para abrigar la piel con el sol.
Cambia de color la carne,
también cambian nuestras ideas.
Frente a un río en bolas
fregando la ropa con jabón neutro,
esperando sentado sobre una piedra caliente
con las piernas en cruz,
a que se sequen las únicas prendas de vestir
que ocultan mi desnudez.
Operación de rutina.
El viento es como un chocolate,
delicioso,
masticable
y pervertido.
Su sabor invade cada poro de mi ser
y me produce esa fuerte sensación
de saber que ahora algo en mí
es irreversible.
Elegir una ducha dentro de un cubo de cerámicos
y un lavarropas kohinor,
a la pública e infinita interperie,
es algo incomparable.
Porque
la privacidad claustrofóbica le quita esa porción de magia
que tanto precisa mi espíritu
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