Los gitanos
"Los gitanos cuentan que hace muchísimos años, un día Dios se hartó de ellos porque eran muy rebeldes y desobedientes. Entonces, desató un viento fuertísimo. Hombres, mujeres y niños, y las casas con lo que tenían adentro, volaron por todas partes.
Cuando calmó el temporal, los gitanos se preguntaron donde estaban. Pero nadie sabía qué contestar...Es que habían sido dispersados por todo el mundo y ya no volverían nunca más a su tierra de origen. Y dicen entonces, bajo un cielo triste, los gitanos se agarraron de las manos y empezaron a caminar y caminar. Y que desde hace 2000 años siguen andando por el mundo de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, sin detenerse demasiado en ningún lugar."
Martín chueco
Continúa siendo un desafío polémico para la antropología, la historia y la sociología explicar los orígenes, la evolución en el tiempo y las estrategias de supervivencia de la comunidad gitana, en sociedades dentro de las cuales siempre son minoría, a pesar del mestizaje y de ser históricamente marginados.
Los datos
lingüísticos apuntan a que los antepasados de los gitanos vivieron en el
noroeste de la India, antes de migrar al Occidente pasando por la costa sur del
mar Caspio. Se desconoce si con anterioridad habían migrado de otro lugar aún
más remoto. También se ignoran las causas exactas de su migración hacia el
oeste, que se produjo en torno al siglo XI.
En varios
países americanos hemos encontrado asentamientos gitanos estables en barrios
bajos, en grandes carpas y en otras ocasiones los hemos visto trabajando como
comerciantes callejeros o leyéndole las manos a los transeúntes. En lo personal
ésta amorfa comunidad representaba un gran misterio, hasta que en el centro de
Argentina en el año 2015 comenzaron los relacionamientos con ellos. Al final de
aquel año llegó otra Navidad, con sus arbolitos de plástico, adornos brillantes
y fuegos artificiales, fabricado todo en China, justamente en un país donde no
se festeja dicha celebración.
Sin
embargo, nosotros estábamos en Villa María, al sur de la provincia de Córdoba, donde
la extraña y miscelánea tradición es un ritual festejado por casi todas las
familias, mixturando religión, gastronomía y una monumental borrachera para los
paganos más intrépidos.
En esos
días estábamos ranchándola en la casa de Elías, un amigo de la infancia, quién
casualmente no se encontraba en su hogar. Fausto, su hermano nos dejó a cargo
la llave de la casa y nos dio la bienvenida, desapareciendo luego en su
vehículo.
Por la
tarde, de aquel 24 de diciembre cuál perritos callejeros paseamos por el centro
de la ciudad. Luego de compartir unas masas finas que hallámos con dos
artesanos en la basura de un edificio, cuando buscábamos unos envases de vidrio
retornables para tomar unas cervezas, desplegamos el paño de artesanías en la
peatonal. Cómo también es costumbre de occidente, las personas maximizan el
consumo de bienes en esas fechas para realizar presentes (sobre todo a los
niños), y entregárselos disfrazados con barba blanca y una vestimenta con los
colores del refrigerante más vendido del mundo. Todo en una atmósfera de
fantasía nocturna realizada por la noche.
Al
esconderse el sol cada lechón se fue a mamar la teta. La ciudad quedó
prácticamente desierta. Sin tránsito vehicular ni peatones pisando el asfalto,
el paisaje manifestaba aires apocalípticos. Entonces sin tener clientes
potenciales alrededor, levantamos el paño y encaramos el río. En el camino
cruzamos a Martín, un bohemio de Mar del Plata y a su compañera de Brasil, cuál
nombre desapareció por arte de magia de mi memoria. Ninguno traía un plan
definido, por lo cuál continuamos los cuatro juntos en dirección al río. Una
vez a la vera del caudal de agua vislumbramos algunas familias aisladas
cocinando alguna carne a la parrilla.
Martín
improvisó una bandeja con una caja de cartón, y fue en busca de algún pedacito
de carne para que cenemos algo. Ninguno se percató que todos los comercios ese
día en particular cierran temprano. Las respuestas de los ciudadanos no fueron
positivas. A los últimos que restaba interrogar era a un grupo de gitanos que estaban
asando un cordero a un costado de un camión. Cinco minutos más tarde, Martín
regresó una vez más con el cartón vacío. No le dimos mucha importancia a la
comida, aunque ya estábamos con más hambre que un náufrago en mar abierto.
Inesperadamente
dos niños gitanos con otro cartón en la mano, nos vinieron a ofrecer un buen
pedazo de su banquete. Hablaban en español, pero arrastraban un acento húngaro
en sus palabras ( idioma que hablan entre ellos ). El padre, y el otro de sus
hijos aparecieron minutos más tarde con una botella de sidra. A un costado de
su mandíbula el padre humedecía una bola de hojas de coca mientras fumaba un
tabaco. Habló masticando el mismo acento extraño. Él sólo exigía respeto para
darnos participación en el evento familiar. No entendiendo muy bien a qué se
refería particularmente, accedimos igual.
La cantidad
de gitanos agrupados alrededor del fuego era difícil de contabilizar. Sobre
unas mantas había varias criaturas durmiendo. El resto bailaba una especie de
música árabe o bebía alcohol sin menear demasiado el cuerpo. Las mujeres de
rostros fuertes y miradas penetrantes, vestían extensas polleras coloridas,
pañuelos en la cabeza y blusas con grandes y apretados escotes. Los hombres y
los niños estaban con jeans clásicos, camisas de antaño y calzaban elegantes
zapatos de cuero.
Decidieron entre ellos convidarnos a su festín, por lo cuál
bajo sus reglas, la bebida y la comida eran parte de la invitación. Nosotros,
con su dinero, éramos los encargados de ir a comprar más provisiones hasta el
almacén de un barrio. En uno de esos viajes en busca de cigarrillos y cerveza,
pescamos a un mendocino que estaba deambulando bajo los árboles con mirada
lacustre, como si estubiera esperando el llamado de Acuaman. Como nadie venía a rescatarlo, lo introdujimos al pelotón. Este figura comenzó a viajar, según su
relato, huyendo de un ajuste de cuentas con un dealer de su ciudad natal, abandonando de esa manera la beligerante vida
de malandro, por el de payaso callejero. Un completo cambio radical.
-
-Antes asustaba a las personas para robarles el teléfono o la billetera, ahora ellos me dan dinero por hacerlos reír. Cómo no me di cuenta antes. Ya no puedo volver a mi casa, una bala en la cabeza es lo único que me espera ahí – confesó el joven con una mueca discreta, seguramente porque uno de los dientes frontales se lo habían estallado en una vieja pelea.
-Antes asustaba a las personas para robarles el teléfono o la billetera, ahora ellos me dan dinero por hacerlos reír. Cómo no me di cuenta antes. Ya no puedo volver a mi casa, una bala en la cabeza es lo único que me espera ahí – confesó el joven con una mueca discreta, seguramente porque uno de los dientes frontales se lo habían estallado en una vieja pelea.
Como lo
notamos calmo, sonriente y en medio de una transición, nadie lo rechazó.
La bebida giraba de mano en mano. Hasta a los niños les permitían beber alcohol, aunque a la mayoría no le agradaba tomar. La pista de baile agreste nos sedujo y en determinado momento todos estábamos bailando. Las gitanas demostraban gran habilidad en danza árabe, dado eclécticos movimientos circulares. La mayor de ellas sintió empatía por Mari, entonces fué al interior del camión y buscó unas prendas de vestir que ellas confeccionaban. Prenda por prenda la fueron vistiendo con ropa gitana. La situación era hilarante, todos reían. El gitano que nos había invitado a la reunión no dejaba de preguntarle a Mari: Flaca, de donde sos? Al parecer descreyendo que ella es de Buenos Aires, y no era gitana.
De repente
la música árabe mudó a la cumbia, y entre conversaciones en húngaro, hojas de
coca, carne de cordero y cerveza, esta mezcla de nómades multiculturales perdió
su definición. La borrachera de algunos iba en aumento. El túnel invitaba al
descenso y al frenesí. La brasilera estaba hecha un trapo de piso, delirando
entre risas sobre una mesa de hormigón. Martín descansaba a su lado. Mientras
tanto, deleitaba sus sentidos el mendocino sintiendo la energía de la tierra al
bailar descalzo. Reía venturoso, con los ojos dilatados como un cometa.
Hervía la
fiesta apócrifa iluminada por un arco iris de anomalías humanas. A veces tan
extraños, los nómades, a la vista de los ciudadanos de cada pueblo y de cada
ciudad que surgía el preconcepto negativo hacia ellos. A veces por certeza, a
veces por ignorancia. Quién sabe. Lo cierto es que los gitanos historicamente han sido muy perseguidos. Por hablar una lengua diferente, vestir distinto y tener otras custumbres, han sido acusados de estafadores, ladrones, envenenadores, brujos, enviados del diablo, secuestradores de niños, y otras tantas cosas más. En el siglo XVI fueron expulsados de Alemania, Francia y España. Después de Italia y Hungría. Sin embargo, la persecusión más violenta sucedió durante la segunda guerra mundial, donde perecieron en los campos de concentración alrededor de medio millón de gitanos, declarados pero el régimen nazi como algo inferior que ni merecía vivir.
Marita, antes de irnos a dormir le
obsequió un arete de pluma de pavo real a la gitana mayor en agradecimiento. Recogimos
las bicicletas olvidadas y nos fuimos a descansar a la casa de Elías a tres kilómetros de allí.. El resto se quedo a la vera del río en un submundo marginal, de trotamundos navideños.
Mucho
tiempo después encontré, durante una tarde de diccionario, la siguiente
definición:
Gitano: Dícese de cada uno de los miembros de ciertos pueblos nómades que, procedentes de India se establecieron en el norte de África, Europa y América. Dícese del comerciante que realiza negocios sucios o que estafa. Que tiene gracias y arte para ganarse las voluntades de otros.
…Eso dicen,
los que dicen que saben.
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