Tatuajes lacrimógenos (28/11/13)



Tatuajes, marcas en la piel, símbolos que nos brindan identidad. Cirujía estética que no pagan los cirujas para tener que ser. Resistencia al dolor, al olor a piel quemada, a piel ardiente. ardiente como sexo de monja ojeando la revista Gente, autoflagelación para definir quiénes somos, o quiénes pretendemos ser. Y que lo sepan los otros que lo van a ver. Sino qué? Cicatriz con tinta china o paraguaya para el resto de nuestra molecular existencia. Una bicicleta quería, una para toda la vida, o lo que me quedara de ella. Mi brazo izquierdo vestido con cadenas y coronas inoxidables, quería, pintadas en honor a la demencia de vivir del aire sin condiciones, porque el aire acondicionado dicen que te enferma las pocas cosas sanas que aún nos quedan. Yo no tenía tatuajes, porque nunca tuve las acciones suficientes para invertir en semejante empresa. Y ahora a mis veinticinco octubres nuevamente quería un dibujito quemado en mi piel. Seguía sin tener suficiente papel moneda. Había que trabajar más, ahorrando dentro de un chanchito de metal para que no se rompa antes de tiempo.

David era el anfitrión del monte en Puerto Colombia, el ermitaño chiflado y simpático que nos daba un espacio para armar la casa rodante, la carpa, el hotel mil estrellas, la delgada tela que te separa de la indigencia. La Universidad del Atlántico, estaba a algunos buenos kilómetros de allí, asi que cada tanto íbamos a armar feria en la entrada de la institución estudiantil, pedaleando bajo el sol del clima tropical, por el tramo de una ruta vieja y desolada, con más baches que la suferficie lunar. El tránsito obeso y contundente circulaba a pocos metros por la autopista con sus zumbidos de explosión y humo de dragón, asesinando a los animales que cruzan a comprar sus caramelos al kiosko de enfrente.

Un día sin nombre ni apellido, al llegar a la Universidad notamos un clima fuera de lo habitual. Mientras exponíamos las artesanías y los primeros fanzines, en la boca principal de acceso a un costado de la arcada, individuos encapuchados estaban repartiendo volantes con consignas libertarias. Era un extenso texto, donde se invitaba al lector colombiano a liberarse de las estructuras opresoras de la sociedad,  incluyendo cualquier tipo de institución u organismo que se encargue silenciosamente de ello. Esos que te meten el dedo por donde ya sabés, mientras dormis la siesta y ni te das cuenta. Era un acto llevado a cabo por un grupo reducido de manifestantes, dentro de en un país donde ver un hombre con cabello largo ( salvo en las capitales ) es más extraño que fumar yerba mate con azúcar. Ellos pretendían tomar la Universidad, cansados de exigir mejoras en la infraesctructura del campus y en la calidad de los servicios que prestan.  Minusiosamente los jóvenes encapuchados, con bolsas plásticas en sus calzados, comenzaron a armar barricadas con maderas, tarros de basura y cualquier tipo de objeto que encontraron librados al azar. Los estudiantes apresuraban el paso, muchos asustados, con la cola entre las patas, al notar que se avecinaba un motín institucional. Dentro de los edificios se escuchaban fuertes ruidos, de objetos utilizados como autitos chocadores. De a poco comenzaron las fogatas clandestinas y las corridas. Se sumaba gente a la orgía. Para nosotros la hora de las ventas había finalizado con semejante escenario. Veníamos del monte, de la calma de la ruta, de abandonar para siempre los estudios universitarios, de vivir el día a día, de aprender haciendo, de cocinar cada día a fuego, de comunicarnos sin teléfono, de tomarnos el vino con soda, y allí estaba a punto de estallar un conflicto social. En otro momento de mi vida hubiera participado voluntariamente del asunto, por encontrar la causa justa y válida por la cuál luchar, pero en ese preciso momento de mi vida, no quería saber más nada con la violencia civilizada, con la ceguera colectiva, con el tira y afloje y la eterna lucha de poder. Nos vemos al rato gente.

Calor de mediodía, llegan los primeros canas en camión blindado. Una avenida conecta al resto de las universidades, todas privadas, como todo en Colombia. Lo gratuito es una fábula, algo que no existe. Salud, educación, por todo usted paga. Pueblo castigado, estratificado, menospreciado. Colombia encabeza la lista de los países con mayor número de desplazados internos del mundo, luego de Siria e Irak. Casi siete millones de casos son los registrados, en una población de 45 millones. Reclutamiento a la fuerza, amenazas de muerte, enfrentamientos armados, robos de bienes por actos armados, desaparición de algún familiar. Cada gramo de cocaína es complice de estas historias. Pero de eso no se habla mi hijo, que pueden escuchar los vecinos.

El resto de las universidades están de paro. Revuelta estudiantil. Retornamos a la del Atlántico, haber como sigue la movida. Almorzamos en un puesto callejero mientras piedras vuelan por el aire, entrando y saliendo de la universidad. Parece una broma, o un nuevo juego, entre policías y estudiantes. Son pocos de un lado, son pocos del otro. Hay más espectadores presenciando el partido que gente involucrada en el asunto. De repente llega un camión negro, se detiene en la entrada y descienden muchos uniformados del SMAT, también con el rostro oculto. Sin embargo no encaran el portal de ingreso de la institución, inesperadamente comienzan a escupir balas de goma a los curiosos, que nos encontramos a tan sólo diez metros de distancia. Gases lacrimógenos y todo se va al carajo. Cientos de ovejas corriendo desesperadas. Se dispersa entre gritos el rebaño. Y María donde se metió? Cruzo la avenida y no la veo. Los espectadores ahora se involucran al combate medieval, arrojando palos y piedras. El aire esta viciado, y nuestras bicicletas quedaron abandonadas en medio del campo de batalla. Humo, palazos a mansalva a quién se cruce. La garúa fina ahora es tormenta. Lluvia ácida, detonando en el olvido la tranquilidad.

Marita está al frente, sóla, agazapada detrás de un puesto de comida y en frente suyo, dentro de un cajón abierto hay una serpiente, que la mira a los ojos.  Nada que ver. Aguantá. El reptil está igual de asustado que ella (esos detalles me los entero más tarde). Es costumbre de la región ese tipo de mascotas, no puede ser venenosa.  Piensa, Marita.
   
    Nos gritamos mutuamente, en medio del escándalo. Suena la voz de Ricky Espinoza en mi cabeza. Esto es punk rock animal. Si te gusta el fernet puro bancate la diarrea. El cordón policial está demasiado cerca de ella. Somos argentinos y ambos con la visa vencida. No da. Quedate quieta que nadie te vio. Siguen volando piedras, siguen gatillando goma. El gas lacrimógeno es más fastidioso que mosquito a media noche y a eso hay que sumarle el calor de medio día. Las fuerzas cobardes del Smat avanzan. Ahora, corre!! Cruzá la avenida. Marita corre. Abrazo de película romática de bajo presupuesto. Nos refugiamos en un local, que ya esta repleto de estudiantes. Esperamos a que dejen de arder los glóbulos oculares, que están inflamados como testículos de Sebú. Pasan los minutos, sigue avanzando la policía. Llegó la hora de recuperar las bicicletas y tomarnos el palo. En medio del caos, continúan las ventas. Antes de volver a casa, unos muchachos nos reconocen y compran unos fanzines.  Ahora si, a pedalear. Nos vemos el año que viene ciudad. En el camino se encuentra el lago de los Cisnes, donde nos bañamos en ropa interior. Sumerjo la cabeza en la oscuridad del agua dulce, y el silencio invade mi corazón. Por fin salimos de ese quilombo. Yo sólo quería un poco de dinero, para costear mi primer tatuaje. Sólo quería ver un dibujito de una bicicleta quemado en mi piel y no tanto ruido grabado para siempre en mi frágil memoria. Así es latinoamérica, la tierra de los oprimidos.




Colosó - amiga descansando en el sendero

No hay comentarios.:

Publicar un comentario