Trashumante

Puede llegar a encontrarme una noche en la ciudad, durmiendo encima de un plástico negro, junto a dos perros afables de la calle y algunos vagabundos locales. Y seré eso, en los cuencos de sus ojos, uno más entre ellos, otro perro, otro vago, que no juntó dinero suficiente para refugiarse bajo un techo privado, porque sabía que hallaría su escondite del frío en la terminal.

Puede llegar a encontrarme una noche en la naturaleza, durmiendo dentro de una carpa, al calor de un deslumbrante fuego. Y seré eso, un explorador refugiado en la belleza de un sitio natural, disfrutando de la calma que sosiega mis horas, la luz tenue de las estrellas.

Puede llegar a encontrarme esa mirada desconocida, y juzgarme, pensando que estoy errado siendo un errante, o que estoy en lo cierto siendo un caminante. Puede llegar a encontrarme esa voz que nace dentro de mi, que elige como vivir cada día y preguntarme que estoy haciendo con mi tiempo. Y reflexionando sabre medir el valor de aquello que me enseñó cada experiencia, y por esa razón ya abandoné el temor a lo antes temido; ya no ignoro aquello que ahora conozco, y sé que mi mejor forma de comprender la vida la he adquirido caminando como un trashumante.

¿De qué me han servido todas esas teorías que estudié y que en gran medida ya olvidé de la universidad? Seguramente algo aprendí en todo ese tiempo, más de lo que imagino. Sin embargo, el valor que conlleva la práctica puede ser aplicado a tan diversas situaciones que hay algo, no sé qué, que se libera. Ya no me importa ser una cosa u otra, porque de cierta manera ya soy eso que en el pasado querías ser, aunque aún quiera más. El hinchazón de la picadura de la incertidumbre brota, y se apaga envuelta en una cortina de humo, como un volcán. 
Ya no tengo más dudas, estoy tanto en lo errado como en lo cierto. Eso ya no representa un inconveniente, es mejor así, a quedar a medio camino, sujeto al intento mental de quién no experimentó algo que ansío, por guardar el miedo en la billetera y no querer soltarlo.

Al igual que un camaleón ejecuta su poder en un nuevo ambiente, quien viaja también se mimetiza constantemente. Irás a comprender que adaptarse, es uno de los mayores actos de supervivencia que desarrolla un ser vivo, y en el espacio humano entre tanta vastedad y variedad cultural, económica, social, religiosa y política, es todo un desafío hallar nexos firmes con cada uno de ellos. 

El movimiento dejó de ser primordialemnte de cazadores y recolectores en este instante temporal del punto azul que habitamos, ahora aquello que aún sobrevive como intocable naturaleza es nombrado de Área de reserva natural, y representa en Argentina estimativamente un 12% de la total superficie terrestre, y al resto, a lo modificado le decimos Campo, con sus cereales, su ganado y plantaciones frutales (por nombrar algunos ejemplos) disponibles para alimentar a los asentamientos humanos. Nos movemos, algunos de los que nos trasladamos constantemente sin domicilio fijo, ya no como cazadores y recolectores, sino como artistas y comerciantes ambulantes, o como voluntarios de huertas comunitarias o familiares, o constructores de viviendas sustentables.

Conocer cada submundo, interactuando con él, siendo parte de él, sin medirlo de acuerdo a sus apariencias, a su nivel de cordura, de estudios, de títulos, o de dinero que demuestre tener.  Estar ahí para comprender su funcionamiento, su particularidad, su encanto. Sociabilizando más, para temer menos. Sociabilizando más, para ignorar menos, y así vivir más tranquilo, sin broncas, recelos ni odios contra nadie. Los fanatismos no crean más que separabilidad, como un acto de egoísmo y vanidad, donde se cree que lo que uno piensa es la gran verdad, o el modelo de vida ideal, aislando con una barrera los actos diferentes.
No hay mayor parámetro para medir lo correcto que nuestra propia sensación de insatisfacción o felicidad. Cuanto más suframos por el peso de nuestra propia existencia, más ciegos estaremos, sea cual fuere de difícil la situación a enfrentar. Cuanto más grande sea la alegría y la calma, así como los síntomas de salud y bienestar con nosotros mismos y en quienes nos rodean, no habrá  dudas ni incertidumbres de saber que estamos pisando un buen camino.

Puede llegar a encontrarme una noche en un pueblo, durmiendo en un colchón prestado, circundado de comodidades, dentro de la casa de quién me invitó. Y seré eso, en el cuenco de sus ojos, parte de la familia que me brindó acogida, aunque sea por una noche, disfrutando de la calma que sosiega mis horas el abrazo de una nueva amistad, de una inédita realidad. Y no habrá dudas, estaré caminando como un trashumante marcando mis propias huellas, para bien o para mal.




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