La vida sucede y hay artistas que la captan, la describen y la piensan dejando como herencia a la humanidad los registros escritos de dichas conclusiones. Hay sujetos viviendo y otros funcionando como objetos a investigar. Aunque no lo tengamos cotidianamente en cuenta, somos los pequeños números de las estadísticas, los conejillos de indias de la ciencia, la religión y la medicina.
Somos el objeto de las mentes que describen el mundo social. Aún sin hacer, estamos haciendo.
Hasta el indigente más arruinado por la manifestación de sus vacíos y delirios nos ayuda a comprender los parámetros más fantásticos de la vida y sus formas.
No hay que llegar al ocaso de nuestras existencias para comenzar a marcar las huellas personales. Sea pensado, escrito o de forma oral, todo esfuerzo vale la pena, pudiendo asumir un nuevo horizonte que ascienda más allá de la última y antigua montaña.
El potencial joven,
la sangre floreciente,
revitaliza las gastadas venas de los cuerpos
que han perdido el espíritu de lucha,
a través de modernos flujos
vuelven a poblar de glóbulos rojos
este organismo perfecto.
Es hora de barrer la piel seca y muerta del cutis,
de intensificar la temprana rebeldía
para no dejarla perecer inútilmente
en los bares rancios y decaídos,
entre filosofías etílicas
que no llevan a ningún lado.
Es tiempo de levantar la voz al cielo
dejando a los relatos ficticios como instrumentos de entretenimiento,
y no como sustitutos de verdaderas experiencias personales.
Que alcen la voz los jóvenes
que enriquecen sus vidas obedeciendo al corazón noble y salvaje,
para no llenar sus años de telarañas,
al igual que los libros de las olvidadas bibliotecas.
Hagamos de la dignidad y el respeto
un derecho,
y vivir el presente
una obligación.
Caminemos sin miedo a lo desconocido
descifrando cada misterio
que se ofrece de obstáculo a nuestro paso.
Dejemos que nos acusen de locos,
inútiles
y desviados,
los cómplices de un sistema arcaico
que devora gente de hambre,
insanidades
y enfermedades curables.
Dejemos que nos bajen al subsuelo con sus miradas despectivas
los mismos que justifican la guerra,
el neoliberalismo
y la televisión
como programa educativo
familiar e infantil.
Aceptemos el error más obtuso de los otros,
recordando que es la ignorancia la peor sustancia que destruye,
y que quizás nosotros estemos ignorando lo mismo.
Recorramos el jardín de la vida
inhalando el aroma dulce
de las flores de la libertad,
antes de que caiga el sol
detrás de las nubes
de un ocscuro crepúsculo.
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