Estos son los retazos que recuerdo luego de
haber ingerido una dosis de hongos un atardecer del año 2013, en la selva
amazónica colombiana. O mejor dicho, la información que me trasmitió un árbol
al cual trepé, y donde en lo alto, abrazado al tronco, escuché los consejos que
me trasmitió a través de mi voz, durante más de dos horas. Y no estoy hablando
de un vago delirio, ciertamente aquel árbol me habló. Por más que suene para
algunos como una locura, ellos pueden comunicarse como cualquier otro ser vivo,
sólo que su vibración está en una frecuencia no perceptible a los cinco sentidos ordinarios del humano. Así como las aves, los perros y las abejas (o cualquier
otra especie animal) utilizan un lenguaje para comunicarse entre ellos, el ser humano
hace lo mismo con su especie, al igual que los árboles. La comunicación no es una cualidad intrínsecamente humana.
Aquella noche, un árbol me llamó, o mejor
dicho, me invitó a escuchar sus lecciones para que algún día las comprenda y
las comparta. En aquel momento, estaba conviviendo en la comunidad
indígena Kamsá hacía un mes relativamente, en las cercanías al Río Putumayo.
Junto a un chileno, una catalana y una argentina, habíamos cosechado del campo y comido unos cucumelos, con melaza de caña de azúcar, durante esa tarde. Cuando los efectos iniciaron su trabajo en mí, decidí aislarme del grupo al sentirme con ánimos de trepar un gran árbol. Los chicos decidieron continuar por una trilla, intentado antes persuadirme para que los acompañe. Pero, preferí quedarme allí sólo. Ellos entonces siguieron recorriendo la selva que nos rodeaba.
Junto a un chileno, una catalana y una argentina, habíamos cosechado del campo y comido unos cucumelos, con melaza de caña de azúcar, durante esa tarde. Cuando los efectos iniciaron su trabajo en mí, decidí aislarme del grupo al sentirme con ánimos de trepar un gran árbol. Los chicos decidieron continuar por una trilla, intentado antes persuadirme para que los acompañe. Pero, preferí quedarme allí sólo. Ellos entonces siguieron recorriendo la selva que nos rodeaba.
Una vez en soledad comencé la escalada. Luego
de ascender unos cuantos metros por sus antiguas y vibrantes ramas, abrí la
boca y comencé a hablar. Sin embargo, aquello que escuchaba no eran mis
palabras, sino las de la planta. Ella estaba utilizando mis cuerdas vocales
como canal de comunicación, y con mi tono de voz me lo estaba explicando. El árbol entonces habló más o menos así:
“No tengas miedo,
que sólo soy un árbol. Sin piernas para caminar, ni boca para hablar como
ustedes lo hacen. Por esta última razón, voy a utilizar tu propia voz de canal de comunicación.
En éste momento los hongos están adentro tuyo, y te han vuelto más sensible. Te
has abierto a ellos, y éste es su regalo de agradecimiento. Nosotras las
plantas, nosotros los árboles estamos habitando este planeta mucho tiempo antes
del surgimiento del primer humano. Antes de morir, dejamos semillas para poder
reproducirnos. Nuestra memoria, por lo tanto es milenaria. Son siglos de
supervivencia. Estamos comunicados los unos a los otros a través de
vibraciones, por decirlo de alguna manera. Nuestras raíces están en contacto
directo con la misma tierra, con el mismo agua. Nuestras ramas y hojas están
conectadas por el mismo aire. Cuando respiramos somos un mismo pulmón. Cada una
aporta su parte en el compromiso de mantener el equilibrio con el resto de los
seres vivos. Cada árbol, cada planta, es tan importante como la pureza del más
pequeño río”.
“No nos movemos, porque esa no es nuestra
función. Para enviar semillas, y trasladar la especie nos ayudan los
hambrientos animales y los cauces de los ríos, y ustedes los humanos. No hablamos porque esa no es
nuestra función. Este caso es una excepción, debido al desequilibrio provocado
por la especie humana y tu acercamiento a éste preciso lugar. Somos pacientes, y la forma de aprender de nosotros, así como
nosotros hemos aprendido de ustedes, no precisa palabras, es decir, del
lenguaje que ustedes utilizan. Mas el gran hogar corre peligro, está amenazado
por una desgracia, un virus llamado humano. Aquí les va una ayuda-memoria:
tanto la vida como la muerte son estados transitorios. La misma energía que
nace aquí, está muriendo allá, y lo mismo ocurre a la inversa. Al nacer se
produce el éxtasis, al morir la síntesis. Unión, transición, desunión,
transición, unión; ese es el ciclo completo, la sinopsis inacabable. Una
cualidad de cualquir tipo de manifestación de la naturaleza. Ningún humano es indiferente a otro humano, son
complementarios, son parte del mismo esquema. Respiran el mismo aire, beben el mismo agua, pisan la
misma tierra. Se necesitan los unos a los otros para subsistir. Tanto en el
rango de vida más básico como en el más complejo la ecuación, es así de simple.
Nunca dejamos de ser ni más ni menos que una partícula del gran átomo, y
sabemos que a eso debemos respetar, porque somos una porción del mismo. Que hacer y cómo hacerlo es conocimiento
fundamental. La conciencia es la fuente de donde surgen las respuestas. La
conciencia individual es una pequeña partícula de la conciencia universal.
Porque todos somos iguales, porque todos somos el mismo. La vida se manifiesta
como un espiral sin final y se proyecta como un prisma de varios colores según la forma que lo perciba".
¿Eres tú mismo quién se habla, o son las
memorias de un árbol?
No le temas a la locura, que aquello que creías imposible,
has visto que acontece. Obtener información no basta. El alumno verdadero
aprende cuando logra enseñar a través de sus actos.
Silencio. Ícaros de por medio, mas silencio... soplaban las estrellas un viento fresco. La sacudida mental fué tan enérgica que me dio cansancio. Le agradeci al árbol, y lentamente descendi por sus ramas, por sus brazos, bordeando el tronco. Regresé al espacio comunitario en plena oscuridad. Conversé con una francesa y dos norteamericanos, aquello que logre descifrar. Anoté en un cuaderno palabras sueltas. Luego me fui a descansar rendido del agotamiento, pero alegre por haber escuchado a dios en mi corazón latiendo.
Silencio. Ícaros de por medio, mas silencio... soplaban las estrellas un viento fresco. La sacudida mental fué tan enérgica que me dio cansancio. Le agradeci al árbol, y lentamente descendi por sus ramas, por sus brazos, bordeando el tronco. Regresé al espacio comunitario en plena oscuridad. Conversé con una francesa y dos norteamericanos, aquello que logre descifrar. Anoté en un cuaderno palabras sueltas. Luego me fui a descansar rendido del agotamiento, pero alegre por haber escuchado a dios en mi corazón latiendo.
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