Incendiando el espíritu de las botellas

Cocinando arroz en tres minutos

La memoria es como el ser humano, con el tiempo siempre te traiciona, dijo el traidor. Entonces el pasado te revienta el cachete con su mano de camionero y sentís los recuerdos inflamados de nostalgia. Cuidado con la cabeza, pensé. Pero sin darme cuenta, antes de cumplir los 15 años, ya la había perdido, en la incongruencia de mi desfachatez. Decíamos que éramos la banda del Canje, porque teníamos esa rara costumbre de ir al basural municipal y a otro clandestino, obra y arte del pueblo, a buscar las tapitas de las gaseosas y los jugos Mocoretá, porque con 5 te daban una botella O km, y el plástico que envolvía a las pepsis de aquel entonces, porque con sus ropitas de polietileno te daban en el almacén del barrio una gaseosa tamaño familiar. Y así nos empachábamos de tomar tantos litros de gaseosa y nos salía azúcar por los ojos en vez de lagañas, una vez que finalizaba la monumental siesta semanal. Descubrí de esa manera que la vida te da premios, pero te los deja adentro de la basura de tu vecino. Descubrí de pibe que incendiar desperdicios ajenos era más divertido que jugar al Mario Bros una tarde de sol.

Primero una caja de cartón, después 200 gramos de plástico en rodajas  y por último, cuando el horno ya esté calentito agregar un par de colchones y media docena de neumáticos firestone. Receta ideal, nunca falla. Todo a la hoguera mi general. Que arda la inocencia que perdimos en el laberinto del crecimiento constante; que ardan las sociedades tercas que producen tanto desperdicio; que arda la vida entre carcajadas de aliento a huevo podrido. Somos los reyes del fuego y del humo negro, porque acabamos de asesinar al Papa una vez más.

Como olvidar esos días de escalada al Aconcagua usando cajas de cartón como zapatillas para evitar el mordisco de las ratas, coronando la cima sintiendo que esa basura es tu oro y que como un rey tirano vas a decidir su destino. Vuelan un millón de compac disc como palomas libres en el firmamento. Atravesamos la extensa cortina de humo denso en bicicleta sin ver un pomo; jugamos al bowling con botellas de vino y piedras enormes; abollamos a palazos el chasis de un auto; leemos cartas de amores fallidos y las noticias pesimistas de un mundo gentil. Y esa era mi fabulosa juguetería, donde podía usar todos los juguetes a mi manera. Y no es que mi familia fuera pobre, sucede que nadie te regala una aventura, nadie te vende libertad, todo lo contrario, nos ofrecen targetas para que compremos miedo en cuotas sin interés. Las aventuras son como el amor...libres, y  no están envueltas ni apretadas en las góndolas del supermercado COiTO. Para comprender su idioma hay que entregarse a la pasión, a su locura desenfrenada que te puede deslumbrar con la explosión de 20 aerosoles dentro del cilindro de un viejo lavarropas o fundiendo plomo en una olla quemada para hacer las plomadas de los futuros días de pesca.

Así son mis aventuras de pueblo chico, así es el amor. El amor es un incendio de llamas incandescentes flameando sin control remoto. Como los policías cuando le dan palo al pueblo por reclamar sus derechos. Ah no, así es la inconciencia, perdón. El amor no es estúpido y mucho menos tan cobarde. El amor entrega y al quedarse sin nada se llena de todo. Y mis padres cuando veían a un linyera en Bahía Blanca, entre risas decían "ahí va Mauricio". Y si, ahí voy yo, perfumado con mi olor a humo, pensaba. Con mil cielos soleados en una bolsa de estrellas, con cantidad de horas para tirar para arriba. Iría masticando la humedad de las nubes, iría dando largos pasos sobre los lagos, iría cargando un encendedor en el bolsillo para quemar los sillones que ya nadie utiliza. Iría embriagado con mis botellas de Mocoretá lima limón junto a un sacerdote que con su arte de magia convertiría la gaseosa en agua bendita. Y seríamos los santos del siglo. Porque soy miembro premium de la banda del canje y del sindicato argentino de cirujas sin destino. Porque el día que cabe mi primer pozo desenterré a mi propia muerte, y la embalsamé con goma Eva y vinagre de alcohol y en el hombro la cargué hasta la cima del Aconcagua del pueblo para que sea ahora el principal monumento a la Libertad. 

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