,
a la
patria que me vio nacer.
Salir a explorar,
para mi curiosa alma,
era el
primordial objetivo,
era el camino donde encontraría las respuestas
que tantas
noches me mantenían en vigilia
entre la angustia
y la desesperación.
Documento de identidad,
mil pesos en el
bolsillo,
una carpa de pésima calidad,
una bolsa de dormir,
una mochila,
tres
bolas de tenis
y el camino
como anfitrión del viaje.
Así fué como morí,
y volví a nacer.
1 de Enero del 2012. Inició la jornada, como un viaje turístico (al principio) desde Puan, Argentina, hasta Cuzco (Perú) en vehículo familiar. Tres semanas de recorrido juntos, madre , padre y sus dos hijos. Despedí a mi familia en el corazón del imperio Inca. Ellos regresarían como estaba preestablecido, y yo me quedaría solo, acompañado únicamente de mi rebeldía, un tanto abatido, para enfrentar aquel gran deseo de recorrer el mundo. Abatido, porque ellos no me dieron su consentimiento ( y tenían sus razones, que no quise escuchar ).
Antes del mediodía estaba llorando de tristeza afuera de las ruinas del templo de Coricancha. Para las cinco de la tarde ya había juntado unas monedas haciendo malabares en un semáforo de la avenida del sol, junto a tres argentinos. A las siete, estaba sentado dentro de una comisaria observando el gris insulso de una pared, esperando ser deportado del país por infligir la visa de turista, trabajando como payaso sin carpa de circo.
Como eso último no aconteció, gracias a la
pereza implacable del comisario, nos fuimos a pie con uno de esos personajes
hasta las afueras de la ciudad. Después de doce kilómetros de caminata,
ignorando el sentido geográfico en el cual nos movíamos, comenzó mi incierta
vida de Caminante.
No sabía a donde ir, ni que hacer en aquel
país desconocido, del cual no poseía ni siquiera un mapa. Pero allí estaba,
intentando iniciar una nueva vida, que consta de lo más básico, para lograr
desplazarme con mayor libertad a donde sople la brisa.
En un futuro inmediato otros nómades de
diferentes regiones del mundo, irían demostrando con sus discursos y actitudes
los trucos para sobrevivir en la calle sin la necesidad de obtener un empleo en blanco, dentro de cualquier pueblo o ciudad sudamericana. Lecciones que aún
sigo aprendiendo. Iría encontrando con
el tiempo refugio en la naturaleza y en las mentes de quienes no querían dormir
bajo la tumba del aburrimiento estándar. Irían cayendo las pesadas cáscaras de mi
insatisfacción poco a poco y el mundo que antes conocía, expandió sus límites borrando algunas arcaicas concepciones de la vida, del empleo, la religión, las relaciones sociales y cuanto asunto se involucra en mi razón.
Quería vivir y conocer,
la magia de la libertad.
Experimentar una verdadera conexión
con el mundo invisible
y cruzar de una vez por todas,
las márgenes de lo ya conocido.
Mauricio Lopez
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