Comunidad flotante

“Estos salvajes no tienen leyes ni fe y viven en armonía con la naturaleza. No existe la propiedad privada, porque todo es comunal. No tienen fronteras ni reinos, ni provincias, ¡y no tienen rey!. No obedecen a nadie, cada uno es dueño y señor de sí mismo. Es un pueblo prolífico, pero no tienen herederos porque no tienen propiedad”
Américo Vespucio

(haciendo una descripción de la vida de los taínos,
                                                                             una comunidad del Caribe, varios siglos atrás)



A 3.600 metros de altura y en un altiplano rodeado por los Andes, entre Bolivia y Perú, vive hace siglos un pueblo de pescadores. Son los Urus del lago Titicaca, el lago más alto del mundo. Muchas de sus viviendas no están en las orillas sino sobre el agua, sobre islas e islotes flotantes hechas con los tallos de totora entrelazados. Allí cada familia tiene su choza, con la cual navega de un lado a otro del lago, o se ancla en las rocas. Estas costumbres ancestrales de fabricar tanto las islas como las viviendas con materiales naturales de la zona, los convierte en una peculiar comunidad, única en el mundo.



Durante siglos los hombres y las mujeres solían dividir el trabajo. Mientras ellos se dedicaban a pescar, cazar, hacer redes y construir balsas, ellas se ocupaban de los rebaños de llamas y alpacas, cocinar y hacer los cestos para guardar diferentes utensillos. Solían intercambiar sus productos con comunidades Aymaras y Quechuas, para conseguir maíz, papas y otros productos que no producían.
Si bien muchas de estas costumbres aún las conservan intactas, la globalización también ha hecho estragos en su simple y sencilla forma de vida. La curiosidad del humano por saber cómo se manifiesta la vida más allá de aquello que ve a diario, ha sido una de las principales causas de sus migraciones esporádicas contemporáneas. Esas que hoy llamamos de Turismo. Estas migraciones han sucedido al punto de la invasión  constante a las islas de los Urus, con lanchas a motor, para experimentar de cerca las costumbres exóticas de la comunidad. Las mujeres y las niñas dejan de hacer sus faenas diarias para recibir a los turistas con cantos y danzas rituales; los hombres ya no pescan, ahora construyen maquetas de sus islas y viviendas para explicar la construcción de las mismas. Además aquellos bolsos y prendas de vestir que antes elaboraban para uso de la comunidad, ahora los venden como 'artesanías", produciendo muchos de los mismos con los ideales del fordismo. Todos igualitos y a escala masiva.


Lago Titi caca


La vida a estas alturas del mundo ha ido mutando sutilmente. Ellos han ido perdiendo progresivamente muchos conocimientos y muchas prácticas vitales que durante tanto tiempo supieron conservar. Los turistas en su mayoría, traen consigo buenas intensiones, sin embargo estas efímeras y superficiales visitas han modificado monumentalmente la economía y la tranquilidad de los isleños. En el año 2012, el dinero acaparado por la actividad turística representaba el 90% de sus ingresos. De vivir sin dinero, sólo del intercambio de materia prima durante siglos, a utilizar papel metálico, hay una gran diferencia. Sobre todo por el hecho que esta transición ha ocurrido en un lapso de tiempo relativamente breve.
Los Urus continúan mascando hojas de coca, como toda la gente del altiplano y bebiendo chicha de maíz. Sin embargo, hay algo en ellos que se esta muriendo, algo que ellos mismos no son capaces de visualizar. Lamentablemente no se darán cuenta hasta que lo pierdan y cuando quieran actuar para remediarlo, para volver atrás, verán que ya es demasiado tarde. Así como ingresan los turistas y el dinero, también ingresan sus vicios, sus desequilibrios, su atropello. Esta es sin dudas, otra muestra latente de aculturalización. Del efecto del afluente turístico sin medidas. De la inocencia siendo aplacada por la razón.
Ya no se encuentran indígenas Urus puros. La mayoría se han mestizado con sus vecinos quechuas y aimaras, desde tiempos muy antiguos. En la actualidad se considera a los urus como un pueblo en vías de extensión, y eso ha incrementado aún más el turismo masivo. Ciudadanos de todo el planeta viajamos desde lejos para presenciar fugazmente la vida de un pueblo, que irónicamente gracias al turismo está vivo y por el mismo está ocasionándose su desaparición. Colonización pacífica del siglo XXI.

Experiencias como ésta, me han llevado a replantearme las consecuencias del Turismo Cultural. Cuando el intercambio cultural es tan fugaz y aquello que dejamos a cambio es dinero donde ciertamente no se precisaba dinero, sino tiempo para subsistir ¿estamos verdaderamente aportando un bien a esa comunidad?
Visitar no es lo mismo que convivir. Tomarle una foto a una persona con o sin su permiso, no es lo mismo que conversar. Viajar con dinero y tiempo estipulado de antemano en un sistema de visitas momentáneas, no es lo mismo que ganarse el pan a donde uno va sin importar que día finalize la estadía.
Incorporar una nueva cultura diluyendo nuestras propias costumbres y tomarse el tiempo para interactuar, enseñando y aprendiendo, puede traer resultados asombrosos. Siendo el foráneo la minoría y no la mayoría. Siendo el visitante un ser que se entrevera etéreamente y no una masa heterogénea que irrumpe en un sitio para devorar con sus flashes cuanta inusual costumbre tenga a su lado. Situación similar se vive en un zoológico, salvo que los animales no eligen ser visitados y mucho menos estar enjaulados.
De a poco comenzaba a fastidiarme la idea de ser un turista y trabajar a futuro para el turismo. Recordaba que hay quienes afirman que el turismo es una industria sin chimeneas, sin embargo contemplaba en aquel rincón de Bolivia, un gran incendio. Si bien nada se pierde, todo se transforma, ( Jorge Drexler dixit ), toca preguntarnos en qué es en lo que nos estamos transformando, como individuos y también como sociedad.



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