Ingreso al UKU PACHA

Ambo

Desde tiempos muy remotos, una vez que el humano se irguió en dos piernas y camino extensos territorios, han habido interpretaciones diversas acerca del mundo, del cosmos y la vida misma. Muchas de ellas han surgido de boca de aquellos que supieron captar la esencia de las cosas más allá de la materia. En la cosmovisión andina por ejemplo, se considera que la naturaleza y el humano son parte de un todo, y que entre ambos hay relaciones de interdependencia, por lo cuál las especies del mundo vegetal, mineral y animal, al tener vida y por lo tanto un alma, precisan y deben coexistir en armonía. Cada porción del mundo es sagrado, así como cada uno de sus habitantes. Ésta concepción era la ideología con la cuál labraron sus costumbres y sus formas de organización social, muy diferentes a las que trajeron los europeos del Viejo Continente, donde el "otro" era visto como algo ajeno y muchas veces sin valor,  digno de ser aprobechado a la fuerza.

En los andes cada Etnia (Ayllu) afirmaba provenir de un ancestro común de origen divino, el cual había surgido de la tierra por mandato celestial o supremo. Esos antepasados habrían salido de un sitio especial, al cuál todos reconocían como Pacarina. Esta especie de portal que conectaba ambos mundos ( el terrenal y el inframundo ) podía ser un río, montaña, volcán, lago, cueva, laguna, manantial, etc.

Un día, mientras vivía en Huánuco, en los andes del actual Perú, unos amigos me propusieron ingresar a la cueva de Jatun Uchco, en la localidad próxima de Ambo. Este sitio sagrado ha sido testigo de  múltiples rituales y ceremonias ancestrales, y lo más curioso es que allí se han encontrado los únicos restos completos de un tigre dientes de sable del mundo. Pese a tal insólito hallazgo, la cueva se mantiene sin ningun tipo de modificación humana y por fortuna aún es posible ingresar dentro de ella por cuenta propia. La peligrosidad del sitio, una vez que uno comienza el descenso es alta, debido a las infinitas grietas que la contienen. Si no se toman las más básicas precauciones, como utilizar cuerdas y una iluminación perdurable, salir de allí no es moco de pavo.

El grupo de espeleólogos improvisados estaba compuesto por Rafa, un malabarista nativo de Huánuco; el Chato, tatuador callejero de Lima; el negro Cristián, artesano nómade oriundo de Laferrere y nuestro guía con precarios conocimientos en cuevas, el señor Gino Cacique, también artesano, también peruano. El Chino al relatarnos una noche de cerveza en el parche del centro de Huánuco, su experiencia en Jatun Uchco, nos dejó a todos con la boca bierta llena de moscas y con unas densas gánas de ingresar a la Pacarina lo antes posible. Ambo se encontraba a pocos kilómetros de Huánuco y hacer unas antorchas para iluminar el camino en descenso, no era algo tan dificil. Cómo nadie quizo invertir en cuerdas gruesas, las dejamos afuera de la lista. Media docena de velas serían las luces de repuesto. gino había ingresado una sóla vez a la cueva, y según su relato la cueva, en verdad eran varias cuevas, con forma de hormiguero. Por tal razón, hacer marcas en el camino era una tarea indispensable para salir de allí. De tan despiestados ninguno se acordó de planificar un marcador para ese detalle.



Madrugan los gallos para cantar a capela un amanecer. Despiertan los aventureros para correr del riesgo las cortinas. Le echamos combustible al tanque: pan con aguacate y jugo de fruta. Energía, vigor. Reptamos por los valles andinos en una clásica buseta, junto a hombres  peinados con sombrero y mujeres que cultivan quinoa y papas en la huerta del sol. A Gino le tiemblan las piernas.  El Chato carga entre las manos su corazón. Ambo es un pueblo hermoso, es una gota humana que moja las montañas. Las personas son curiosas, observan y cuando las vemos se tapan la vergüenza con las manos. Las iglesias parecen estar pintadas con pastel.

El portal de la cueva se encuentra en la cima de un cerro. Falta poco. Nos saludan los vecinos, hace calor. El estómago de tantos nudos parece una pulsera de macramé.




Un extenso sendero sin marcas ni carteles nos acerca al hueco principal, al tope del cerro. Ofrenda de agradecimiento hojas de coca, tabaco, una vela y  alcohol. Fumamos un cigarro entre todos, pidiendo permiso a los Apus para ingresar. Descendemos por una grieta, y duchamos las antorchas artesanal es con gasolina, inicia el viaje al otro mundo.

Iluminados por el fuego



Descenso en la grieta

El Chato

Los caminos se abren, al igual que las decisiones en nuestra vida. Debemos elegir uno y marcar con la cera de las velas algun símbolo en las piedras. El silencio de hospital psiquiátrico es sofocante. Ingresamos a la oscuridad de 300 noches sin luna. Caminamos lentamente, avanzando con la iluminación de los latidos del fuego. Por momentos los túneles se vuelven demasiado estrechos y cuesta avanzar. Cada incierta cantidad de metros hallamos cámaras donde el espacio es más abierto, y aprobechamos a tomarnos un recreo. No hay vuelta atrás, las decisiones se toman en conjunto. Sacamos fotos para aliviar los nervios. El sitio es una máquina del tiempo, oscuro y sin luz. Continuamos el descenso hasta que se vuelve imposible continuar sin cuerdas. Nadie sabe cuantas horas ya hemos pasado ahí dentro. Hace calor de primavera. Nadie sabe cuanto falta para llegar a China y mucho menos si los supermercados a esa hora estarán abiertos. Hacemos una votación y por unanimidad, emprendemos la camino de vuelta. Luego de trepar, arrastrarnos y continuar trepando como koalas andinos, al Chato se le cae la botella de gasolina adentro de una grieta. Suena un ping pong interminable de piedras. La noticia es contundente, acabamos de perder todo el combustible de las antorchas para siempre. Minutos más tarde, quedamos a oscuras. El Chato se quiere pegar un corchazo de sidra en la sien. Por suerte, todavía quedan velas, sino a llorar un mar de melancolía. El ascenso triunfal está cerca, y la caverna nos va dando la despedida después de bucear una jornada en el intestino grueso de la Tierra. Al ver los primeros rayos de sol atravesando los contornos de las rocas, se siente una fiesta de carnaval. Qué mágica que es la vida cuando te convertís en una hormiga. Salimos campeones, la experiencia fue orgasmica. No seremos los enviados celestiales de la Pacarina, sin embargo nos colma el pecho una radiante alegría.


Gino


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