Vendedores Ambulantes

A uno que ni el frío espanta y que disfruta de ejercer la vida al aire libre, cualquier evento social resulta propicio para trabajar. Ésta vez fué un encuentro de Jeep 4 x 4 en el Club de Aviación de San Pedro.
A tal festival de motores crujientes, monte destruido y barro saltarín, acuden personas de todos los sabores y tamaños de Argentina, Paraguay y Brasil. Entusiasmados con ver a esos monstruos grandes en una pista circular embarrada. Además del público espectante, siempre acuden a tales eventos en busca del billete, los famosos "merca chifles" o vendedores ambulantes. A donde llegan despliegan adentro de un corralito de madera, alambre y metal, un sinfín de chucherías plásticas provenientes, en su totalidad de un país muy poco involucrado con el cuidado del medio ambiente y el respeto de las  leyes laborales llamado China, para venderlos por unas insignificantes monedas al público. Desde armas plásticas ( para que los niños jueguen a matarse inocentemente los unos a los otros ) hasta anillos con calaveras derretidas incrustadas en un pedazo de ilegítimo acero quirúrgico. Incontable cantidad de porquerías descartables ofrecen en cada evento que participan para el deleite del proletariado que gusta de caer rendido a los pies de estos buscavidas de buen corazón.

No fue antes, que los conocí intimamente, sino al trabajar a un costado de sus puestos. Recuerdo haberles comprado de niño algún que otro collar en la fiesta nacional de la Cebada Cervecera, que en menos de dos semanas finalizaban sus gloriosos días encerrados para siempre en el cajón de la mesa de luz, rotos y olvidados. Pero no nos pongamos melancólicos y retornemos al tema inicial.

Uno llega, saluda, arma su pequeño puesto de artesanías, y por alguna circunstancia, llamese curiosidad o necesidad de sociabilizar, a lo largo de la jornada laboral termina cruzando palabras con dichos señores. Ellos observan detenidamente lo que uno hace y en muchos casos aclaran: "Treinta años fuí artesano chango, pero ahora me dedico a la fácil, para mantener a mi familia. No tendré un O km pero ese autito me lleva a todos lados". Afirman señalando un pedazo de chatarra oxidada de cuatro ruedas. Y es allí cuando comienzan a hilar los detalles del dinero que ganan, de aquello que tienen, de los viajes a la triple frontera para conseguir material, de lo bien que les fué en alguna fiesta, de lo mal que les fué en otra, de la cantidad de hijos que accidentalmente dejaron por ahí, etc, etc. Todo un análisis cuantitativo de la vida, trazada más por cifras que por sentimientos.
Luego hablaremos de política si sobra tiempo, hasta que suena la campana, llegan los potenciales clientes y corren como linces hambrientos detrás del puesto. Siempre con el fajo de billetes en la mano, entre los dedos ( doblados de una forma que sólo ellos saben hacerlo ) o en el bolsillo derecho, para poder amasarlos en el momento en que hay escasa clientela. Veneran a su fetiche en silencio, agazapados en su parcela de plástico, soñando con tener después de ese evento un poquito más de capital para reinvertir o gastar en azulejos para la casa.

Cómo se sacrifican por el trabajo estos hombres. Vendedores ambulantes señoras y señores. Actitud de forajidos, rostros argentinos y artículos Made in Taiwan. Un tanto encorvados, otro poco desvencijados. Sin ellos no habría niños felices en las fiestas. Es más, de la noche a la mañana, los algodones de azúcar, los pochoclos, las garrapiñadas, los cubanitos y los juguetes que imitan a las marcas más reconocidas desaparecerían de los parques y las plazas por arte de magia. Sin ellos, la industria China, coreana y la de Bangladesh caerían abruptamente en crisis, y se tendrían que dedicar a producir habas y rabanitos de estación, o lo que crezca en aquellas remotas tierras.

Imaginemos el pánico que cundiría en la población infantil con semejante hecho. Alguien, todavía no se sabe quién, inició el oficio de estos hombres, para que el novio de billetera pelada logre obsequiarle a su dama un económico presente, que ella apreciará sin importarle la defectuosa calidad del producto ni la procedencia del mismo. Porque lo que vale es el gesto, el amor.
Corren tiempos difíciles en Argentina, y sin estos señores, muchas parejas se separarían, muchos niños y jóvenes llorarían desconsolados y muchos otros quedarían sin empleo.

Ahora que ya lo sabes, por el bien de la Nación, no olvides, en el próximo fin de semana de tu ciudad o en el próximo evento de tu pueblo, invertir, aunque sea una pequeña suma de tu sueldo en las artesanías que están a un costado del puesto de mercachifles.

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