Los fronterizos


   Y ahí estaba con su guitarra criolla, sonriente, con cara juvenil, en una pequeña imagen de la revista Humor del año ochenta y uno. En ese momento acababa de lanzar un disco nuevo con Los Fronterizos, el señor Miguel Ángel Quintana. Según la crítica no aportaba nada nuevo, pero para los fanaticos del folcklore podía llegar a ser potable.
   La misma mueca de picarón, pero un tanto más gastada, encontramos cambiando la rueda de su vehículo blanco cansado de cumplir kilómetros, en una ruta inhóspita del sur de la provincia de Córdoba, nada menos que treinta y cuatro años más tarde de aquella foto de antaño.


   Era menester nuestro, que veniamos pedaleando sin apuro, darle una mano a aquel hombre topo que escarbaba desesperado debajo de la rueda pinchada, porque al parecer no sabía darle manija al criquet.
   Hasta el momento, nada sabíamos nosotros de la existencia de su antiguo conjunto musical, sin embargo, no tardó mucho el Negro Quintana en informarnos del asunto. Casi olvidando la rueda, el sol que nos freía la epidermis y el hecho de que llegaba tarde al trabajo, nos introdujo en la nube esponjosa y brillante de su pasado como músico y compositor, anhelando rescatar lo mejor de sus viajes por el Viejo mundo, el norte de América y los festivales de folclore más renombrados del país.


   El sosiego insoslayable de sus recuerdos de pronto fue extirpado por el viento, que lo retornó de un codazo al presente, olvidado velozmente aquella vieja ilusión. Cambiamos la rueda dañada por una en un estado similar, nos dejó una tarjeta con sus datos y una invitación a su hogar, antes de seguir ruta al trabajo.
   Kilómetros más adelante se encontraba Canals, un pueblito que vive del campo, en tierras llanas, aún pampeanas, por donde no pasa nadie de afuera a relojear su repertorio de calles iguales. Ingresamos lentamente, ya cansados del viento frívolo que te cachetea sin pausa, hasta la casa de Don Quintana.
   Habían pasado un par de horas de aquel encuentro, y como esas cosas raras del destino, llegamos casi al mismo tiempo.
   Vivienda de ladrillos erosionados por las décadas de abandono, con un desorden importante y grama muy crecida a su alrededor. Cuadros, discos de vinilo, trapos y una infinidad de chucherías colgadas en las paredes, adornaban el humilde refugio.
   Quintana no estaba sólo, un amigo de su edad, músico, también había llegado de visita. Èl estaba arrumacado en el sillón hacía ya más de un mes, e insólitamente aún no le crecían telarañas en las coyunturas del cuerpo. Entre guitarreada, mates y conversa disfrutamos las horas del día, y nos fuimos a dormir a nuestra carpa con aliento a guiso y licor.

   Al día siguiente dimos unas vueltas por el pueblo hasta que topamos con la biblioteca municipal. Monica Podoroska, personaje singular de sangre idealista, nos atendió con una amabilidad de cuento de hadas. Protectora y luchadora, al acompañarnos al olvidado museo contiguo a la biblioteca, dejó en claro, llenando un cuarto entero del museo con cajas de cartón, su afán de enseñarles los conceptos básicos del ecologismo a los vecinos del pueblo. Esta mujer por alguna razón que desconocemos, deseaba a toda costa que fuéramos a la municipalidad para hablar con el intendente acerca de nuestras vagabundas vidas. Y como uno tiene alma de barrilete, no suscitamos ninguna resistencia. Minutos más tarde llegamos al edificio administrativo del pueblo. Nos hicieron esperar en el hall principal una media hora, hasta que dimos con el capitán del municipio. Sin saber bien que decir, o que pedir, nos presentamos y de forma improvisada logramos armar un esquema de nuestro viaje en bicicleta por Sudamérica, arribando en temáticas sociales, espirituales, medioambientales y deportivas. Todo un abanico de razones y búsquedas que van más allá de lo cuantitativo y superficial.
   Apenado, por no poder extender la charla el tiempo que hubiera deseado, de "su bolsillo" decidió pagarnos una noche en el hotel más céntrico del pueblo (con desayuno incluido), para que descansemos bien antes de seguir viaje. Agradecidos por el gesto, regresamos a la casa del negro Quintana con la buena noticia. Mientras tanto Mónica, la bibliotecaria, realizó unas llamadas en secreto y sonriendo nos contó que esa misma tarde debíamos arrimarnos al canal informativo para realizar una entrevista para la televisión. Entregados al presente que se nos presentaba aceptamos ir.
   Todo se dió tal cual habíamos planeado, y esa misma noche, terminamos en su casa asando unos chorizos a las brasas, bebiendo entretanto una buena cantidad de cervezas negras, mientras veiamos la repetición de la entrevista en su televisor. Cuando se nos cayeron los párpados del cansancio, caminando nos fuimos con Mari a dormir al hotel.
  Así sucedían los días mágicos, entre amigos desconocidos alegres de compartir un sueño en movimiento entre la dicha y el porvenir.


   


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