La era del plástico

Arriba del helicóptero de la insurrección
voy a dar el salto al vacío
existencial,
y que me atajen
las hojas secas
que se han caído
en el otoño de la ciudad.

¿Qué frutos comeremos
cuando todo tenga gusto a papel?

¿Qué felicidad destaparemos
cuando ya no se produzcan más gaseosas?

¿A dónde iremos a bailar
cuando gobierne el silencio de la complicidad?

¿Qué red social tejeremos
cuando ya no haya más internet?

¿A cuál bosque huiremos
cuando nos prohíban ser genuinos?

¿Qué haremos con tanto automóvil
cuando se acabe la última gota de petróleo?

¿Qué haremos con tantos soldados y tantas armas
cuando nos cansemos de matar animales y personas?

¿Qué semilla vamos a plantar
cuando las últimas que queden sean transgénicas?

¿Quién les va a dar poder y alimento a los gobernantes
cuando finalmente aniquilen al pueblo entero?

La ciudad ya se harto de nosotros,
y la primavera es un buen momento
para darle unas merecidas vacaciones
de nuestra insistente rebeldía.

No regresarán a las cavernas,
quiénes aprendan a construir viviendas con los materiales naturales del entorno. 

No perecerán de hambre, 
quiénes aprendan a cultivar la tierra con sus propias manos. 

No tendrán miedo a la desaparición del vehículo, 
quiénes ya utilizan otros medios de transporte. 

Y aquello aprendido y logrado no es y será para uno, 
la cosecha es y será para todos. 
In-formarse y actuar, 
para informar y dar herramientas para que otros también actúen, 
es parte de la resistencia. 

Las ovejas negras de la familia, 
en verdad tienen el corazón multicolor. 
Como dijo Jorge Drexler, 
nada se pierde, 
todo se transforma.

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