Sand board con Gambito |
A tan sólo cinco kilómetros de la ciudad de Ica, dunas de arena blanquecina rodean esta deslumbrante laguna de color verde esmeralda, formando una olla espejada con un cerco natural de palmeras y eucaliptos, y tan sólo una o dos hileras de viviendas o residencias de alquiler, con alrededor de cien personas que residen allí habitualemente ( segun los datos que recolectó algún censador anónimo ).
La laguna surgió por el afloramiento de corrientes subterráneas y se le atribuyeron propiedades curativas. Por ello, se construyó allí uno de los balnearios más exclusivos e importantes del sur de Perú.
Hogar, dulce y arenoso hogar |
Lo cierto es que
llegamos al oasis de América de un solo tramo desde Camaná, sin invertir dinero
en pasajes, a costa de que Gambito se nos caiga en pedazos. Había permanecido
junto a él y Pichi alrededor de 16 horas adentro del acoplado de un camión para
hacer más de ochocientos kilómetros, en un espacio de metal sin demasiada
ventilación ni ventanas.
Al descender del camión en la ruta panamericana de
Ica, acudimos de inmediato a un conglomerado de conteiners azulados que
funcionaban como sala médica. En breves minutos recibimos el parte médico y la
lista de medicamentos que debíamos conseguir con el dinero que aún no
poseíamos. Resultaba que el agua de las canillas peruanas no es potable y nuestro
paisano punk tenía una grave infección estomacal. Ahí comprendimos porque el
agua sabía a charco. Por fortuna en esa misma esquina había un lindo semáforo,
y nos demoramos tan sólo dos horas con Pichi en juntar el dinero para comprar
los medicamentos en la farmacia conteiner que estaba próxima. El semáforo es
como una especie de cajero automático para los malabaristas, sólo que lleva
tiempo y energía pasar la tarjeta por la ranura.
Entonces una vez que el señor recibió la
inyección en el brazo y pagamos la consulta privada, tomamos un mototaxi para
conocer el oasis de la Huacachina. Y por supuesto, al llegar nos quedamos de
cara, porque el sitio es alucinantemente hermoso y nos extasiamos con el
atardecer entre las dunas. El sol
se pierde dentro de un horizonte amarillo, y a ocho horas de
caminata duerme el mar.
Durante cinco noches clandestinas el sitio nos brindó cobijo, junto a otros viajeros que también andaban haciendo de las suyas en la ciudad. Música en compañía, baños en la laguna, juguetes en el aire de frente al espejo de agua, tardes de sandboard. Olímpicos instantes amanecidos debajo de las palmeras. Curiosas amistades porque durante años y en diferentes países a muchos de ellos volvería a reencontrar.
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