Debajo de las baldosas y detrás de los vidrios

Aprendí a tomar el tren de Temperley a Constitución a mis 28 años de edad;
a ser un cordero más del rebaño citadino que se aglomera en la estación a esperar su vuelo;
a ser una lombriz vestida con ropa ciudadana para transitar debajo de la tierra.
Aprendí a pedalear con la agilidad de un espermatozoide por las grandes avenidas
del corazón contaminado de la República Argentina.

Aprendí a irme a la capital con mis bártulos e ilusiones en los bolsillos de una mochila;
a recitarle poesía a la gente solitaria o acompañada en los parques, en las plazas, en el obelisco; 
Aprendí a ofrecer milanesas y panes rellenos en los recitales de rock, 
cuando no me corrió la gorra por infligir una ley del código civil
que ni ellos recuerdan a quién beneficia;
Aprendí a tirar el paño en la calle y laburar en diversas ferias con mis artesanías,
esperando a que alguien comprenda la diferencia
entre lo hecho a mano y la nefasta producción china.

Aprendí a interactuar todos los días con diferentes personas,
para intercambiar ideas y regurgitarles en prosa 
reflexiones, creencias y delirios.

Aprendí a contar billetes chicos, 
a ver innumerables personas durmiendo de día en la vía pública; 
a oír el sofisticado himno comercial de los vendedores ambulantes cada 2 minutos;
a sentir aroma a paty y choripan asado en el cordón cuneta...
cunita, para los borrachos que no llegaron a ningun lado
y abandonaron su cuerpo en la vereda.

Aprendí a perderme en este desmesurado laberinto;
a comprender que sus habitantes nacieron
debajo de las baldosas y detrás de las rejas y los vidrios,
Aprendí que muchas infancias transcurrieron dentro de las jaulas amuebladas de los edificios, 
o en infinitos barrios, de viviendas tan homogéneas que al momento de nacer 
se les disolvió la identidad.

Aprendí a caminar corriendo,
a escuchar las puteadas de los tacheros a los ciclistas.
Aprendí a notar como conversan los más humildes cara a cara, 
mientras el resto se comunica con su aparato electrónico con alguien que allí... no está.

En fin, aprendí a darme cuenta que acá no soy el único perdido.











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